Gabriel
La fiesta terminó hace horas, pero mi cabeza sigue hirviendo.
Mi padre está sentado frente a mí, inclinado en el sillón de mi despacho como si analizara los restos de una bomba recién explotada. Yo camino de un lado a otro, intentando contener la rabia que me quema desde dentro.
Adrián.
Fabricio Santorini.
Isabela mirandome aterrada.
Todo mezclado, todo revuelto, todo insoportable.
—¿Vas a quedarte de pie toda la noche? ¿Estás bien? —pregunta mi padre finalmente.
Me detengo.
Respiro hondo.
Pero la rabia vuelve a golpearme.
—No estoy bien —respondo, con la voz tensa—. Nada está bien.
Estoy harto, ¿entiendes? Hartísimo de tener a la hija del hombre que nos está extorsionando bajo mi techo. En mi maldita casa.
Mi padre, Alessandro Moretti, me mira con una mezcla de paciencia y decepción.
—Te lo advertí —dice, negando con la cabeza—. Te dije que no cayeras en el juego de Santorini. Te dije que casarte con esa muchacha era exactamente lo que él quería. Pero no escuchaste.
Y ahora p