9• Bienvenida a Chianti.
No supe en qué momento me quedé dormida. La última imagen que recordaba era la lluvia golpeando la ventanilla y el murmullo grave de Dean al teléfono. Cuando abrí los ojos, él ya me observaba desde el asiento frente a mí.
—Despierta —murmuró con voz baja, casi ronca—. Ya llegamos.
Parpadeé, tratando de ordenar mis pensamientos. El interior del jet estaba envuelto en una luz tenue, y la sensación de pesadez en mi cuerpo me recordó que llevaba horas sin dormir de verdad.
—¿Italia? —pregunté, todavía somnolienta.
Él asintió.
El aire gélido me golpeó en cuanto bajé del avión. No era un aeropuerto común: no había multitudes ni anuncios, solo un silencio elegante y unos cuantos hombres de traje oscuro esperando cerca de varios vehículos negros. El viento de Siena era cortante, seco, y me caló hasta los huesos.
Instintivamente crucé los brazos sobre el pecho, pero antes de que pudiera decir nada, sentí el peso de algo sobre mis hombros. Era su chaqueta.
Dean se colocó a mi lado, tan cerca qu