Mundo ficciónIniciar sesiónAmber vendió su cuerpo… pero nunca imaginó que también entregaría su alma. Su madre se muere, y la desesperación la obliga a aceptar un trato que jamás imaginó: ser la madre subrogada del hijo de Byron Harrington, un hombre tan poderoso como cruel, tan seductor como inaccesible. Pero el destino fue implacable. Un accidente lo dejó ciego y su prometida, la mujer a la que amaba con devoción, huyó, decidida a no cargar con un hombre roto. Amber, obligada a ocupar su lugar y fingir ser ella, a convertirse en la esposa que él cree amar, ahora vive en su mansión, atrapada entre la mentira y el deseo. Byron no puede verla, pero siente cada respiración, cada temblor, cada secreto que ella intenta ocultar. Él la quiere cerca. Él la quiere suya. Y aunque Amber teme el momento en que descubra la verdad… también teme no poder escapar de la oscuridad que los une. A veces, el amor no libera… enciende la más dulce de las prisiones.
Leer másAMBER PIERCE
Acaricié mi vientre redondo, sintiendo cómo se movía dentro de mí esa pequeña vida que no debía llamarse mía. Llevaba siete meses de embarazo, y cada vez que el bebé daba una patadita o se acomodaba, algo dentro de mí se derretía. No podía evitar sonreír. Era imposible no hacerlo.
Pero junto a la alegría, siempre venía la punzada amarga de la realidad: ese niño no era mío, no nacería con mis ojos, mi tono de piel o mis gestos. No me pertenecía, aunque mi corazón lo arrullara con sus latidos cada vez que parecía inquieto.
Yo solo era un vientre prestado. Un cuerpo al servicio de un contrato sencillo, mi cuerpo a cambio de dinero, ese dinero a cambio de la salud de mi madre.
Durante seis meses todo se cumplió al pie de la letra. Cada primero de mes el dinero aparecía en mi cuenta y yo podía respirar tranquila, pero al llegar el séptimo mes, el depósito no llegó.
La cabeza se me hizo un caos. Revisé la aplicación del banco una y otra vez, no había ningún depósito o transferencia. Cuando la ansiedad y el miedo me estaban devorando, la puerta sonó, como si no tuviera ya suficientes problemas y la vida quisiera darme uno más.
Me acerqué con paso decidido y mi abdomen penduloso, estiré mi mano hasta sujetar la manija, pero me faltó valor para abrir. De pronto mi cuerpo se quedó congelado, temiendo lo que encontraría del otro lado. Cerré los ojos, me mojé los labios, y tiré de la puerta.
Me encontré con una mujer alta, de cabello perfectamente recogido, de un tono castaño que parecía casi negro, un mechón blanco delineaba su frente, una onda suave que se mezclaba con el resto de su cabello. Estaba envuelta en un abrigo gris y sus ojos eran fríos, calculadores, como los de alguien acostumbrado a mandar.
Me vio de pies a cabeza, deteniéndose en mi abdomen que ya era bastante evidente. Entonces la rigidez de su rostro se convirtió, por un fragmento de segundo, en lástima.
—Soy la madre del señor Harrington, el padre de ese bebé —dijo con voz firme.
Abrí los ojos, sorprendida, mi contacto con la familia Harrington había sido escaso. Me hice a un lado en cuanto la mujer entró, inspeccionando el lugar, como si temiera que lo hubiera vandalizado en mi estancia.
—Mucho gusto, ¿a qué debo su…?
—Debes interrumpir el embarazo de inmediato. —Ni siquiera me dejó terminar mi pregunta cuando sus palabras chocaron en mi cara como una enorme roca. Perdí el color y mi corazón bajó la velocidad de sus latidos. Esperaba haberme equivocado al escuchar.
—¿Perdón? —pregunté con una sonrisa temblorosa y falsa. Entonces sus ojos regresaron a mí, viéndome de nuevo con esa apatía, subestimándome, menospreciándome en silencio.
—Dije que se acabó —contestó confrontándome, viéndome directamente a los ojos—. Ya no tiene sentido llevar a término a ese bebé.
—Pero… tiene siete meses. No es… ni siquiera legal hacer algo así. ¿Cómo…? —No solo estaba desconcertada, sino agobiada, era demasiado para ser procesado. Retrocedí con las manos en mi abdomen y negué con la cabeza, luchando por seguir jalando aire, aunque este se había vuelto tan denso.
—No es tu asunto, no te debo explicaciones —agregó con calma y agachó la mirada. Quería mostrarse fuerte, aunque su máscara empezaba a mostrar algunas grietas—. Sé que lo que te preocupa es el dinero. Se te pagará todo lo acordado, más una compensación extra por tu silencio.
»El chofer te llevará mañana temprano al hospital. —Antes de que pudiera responder, añadió con un tono tan frío que me heló la sangre—: Si no cooperas, perderás el dinero. Y tu madre… bueno, sabes lo que eso significa.
No lloré y eso era peor, porque no tenía una válvula de escape para el dolor y el miedo que sentía. Solo me estaba ahogando con toda esa tristeza que me gritaba que me arrepentiría si dejaba que las cosas ocurrieran, pero… ¿tenía otra opción? El bebé no era mío y aunque me molestaba que la familia Harrington lo viera como algo material, un simple objeto o un capricho, era suyo, además… ¿cómo podía abandonar a mi madre? Salvarlo a él sería condenarla a ella.
—No puedo hacerlo… —dije con la voz quebrada—. No puedo permitir que lo maten.
Me observó en silencio unos segundos, con esa calma elegante que la caracterizaba.
—Ese niño nunca debió existir —susurró haciéndome retroceder. No podía creer que hubiera dicho algo tan ruin en voz alta—. No intentes comprender asuntos que no te competen.
—¿Qué hizo este niño para merecer esto? —pregunté indignada, con la rabia hirviendo en mi pecho—. ¡Pagaron para que lo tuviera y ahora lo echan a la basura! ¡¿Por qué?! ¡¿Qué motivos puede tener para justificar su crueldad?!
La vi alejarse con paso firme, mientras el eco de sus tacones se perdía. Me quedé ahí, paralizada, con una mano sobre mi vientre y una sola idea clavada en el alma: no permitiría que lo mataran.
—Debe de haber otra manera… —susurré y sus pasos se detuvieron—. Por favor, haré lo que sea.
La señora Harrington por fin volteó hacia mí, con una sonrisa imperceptible y afilada que combinaba con la astucia en su rostro. Como si todo lo que se había dicho fuera parte de su plan y este estuviera dirigiéndose en la dirección que ella quería.
—Hay otra manera —dijo por fin. Se acercó más, tanto que pude percibir el leve aroma de su perfume, elegante y seco, como madera vieja—. Puedes tener a ese niño, pero tú serás quien lo cuide, te convertirás en su verdadera madre el tiempo que sea necesario.
—¿Eso es todo? —pregunté entornando los ojos con desconfianza y su sonrisa se agrandó.
—Eso es lo fácil —contestó encogiéndose de hombros y tomando un mechón de mi cabello—. Deberás fingir ser otra persona, tu nombre cambiará, tus costumbres, tu hogar. Adoptarás la identidad de su verdadera madre y te tendrás que casar con mi hijo.
Por un momento, pensé que había escuchado mal, pero cada segundo en silencio reafirmaba la postura de la señora Harrington.
—¿Casarme… con su hijo? —repetí, incrédula, sintiendo que las palabras se me atoraban en la garganta—. ¿Fingir ser otra persona? ¡Eso es imposible!
—Nada es imposible si se hace bien —contestó sin humor—. ¿Quieres a ese bebé? ¿Quieres que nazca? ¿Quieres tenerlo en tus brazos y criarlo como si fuera tuyo? Ese es el trato, tómalo o déjalo, pero decide pronto que no tengo todo el tiempo del mundo.
AMBER PIERCEMientras el bebé dormía decidí buscar un lugar donde esconder los anticonceptivos. Me paseé por la habitación de Byron, que ahora era mía, y por primera vez desde que había llegado estaba prestándole suficiente atención a los detalles, a cada fotografía sobre los muebles. Ahí estaba él y Charlotte, abrazados, en la playa, de compras en París, tomados de la mano o besándose. Tomé una, la que me pareció la más bonita. Entonces me di cuenta. Él veía con adoración a Charlotte, era como si nada en el mundo importara más que ella, mientras que ella parecía más preocupada por posar bien en la foto. Ya conocía esa historia. Él lo dio todo. Ella huyó ante el primer inconveniente. No era un amor recíproco como intentaban hacer ver. Él se enamoró de ella y, sinceramente, no sé por qué. Sé lo suficiente de Charlotte para deducir que no era una mujer muy agradable u honesta, y eso se reflejaba en cómo prefería las luces de las cámaras que estar con él. Dejé la fotografía de nuev
AMBER PIERCETodo pasó tan rápido que apenas tuve tiempo para envolverme en una toalla. Con voz firme y metálica, Byron llamó a sus guardaespaldas en cuanto se apartó de mí, frustrando mi lujuria y el calor de mi vientre. El par de hombres trajeados entraron como un vendaval y solo suplicaba que no me hubieran visto antes de que me colocara la toalla. Agaché la mirada evitando encontrarme con la de ellos, pero la sentía en mi piel.—Iré al gimnasio antes de pasar a la empresa, ahí me bañaré —soltó Byron con apatía mientras regresaba al cuarto y sacaba su ropa—. Tú quédate bajo el agua y date un buen baño antes de atender a nuestro hijo. »Después de la noche que pasamos me imagino que debes de sentirte bastante sucia —sentenció con frialdad mientras mi corazón latía de manera dolorosa. ¿Por qué me hablaba tan feo?Con algo de ayuda de sus guardaespaldas, se acomodó su ropa deportiva antes de ponerse sus lentes negros y salir de la habitación, dejándome en el baño sola, con el ruido d
AMBER PIERCE—¡Espera! —exclamé zafándome de su agarre y jalando aire. No podía decirle que era la primera vez que estaba con un hombre, además, tenía miedo de que al no reconocer mi cuerpo como el de su novia todo explotara.—¿Hablas en serio? —preguntó con una sonrisa afilada mientras se desabrochaba la camisa, dejándome ver su torso fuerte cubierto con piel tersa—. Después de todas las noches que hemos pasado juntos, ¿por fin tienes algo de pudor?Torcí los ojos antes de cerrarlos. Estaba nerviosa, mi estómago se retorcía y no sabía de dónde sacar fuerzas para seguir fingiendo que era esa mujer. —¿Qué pasa? —susurró Byron y cuando me di cuenta ya estaba frente a mí, sin camisa, luciendo sus músculos envueltos en terso y caliente cuero—. ¿Arrepentida?Sus manos se movieron torpes hasta alcanzar mi cuerpo, sintiendo la seda y el encaje cubriéndome, recorriendo mis curvas lentamente, erizando mi piel.Levanté mi atención con curiosidad y miedo, extendí mis manos y quité los lentes ne
AMBER PIERCEAcompañé a Byron en silencio y sonriendo. Recibiendo los halagos de la gente que nos rodeaba con cortesía. Fingiendo que ese mundo también me pertenecía mientras la mano de mi ahora esposo se mantenía de manera posesiva sobre mi espalda baja, erizándome la piel cada vez que se movía un poco. —Señora Harrington —dijo la niñera que había cuidado de mi bebé durante toda la ceremonia, acercándose con él. —Mi bebé hermoso, como te extrañé —contesté con una voz suave y natural, extendiendo mis brazos hacía mi pequeño que me sonrió en cuanto me escuchó. Ver sus ojos iluminándose al reconocerme solo me hacía amarlo más. —Pareces muy encariñada con él —dijo Byron a mis espaldas. Su voz era neutra y profunda. Abracé al bebé contra mi pecho, dejando que sus manitas juguetearan con los mechones de cabello que escapaban de mi peinado. Volteé lentamente hacia mi esposo y después de tragar saliva, volví a modular mi voz.—¿Cómo no voy a estar encariñada con él? Es nuestro hijo. —Ape
AMBER PIERCEAcepté por mi mamá, por el bebé y por mí.Me mudaron a un lugar apartado, una casa de descanso rodeada de árboles y vigilada por personal médico. Decían que era «para mi seguridad», pero yo sabía que era una forma elegante de decir que estaba atrapada.Cada noche, cuando el bebé se movía dentro de mí, le hablaba en voz baja:—Ya casi, amor… —le decía acariciando mi vientre—. Te prometo que todo esto tendrá sentido.Pasaron dos meses, y entonces, una madrugada de lluvia, el dolor comenzó.El parto fue difícil. Sentí que el mundo se partía en dos dentro de mí. Los gritos, las luces, las voces que me decían «puje, puje», todo se volvió confuso y distante. Pero en medio del caos, un sonido lo cambió todo.Un llanto.El más dulce, el más desgarrador llanto que había escuchado en mi vida.—Es un niño —dijo la enfermera, y en ese momento, el tiempo se detuvo.Cuando me lo pusieron sobre el pecho, las lágrimas me nublaron la vista. Era tan pequeño, tan cálido, tan real. Tanto tie
AMBER PIERCEAcaricié mi vientre redondo, sintiendo cómo se movía dentro de mí esa pequeña vida que no debía llamarse mía. Llevaba siete meses de embarazo, y cada vez que el bebé daba una patadita o se acomodaba, algo dentro de mí se derretía. No podía evitar sonreír. Era imposible no hacerlo.Pero junto a la alegría, siempre venía la punzada amarga de la realidad: ese niño no era mío, no nacería con mis ojos, mi tono de piel o mis gestos. No me pertenecía, aunque mi corazón lo arrullara con sus latidos cada vez que parecía inquieto. Yo solo era un vientre prestado. Un cuerpo al servicio de un contrato sencillo, mi cuerpo a cambio de dinero, ese dinero a cambio de la salud de mi madre. Durante seis meses todo se cumplió al pie de la letra. Cada primero de mes el dinero aparecía en mi cuenta y yo podía respirar tranquila, pero al llegar el séptimo mes, el depósito no llegó. La cabeza se me hizo un caos. Revisé la aplicación del banco una y otra vez, no había ningún depósito o transf





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