Se casó para salvar a su madre, pero, al enamorarse, se dio cuenta de que su esposo no la amaba. Un matrimonio por conveniencia la unió a la vida de Theo, un hombre que se refugió en el alcohol luego de la trágica muerte de su primera esposa. Luego de luchas para darle un lugar seguro a su esposo, Valeska es testigo de cómo el cariño de él, se desvía a otra mujer, la cual, es la hermana de su difunta esposa. Todo lo que ella creyó construir, fue arrebatado de un momento a otro. Vivió injusticias y decepciones hasta que su corazón no pudo más y decidió aferrarse a la palabra dada a su difunto suegro: «En tres años, serás libre de divorciarte». Pero, ¿qué pasará cuando Theo pierda a Valeska? ¿Luchará por su amor o ya será demasiado tarde? Lejos de Theo, Valeska solo quiere vivir tranquilamente con su hijo, pero se ve arrastrada a un torbellino aún más complejo a causa de Lisandro, el enemigo de su esposo. Cuando estos dos hombres le ofrezcan su corazón al mismo tiempo ¿A quién debería elegir Valeska?
Leer másEl centro comercial hervía de vida esa tarde, como un gigantesco organismo palpitante, lleno de luces, colores y sonidos que se mezclaban en una sinfonía caótica.Valeska caminaba despacio, sin rumbo fijo, permitiendo que sus pies la guiaran entre los pasillos brillantes, entre tiendas de ropa, cafeterías perfumadas a vainilla y escaparates llenos de maniquíes que parecían observarla con expresiones vacías.No buscaba nada en particular, solo necesitaba aire, espacio, un momento de respiro, lejos de la presión de su nueva vida, de sus responsabilidades, de ese peso invisible que se le había instalado en los hombros desde hacía semanas y que, aunque llevaba con valentía, a veces amenazaba con aplastarla.Se sentía libre, aunque sabía que esa libertad era un paréntesis breve, una ilusión que debía saborear mientras pudiera, antes de regresar al torbellino de su vida diaria, donde Adrián, su hijo, la esperaba en casa bajo el cuidado atento de Goran, el hombre que, sin darse cuenta, se ha
La tarde había comenzado a vestirse de un color dorado, ese tono cálido y envolvente que solo aparece en los momentos en los que la vida parece querer acariciarte, recordándote que, pese a todo, aún hay belleza en el mundo.Valeska recorría su nueva casa como quien recorre un santuario, tocando cada mueble, cada cortina, cada rincón con una mezcla de reverencia y emoción. Cada centímetro cuadrado parecía murmurarle: «Estás a salvo. Este lugar es tuyo». Y esa certeza era tan reconfortante que por momentos sentía que podría echarse a llorar de pura gratitud, pero se contuvo, porque sabía que hoy no había lugar para las lágrimas. Hoy era un día de cimientos nuevos, no de viejas heridas.La sala principal era amplia, bañada por la luz suave que se filtraba a través de las ventanas. El aire olía a madera, a limpieza reciente, a una promesa de vida distinta.Siguió caminando, dejando que sus pies descalzos se deslizaran sobre el parquet, sintiendo que cada paso la anclaba más al presente, a
El alta médica llegó como un suspiro aliviado. Aunque Valeska todavía sentía cierta debilidad en las piernas, la fuerza que brotaba de su pecho era innegable. Una energía nueva, vibrante, diferente a cualquier otra que hubiera sentido en los últimos meses.El médico les había dado permiso para marcharse aquella misma tarde, después de los últimos controles de rutina, y allí estaban esperándola: su padre, con esa paciencia inquebrantable que era su refugio; Fabricio, con esa mezcla de seriedad y ternura que lo hacía parecer parte de la familia, y Oliver, moviéndose de un lado a otro como si no pudiera contener la emoción de lo que venía a continuación.Cuando Valeska salió de la habitación con su bolso de mano, a Adrián bien protegido en el portabebés contra su pecho, sintió que cada paso la acercaba no solo a una nueva etapa, sino también a una nueva versión de sí misma.Una que ya no estaba dispuesta a agachar la cabeza. Una que entendía, al fin, que a veces quien más te rompe no es
La mañana siguiente llegó envuelta en una luz cálida, de esas que se cuelan por las ventanas del hospital con la promesa de que, pese a todo, las cosas pueden mejorar.Valeska se sentía mucho mejor. El dolor de cabeza había disminuido, su cuerpo, aunque adolorido, ya no le pesaba tanto, y su ánimo, aunque tambaleante, parecía querer encontrar un punto de equilibrio.Adrián dormía plácidamente en sus brazos mientras ella daba pequeñas vueltas por el pasillo, moviéndose despacio, disfrutando de ese raro momento de calma. Acariciaba con la mejilla la cabeza de su hijo, absorbiendo ese aroma inconfundible de bebé que siempre lograba centrarla, cuando escuchó una voz familiar llamándola.Se giró y vio a su padre acercándose con pasos rápidos, el rostro surcado por una mezcla de preocupación y alivio. No necesitó palabras para saber que estaba molesto consigo mismo por no haber estado antes.—Valeska —dijo apenas llegó a su lado, sus manos temblando ligeramente mientras acariciaba su mejill
Pasaron días.No muchos, pero suficientes para que el silencio tomara el lugar del dolor agudo, y lo transformara en esa molestia sorda que se instala sin pedir permiso. Valeska estaba mejor físicamente, aunque aún tenía moretones en el costado y una herida que le dolía cuando respiraba muy profundo, pero nada que no pudiera soportar. Lo que sí le costaba más sobrellevar era el peso invisible de la ausencia. La de Lisandro. Porque después del accidente, después de haber cargado a Iskra como si fuese lo único importante entre el caos, él no volvió a aparecer.Ni una visita. Ni una llamada. Ni una nota.Nada.Y tal vez eso dolía más que el golpe en la cabeza o las costillas adoloridas. Porque no había excusa que lo justificara. No esta vez.Adrián dormía en su cunita portátil, acomodada junto a la cama de hospital como si fuera parte del mobiliario. Sus manitas gorditas estaban en alto, su boquita entreabierta, y esa calma absoluta que solo los bebés pueden tener cuando el mundo afuera
El estruendo hizo eco entre los edificios como una detonación, y el caos estalló al instante. El chillido de los frenos, los gritos de los peatones y el sonido seco del impacto rompieron la rutina de la ciudad como un puñal que desgarra el silencio.En cuestión de segundos, todo se convirtió en confusión y carreras desordenadas. Un grupo de personas se arremolinó cerca del cruce, con los rostros contraídos por el pánico mientras se escuchaban las primeras llamadas de auxilio. La voz de alguien gritaba al otro lado del teléfono que enviaran una ambulancia con urgencia. Otro intentaba contener a una mujer que lloraba al ver los cuerpos en el suelo.Valeska yacía tendida en el pavimento, el cabello esparcido como un velo oscuro sobre el asfalto, una de sus piernas doblada en un ángulo extraño, y un leve hilo de sangre dibujándole la sien.Su cuerpo permanecía inmóvil, más allá del leve subir y bajar de su pecho que apenas delataba que seguía con vida. A su lado, unos metros más cerca del
La casa estaba en silencio, salvo por el leve tic-tac del reloj en la pared del pasillo. Valeska caminó con pasos suaves, descalza, arrastrando la bata de satén que le cubría hasta los tobillos. La tela se deslizaba como un susurro contra el piso de madera mientras empujaba la puerta del cuarto de Adrián y se deslizaba dentro, guiada más por el instinto que por la costumbre.El aire estaba perfumado con esa mezcla tenue de crema para bebé, loción de lavanda y algo más… el olor de su hijo, de su hogar. El único lugar en el mundo que aún se sentía auténtico.Se acomodó en la cama junto a él, con el cuerpo entumecido por el cansancio, pero con la mente demasiado despierta como para permitirse dormir. Observó a Adrián unos segundos, esa carita redonda y dulce, tan parecida a la de su abuela que dolía. Luego alzó la vista al techo, como si en las sombras pudiera encontrar las respuestas que los días no le habían dado.Tenía papeles, nombres, pistas sueltas que no encajaban.«A.R.» Una empr
La mañana en el hotel comenzaba con una brisa suave que entraba por las ventanas altas del despacho privado. Valeska había llegado temprano, antes que todo el personal, con la necesidad imperiosa de estar en control de algo… aunque fuera solo de sus horas de trabajo. Tenía el cabello recogido en un moño bajo, los labios sin color, y ese brillo apagado en los ojos que solo se notaba si uno la miraba demasiado tiempo.El zumbido del celular sobre el escritorio la distrajo. No lo miró de inmediato, simplemente lo dejó vibrar hasta que se detuvo. Fue solo cuando volvió a sonar, esta vez con una notificación, que alzó la pantalla.Era una fotografía de Iskra junto con Lisandro.Él estaba cocinando, de pie junto a una estufa moderna, sin chaqueta, con las mangas de la camisa arremangadas. Parecía sonreír, aunque Valeska no pudo asegurarlo. Iskra estaba sentada al fondo, en la barra, con la mirada clavada en él y una sonrisa de satisfacción evidente.Los labios de Valeska se apretaron, como s
Las palabras le hicieron sentido como si se incrustaran en su pecho, no como una herida, sino como una cicatriz que por fin empezaba a cerrar.Asintió, lentamente, sintiendo que algo dentro de ella se acomodaba por primera vez en días.—Tienes razón —susurró, sin mirar a Oliver—. No puedo seguir esperando a que Lisandro regrese con respuestas. No puedo seguir cargando con preguntas que ni siquiera me pertenecen. Si no es un traidor, el tiempo lo dirá. Pero necesito saber qué lo aleja de mí. No por él… sino por mí. Para entender que no fui yo el problema.Suspiró, aliviada por haberlo dicho en voz alta. Como si liberarse de esas palabras fuera liberarse de un yugo invisible.—Tengo que hacerme a un lado —agregó—. Necesito enfocarme en lo que yo quiero… en lo que necesito. No puedo seguir apagándome por alguien que no lucha por mantenerme cerca.Oliver la miró con una mezcla de orgullo y ternura. Iba a decir algo más, pero ella lo interrumpió con una sonrisa cansada.—Gracias por traerme