Isa
Lo miro como si fuera un fantasma.
No sé cuánto tiempo pasa entre el “tenemos que hablar” y mi incapacidad de respirar. Sé que mi corazón late tan fuerte que me retumba en los oídos y que mis manos empiezan a sudar.
Adrián.
Dos años sin verlo.
Dos años imaginando este momento de mil maneras diferentes.
En ninguna de esas versiones estoy con un vestido blanco, teniendo su apellido… pero unido al de su hermano.
Trago saliva.
Enderezo la espalda.
Me obligo a recordar la promesa que me hice: no llorar frente a él. Nunca más.
—No tenemos nada de qué hablar —digo al fin, con la voz más firme que consigo—. Hazte a un lado.
Intento pasar, pero él mueve el cuerpo bloqueando el pasillo.
—Isa, espera.
—No. —Doy otro paso, buscando esquivarlo—. Quítate.
Su mano se cierra alrededor de mi brazo antes de que pueda evitarlo.
—Te dije que tenemos que hablar —repite, más bajo, más tenso.
—Y yo te dije que no quiero —respondo, intentando soltarme—. Suéltame, Adrián.
Su agarre se endurece. Hay rabia