Mundo ficciónIniciar sesión💔Un verano bastó para que Adrián, el heredero rebelde de la familia Moretti, me prometiera el mundo… y luego me dejara con el corazón roto y la reputación hecha pedazos. Dos años después, mi padre decidió mi destino: un matrimonio de conveniencia con un hombre que no conozco, alguien poderoso que asegura mi futuro, aunque yo solo recibí de él un vestido y un anillo. El día de mi boda descubrí la verdad: mi prometido es Gabriel Moretti… el hermano de aquel hombre que me abandonó. Ahora, atrapada entre dos magnates que se odian, debo enfrentar un triángulo imposible: el pasado que me traicionó y el presente que puede destruirme. En este juego de poder, venganza y deseo… amar podría ser mi perdición. Ya amé a un Moretti… y fuí destruida. Ahora me caso con otro Moretti… y podría salvarme o perderme del todo.
Leer másIsa — Pasado
El vapor del tren se mezcla con la neblina de la madrugada, y llevo casi una hora abrazando esta maleta como si fuera un salvavidas. Mis dedos están entumidos, mis piernas duelen, y aun así sigo aquí… esperando.
Adrián dijo que vendría por mí.
“Cinco minutos antes que el tren,” prometió anoche, con esa sonrisa que parece capaz de incendiar todo a su paso. Dijo que huiríamos. Que no permitiría que mi padre decidiera mi vida. Que este verano no sería solo un recuerdo, sino un comienzo.Y yo le creí.
Cada minuto que pasa, el altavoz anuncia nuevas salidas, nuevas llegadas, nuevos destinos. Todos se mueven. Todos avanzan.
Menos yo.Miro el reloj de la estación:
06:48 a. m.Levanto la cabeza cada vez que escucho pasos acelerados, esperando reconocer su silueta, su camisa blanca arremangada, su cabello revuelto. A veces incluso creo escucharlo decir mi nombre entre el ruido, pero cuando giro… no es él.
06:55 a. m.
El tren ruge desde la distancia, como si viniera por mí, como si me gritara que era ahora o nunca.
Mi corazón late tan fuerte que pienso que se saldrá del pecho. Me repito una y otra vez que él va a llegar. Que me va a tomar la mano. Que nos vamos a ir juntos.Pero el reloj avanza.
Los pasajeros suben. Las puertas se cierran.Y Adrián…
No aparece.Un vacío helado se abre en mi estómago. Una sensación que nunca antes había sentido, como si el mundo entero se doblara hacia adentro y me dejara suspendida, sola.
—No… —susurro, apenas audible—. Adrián…
El tren arranca.
Mi vida también debería hacerlo. Pero sigo clavada en el mismo sitio.La estación se va vaciando.
Las luces empiezan a apagarse. Y entonces escucho unos pasos pesados detrás de mí… demasiado pesados para ser los suyos.—¿Así que este era tu plan? —la voz de mi padre corta el aire como una navaja—. ¿Huir con un desconocido? ¿Manchar el apellido Santori por un capricho?
Me doy vuelta despacio. Él está rojo de ira, el ceño fruncido, el traje impecable salvo por la furia que lo desordena todo. No sé cómo me encontró, pero lo hizo.
Siempre lo hace.—Papá… yo…
No puedo terminar la frase.
No sé si debo disculparme por creer en algo bonito, o si debo admitir que él tenía razón desde el principio.Mi padre me mira como si fuera una niña estúpida. Como si mi corazón roto fuera una prueba de mi mayor defecto.
—Eres una ingenua, Isabella. Una niña que leyó demasiados cuentos de hadas. Y ahora… —me agarra del brazo con brusquedad— ese sueño barato te va a costar caro. Muy caro.
Tiro de mi brazo, pero no sirve. Él aprieta más fuerte.
—Papá, suéltame…
—Vas a aprender a la fuerza —escupe— a no confiar en hombres que solo quieren divertirse contigo.
Las lágrimas me queman por dentro, no por él…
Sino porque sé que tiene razón.Adrián no vino.
No llamó. No dejó una nota. Nada.Me dejó esperándolo en la estación…
como si lo nuestro no hubiera significado nada.Mi padre me arrastra entre la multitud mientras mi maleta rueda detrás, golpeando el suelo. No miro atrás. No quiero ver la plataforma vacía donde dejé mi última ilusión.
En mi cabeza, solo hago una promesa.
Una que siento que me marca la piel.Nunca más.
Nunca volveré a creer en promesas bonitas. Nunca volveré a confiar en un hombre. Ni dejar que alguien tenga en sus manos la capacidad de romperme así.El verano terminó.
Y yo también.GabrielLa fiesta terminó hace horas, pero mi cabeza sigue hirviendo.Mi padre está sentado frente a mí, inclinado en el sillón de mi despacho como si analizara los restos de una bomba recién explotada. Yo camino de un lado a otro, intentando contener la rabia que me quema desde dentro.Adrián.Fabricio Santorini.Isabela mirandome aterrada.Todo mezclado, todo revuelto, todo insoportable.—¿Vas a quedarte de pie toda la noche? ¿Estás bien? —pregunta mi padre finalmente.Me detengo.Respiro hondo.Pero la rabia vuelve a golpearme.—No estoy bien —respondo, con la voz tensa—. Nada está bien.Estoy harto, ¿entiendes? Hartísimo de tener a la hija del hombre que nos está extorsionando bajo mi techo. En mi maldita casa.Mi padre, Alessandro Moretti, me mira con una mezcla de paciencia y decepción.—Te lo advertí —dice, negando con la cabeza—. Te dije que no cayeras en el juego de Santorini. Te dije que casarte con esa muchacha era exactamente lo que él quería. Pero no escuchaste.Y ahora p
IsaGabriel no me mira a mí.Eso es lo primero que noto cuando aparece en el umbral del pasillo, con los ojos encendidos de una furia tan contenida que parece quemarlo desde dentro.Su mirada—helada, afilada, peligrosa—está clavada únicamente en Adrián.Mis pulmones se detienen.Mis manos tiemblan.Y lo único que hago es recordar sus palabras, las que me dijo en la oficina antes de venir a esta maldita fiesta:“Más te vale comportarte. No pienso tolerar un espectáculo. Ni con nadie… y menos con mi hermano.”Trago saliva.Estoy paralizada.—Gabriel… —musito, intentando moverme, intentando apartar a Adrián antes de que esto escale—. Él no ha hecho nada…Pero Gabriel ni siquiera voltea a verme.Dando un paso más dentro del pasillo, su sombra se alarga hacia nosotros como un aviso.—¿Acaso no te enseñaron —dice, con esa voz grave que parece temblar de rabia controlada— que cuando te dicen que no… más vale escuchar?Adrián se echa a reír.La risa amarga, cargada de veneno.—No empieces con
IsaLo miro como si fuera un fantasma.No sé cuánto tiempo pasa entre el “tenemos que hablar” y mi incapacidad de respirar. Sé que mi corazón late tan fuerte que me retumba en los oídos y que mis manos empiezan a sudar.Adrián.Dos años sin verlo.Dos años imaginando este momento de mil maneras diferentes.En ninguna de esas versiones estoy con un vestido blanco, teniendo su apellido… pero unido al de su hermano.Trago saliva.Enderezo la espalda.Me obligo a recordar la promesa que me hice: no llorar frente a él. Nunca más.—No tenemos nada de qué hablar —digo al fin, con la voz más firme que consigo—. Hazte a un lado.Intento pasar, pero él mueve el cuerpo bloqueando el pasillo.—Isa, espera.—No. —Doy otro paso, buscando esquivarlo—. Quítate.Su mano se cierra alrededor de mi brazo antes de que pueda evitarlo.—Te dije que tenemos que hablar —repite, más bajo, más tenso.—Y yo te dije que no quiero —respondo, intentando soltarme—. Suéltame, Adrián.Su agarre se endurece. Hay rabia
IsaEl espejo no me reconoce.Yo tampoco me reconozco.Mis dedos tiemblan mientras termino de ajustar las tiras del vestido blanco. Es suave, elegante… demasiado delicado para la guerra en la que estoy a punto de entrar. El escote discreto, la caída sutil, el corte que abraza mi cintura. Mi cabello cae en ondas que la señora Renata, una de las empleadas, me ayudó a definir, y por un momento creo ver a la Isa de antes.La Isa de hace dos años.La tonta.La enamorada.La que planeaba su vida con el hombre que la destrozó.Me arde la garganta.No puedo evitarlo. Cada movimiento frente al espejo trae el recuerdo de cuando me probé un vestido parecido, ilusionada, pensando en Adrián y en su sonrisa cuando me veía.Qué ingenua.Qué estúpida.Qué frágil fui.Ahora soy… la esposa de su hermano.La mujer que caminará hacia él por primera vez desde que me dejó rota en una estación de tren.Cierro los ojos y me aferro a la orilla de la mesa.Voy a verlo.Voy a escucharlo.Voy a sentirlo caminand
IsaEl día avanza como una nube gris que no me deja respirar.Desde ayer supe que Gabriel planea una especie de reunión familiar. Una celebración. Una presentación. Llámenlo como sea… pero en mi cabeza todo significa lo mismo:Encontrarme con Adrián.La idea me revuelve el estómago.Mis manos tiemblan desde que desperté.Y aunque intento hacer cualquier cosa para distraerme, cada paso que doy por esta mansión me recuerda que estoy atrapada.Una Moretti.El chiste más cruel del destino.Me apoyo contra la ventana del pasillo y cierro los ojos. El aire frío toca mis mejillas, pero no calma la punzada en el pecho que lleva dos años incrustada.Y entonces ocurre.El flash.El recuerdo.Otro verano, otro olor, otra piel.—Solo confía en mí, Isa —me decía Adrián con esa mirada que parecía envolverme—. No hay nadie en este mundo que te quiera como yo.Yo le creí.Le creí como una idiota.Le creí porque su sonrisa era suave, porque sus dedos entrelazados en los míos me parecían un hogar.Porq
IsaLa Mansión Moretti aparece frente a mí como un monstruo dormido: enorme, perfecta, con esas columnas de mármol que parecen brazos extendidos para recordarte que nunca vas a estar a su altura.Me hubiera gustado decir que no me impresiona. Que crecí rodeada de lujo y esto es solo más de lo mismo.Pero sería mentirme.El auto se detiene y mi estómago se encoge. No sé qué espero… tal vez ver a Adrián saliendo por la puerta principal, como en esas películas viejas donde el destino decide joderte más de la cuenta.Pero no aparece nadie.Solo dos filas de hombres vestidos de negro, armados, firmes como estatuas romanas.Genial.El zoológico personal del señor Moretti.Cuando Gabriel baja del auto, ni siquiera me ofrece una mano. Camina delante de mí como si yo fuera una sombra irrelevante. Aprieto los dientes y lo sigo, sintiendo cómo la mirada de cada hombre me atraviesa la piel.Dos guardias nos abren las puertas principales.Y la impresión inicial se rompe.La casa es… fría.No fría
Último capítulo