Se casó para salvar a su madre, pero, al enamorarse, se dio cuenta de que su esposo no la amaba. Un matrimonio por conveniencia la unió a la vida de Theo, un hombre que se refugió en el alcohol luego de la trágica muerte de su primera esposa. Luego de luchas para darle un lugar seguro a su esposo, Valeska es testigo de cómo el cariño de él, se desvía a otra mujer, la cual, es la hermana de su difunta esposa. Todo lo que ella creyó construir, fue arrebatado de un momento a otro. Vivió injusticias y decepciones hasta que su corazón no pudo más y decidió aferrarse a la palabra dada a su difunto suegro: «En tres años, serás libre de divorciarte». Pero, ¿qué pasará cuando Theo pierda a Valeska? ¿Luchará por su amor o ya será demasiado tarde? Lejos de Theo, Valeska solo quiere vivir tranquilamente con su hijo, pero se ve arrastrada a un torbellino aún más complejo a causa de Lisandro, el enemigo de su esposo. Cuando estos dos hombres le ofrezcan su corazón al mismo tiempo ¿A quién debería elegir Valeska?
Leer másEl celular de Valeska sonó en medio de la noche, cuando finalmente estaba logrando descansar. Era Theo, para ser exactos, era el hombre con el que firmó un contrato que declaraba su estado civil de casados, pero que, de ninguna manera, llegó a ser un hombre amoroso, no más que el primer año de matrimonio.
Deseaba seguir descansando, pues todo el día había estado en el hospital cuidando de su madre, quien estaba terminando su recuperación y, de paso, terminaba de hacerse unos chequeos prenatales. Hace tres meses, un impulso de Theo bajo los efectos del alcohol la dejó embarazada, pero aún no decidía si decírselo o no. El médico le había aconsejado que, desde el aborto espontáneo anterior, quedar embarazada de nuevo ya era un milagro, por lo que debía prestar aún más atención al descanso.
Con un poco de lentitud y aturdimiento contestó, su voz apenas podía distinguirse en medio del ruido y música que se escuchaban de fondo. El ajetreo de la gente en el fondo de la llamada, era testigo del sitio en el que se encontraba.
—Valeska, necesito un documento. Estoy en el club con unos clientes discutiendo un proyecto, ¿puedes ir a la oficina y traerlo?
—¿No puedes enviar a tu asistente a recogerlos? Está demasiado tarde y la oficina está al otro lado de la ciudad, el club, ni se diga —susurró en una pequeña queja mientras estiraba su cuerpo en la cama.
La noche ya estaba avanzada, lo que provocaba que la llamada de Theo fuera mucho más molesta de lo habitual. Tenía la costumbre de llamar para pedirle cosas; sin embargo, nunca se atrevió a importunarla antes de que saliera el sol.
—Mi asistente está muy ocupado —respondió tajante—. Además, solo puedo confiar en ti para encomendarte un documento tan importante para la compañía. ¿Crees que te haría venir hasta acá por un asunto que otra persona podría resolver con facilidad?
Podría decirse que siempre era lo mismo, dejó a un lado su tono frío del comienzo, lo cambió por uno más suave, más persuasivo. A pesar de que Valeska fuera consciente de que estaba intentando manipularla, sentía que no tenía más opción que hacerlo, pues, eso le ahorraría demasiadas decisiones en cuanto él por fin regresara a casa.
»Ah, y trae también un set de ropa para que Celine se cambie —agregó—. Su figura, más o menos como la tuya, debería servirle.
Sus labios carnosos se apretaron con fuerza, casi como si estuviera tragándose una maldición. Su mano libre se hizo un puño al costado debido a la gran molestia que sentía; estaba casi rompiéndose la piel. Con todas sus fuerzas trató de mantener la calma frente a su gran descaro; sin embargo, esto estaba a punto de terminar, solo necesitaba resistir un poco más, solo, un poco más.
—Está bien —soltó a regañadientes, no quería discutir, no cuando ya estaba saboreando la libertad.
Tomó el cambio de ropa que él había pedido, de la misma que ella llevaba. De hecho, tomó una de las prendas que más le gustaban a Theo, solo para que él las viera sobre el cuerpo de esa mujer. No le importaba, ya había dejado de sentir algo por él.
Se dirigió a su oficina y puso la misma contraseña que la de su casa mientras soltaba una risa amarga. ¿Qué debía esperarse de él? Si ambas eran el cumpleaños de esa mujer.
Fue en busca de sus documentos y condujo hasta el club. Su asistente la esperaba en la entrada, caminaba de un lado para otro mientras frotaba sus manos e intentaba soplarlas para calentarlas; se veía impaciente. Sin embargo, cuando la vio a la distancia, acercándose a él, abrió los ojos con sorpresa.
—¿Realmente vino? —Cuestionó lo obvio, pero había incredulidad en su voz.
Valeska lo miró con confusión, incluso escondiendo un poco su molestia frente a su pregunta, pues, si él hubiera ido a buscar esos documentos, ella podría estar descansando en la comodidad de su cama vacía. Luego de unos milisegundos, él sacudió la cabeza como si se retractara de lo que decía y la llevó directamente a donde se encontraba su marido.
Al abrir la puerta, la música era tan alta que retumbaba en su cabeza, así como las numerosas luces que intentaban dejarla enceguecida. Cuando entró, todas las personas que había se giraron en su dirección y sonreían de manera burlona.
Estaban impecablemente vestidos, con trajes caros y copas de champán en las manos. Ella, por otro lado, solo llevaba una bata sobre su pijama, ya que había salido a toda prisa. Su esposo estaba en medio de ellos, observándola con un gesto impasible. A su lado había un hombre que ella desconocía. Tenía ojos azules y medía lo suficiente como para que Theo le llegara con dificultad al hombro. Su tez era clara, y su cabello oscuro como la medianoche.
¿Era su nuevo amigo?
Por el lado opuesto, ahí se encontraba Celine. Era una mujer bastante hermosa, que la observaba con un rostro elevado, como si fuera mejor que Valeska.
Temió que, si se quedaba más tiempo, no podría evitar darle un buen y merecido golpe a esa cara tan bonita. Así que se dirigió directamente hacia Theo, le entregó el documento y le arrojó la ropa que llevaba para esa mujer, pues no estaba dispuesta a pasar más tiempo en ese lugar, mucho menos verla.
Él hojeó los papeles con detenimiento, como si estuviera asegurándose de que todo se encontrara en orden para poder dejarla regresar a casa.
—Vaya, parece que realmente trajiste lo que necesitaba.
Luego se giró hacia sus amigos y levantó su copa de champán.
—¿Qué les dije? —dijo con orgullo—. Les dije que ella vendría. Gané la apuesta. No pueden echarse atrás en lo que acordaron.
Bajo las miradas de desdén o compasión, ella comprendió lo que había pasado. Su esposo había apostado con ellos sobre sus sentimientos baratos, apostando a si sería tan estúpida como para ir al otro lado de la ciudad en una noche fría, solo para cumplir con una petición suya, lanzada sin más.
Pero ya no le importaba. Su corazón había dejado de sentir dolor hacía mucho tiempo. Entre más humillación sufría, más su corazón se iba convirtiendo en piedra. Todos los presentes en esa habitación, e incluso cada rincón de la ciudad, creían que ella era su perra sumisa, obediente a todo, que aguantaba todo, esperando que él le diera un poco de afecto. Pero él había puesto todo su corazón en otra mujer.
«Todo esto está a punto de terminar», respiró hondo y se dijo a sí misma, «solo faltaban tres días para partir y jamás regresar».
En el hospital, la habitación de Lisandro estaba en penumbra, iluminada solo por una lámpara junto a la cama. Valeska y Lisandro seguían sentados, con las manos entrelazadas, como si temieran que soltarse rompiera el frágil equilibrio que habían encontrado. Pero ahora, con la verdad sobre la prueba falsa de Iskra sobre la mesa, sentían una mezcla de alivio y urgencia.—¿Crees que Goran encontrará algo? —preguntó Lisandro, rompiendo el silencio. Su voz era baja, cargada de preocupación.—Es mi papá —respondió Valeska, con una sonrisa débil—. Si hay algo que descubrir sobre Samuel Rivas o ese otro tipo, él lo hará. Pero… me preocupa que esto sea más grande de lo que pensamos.Lisandro apretó su mano, mirándola con intensidad. —No importa cuán grande sea. No vamos a dejar que Iskra gane. No después de todo lo que hemos pasado.Ella asintió, pero la imagen de Iskra, con esa sonrisa venenosa, seguía clavada en su mente. Sabía que esa mujer no se rendiría, no mientras tuviera un plan y alia
El pasillo del hospital estaba silencioso, salvo por el zumbido lejano de un monitor y el eco de pasos distantes. Valeska, Lisandro, Fabricio y Oliver estaban frente a la habitación de Lisandro, mirándose como si estuvieran a punto de entrar en una batalla.La tensión era palpable, un nudo invisible que los unía y, a la vez, los separaba. Lisandro, apoyado contra la pared, respiraba con dificultad, pero sus ojos mostraban una determinación que no había tenido en días. Valeska lo miraba, dividida entre el alivio de saber que la prueba de paternidad era falsa y la culpa por haberle ocultado su plan.—Hablemos adentro —dijo Lisandro, señalando la puerta de su habitación—. No quiero que nadie nos escuche.Valeska asintió, aunque su corazón latía con fuerza. No sabía cómo empezar, cómo explicar por qué había enviado a Fabricio a vigilar a Iskra sin decírselo. Pero la mirada de Lisandro, firme pero no acusadora, le dio un poco de calma. Entraron a la habitación, y Fabricio cerró la puerta c
El amanecer pintaba el cielo de un gris apagado, como si la ciudad supiera que algo estaba a punto de romperse. En el hospital, Valeska apenas había dormido. Estaba sentada junto a la ventana, con el teléfono en la mano, esperando noticias de Fabricio. Lisandro, recostado en la cama, fingía descansar, pero sus ojos entreabiertos la seguían. El silencio entre ellos era pesado, lleno de cosas no dichas.—¿No vas a decirme qué pasa? —preguntó Lisandro, su voz salió ronca por el cansancio.—Nada pasa. Solo… estoy preocupada por Adrián —Valeska se tensó, pero no se giró.—Adrián está con tu papá. Está bien. —Lisandro se incorporó un poco, haciendo una mueca por el dolor en las costillas—. Pero tú no. ¿Qué escondes, Valeska?Ella lo miró por fin, y sus ojos se encontraron. Quería contarle todo: que había enviado a Fabricio a vigilar a Iskra, que temía que esa mujer volviera a hacerles daño. Pero algo la detuvo. ¿Y si él también estaba escondiendo algo? La duda la quemaba por dentro.—Tú pri
El hospital estaba envuelto en un silencio inquietante, roto solo por el zumbido de los monitores y el eco de pasos lejanos. Lisandro estaba recostado en su cama, con los ojos fijos en el techo, tratando de ordenar los fragmentos de su mente.La pesadilla con Iskra seguía dando vueltas en su cabeza, como un eco que no podía apagar. No recordaba nada concreto, pero la sensación de que algo estaba mal lo perseguía. Y Valeska… ella había salido hace rato, diciendo que iba a ver a Adrián. Él no le había creído del todo, pero no quiso presionarla. No después de prometer que no habría más secretos.El sonido de la puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Esperaba ver a una enfermera, o tal vez a Oliver con noticias. Pero cuando levantó la mirada, su corazón dio un vuelco. Era Iskra, parada en el umbral, con una sonrisa que era a la vez dulce y venenosa. En sus manos llevaba un sobre blanco, y sus ojos brillaban con una seguridad que lo puso en alerta.—¿Qué haces aquí? —gruñó Lisandro
El bar estaba envuelto en un murmullo de voces apagadas y el tintineo de vasos. La luz tenue apenas iluminaba el rostro de Oliver, que seguía procesando lo que acababa de soltar. Fabricio lo miraba con los ojos abiertos de par en par, como si le hubieran dado un golpe en el estómago.—¿Lisandro? ¿El padre? —replicó Fabricio, bajó la voz para que nadie más en el bar pudiera escuchar—. Eso no tiene sentido, Oliver. ¡Lisandro no puede ni ver a Iskra sin que le dé asco! ¿De dónde sacaste esa locura?Oliver deslizó una carpeta delgada sobre la mesa, con cuidado de no derramar la cerveza que tenía frente a él. —Esto estaba en los documentos que conseguí en la clínica. Una prueba de paternidad, firmada y sellada. Dice que Lisandro es el padre del niño que Iskra lleva en el vientre.Fabricio abrió la carpeta con dedos temblorosos, como si temiera que el papel fuera a explotar. Hojeó los documentos rápidamente, frunció el ceño al llegar a las partes más importantes. Era abogado, claro que sabí
Oliver no tardó en notar que el hombre al que seguía no tenía ni el más mínimo sentido de precaución. Caminaba con seguridad, sin mirar atrás ni cambiar de ritmo, como si creyera que su presencia pasaba desapercibida entre las sombras.Esa confianza no era la de alguien acostumbrado a esconderse, sino la de un tipo que jamás se ha sentido observado, que cree tener el mundo bajo control… o que no imagina estar metido en algo turbio.Lo siguió a distancia, manteniéndose tras farolas apagadas, automóviles estacionados y entradas de edificios. El sujeto caminó unas cinco cuadras antes de detenerse frente a un edificio de oficinas de aspecto moderno, aunque lejos del lujo al que Lisandro solía acceder.Era una estructura de cinco pisos, con fachada de vidrio oscurecido y un cartel en letras metálicas que apenas relucía con la escasa iluminación: Nexus Solutions.Oliver se detuvo al otro lado de la calle, estaba camuflado tras un árbol, observaba cada movimiento del hombre. Este usó una tar
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