Cuando desperté, lo primero que sentí fue un dolor agudo en la cabeza, como si alguien me hubiese golpeado con una piedra. El aire olía a humedad y metal, y todo estaba en silencio, salvo por un zumbido lejano. Intenté moverme, pero mis manos estaban atadas a los costados de la silla.Escuché voces cerca. Dos, tal vez tres personas. No lograba entender lo que decían, pero una de ellas se detuvo de repente y dijo con claridad:—Acaba de despertar.El sonido de unos pasos se acercó, firmes, pausados. Sentí unas manos frías en mi cara y, segundos después, me quitaron lo que cubría mis ojos.La luz me cegó por un instante. Cuando mis pupilas se acostumbraron, vi el lugar. Era una habitación gris, sin ventanas, con un solo foco parpadeante en el techo. Frente a mí, una mujer rubia me observaba con una sonrisa torcida. Era hermosa, pero en su mirada había algo extraño, algo que me heló la sangre.—Por fin despiertas, preciosa —dijo con voz dulce, casi burlona—. Ya empezaba a preocuparme que
Leer más