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AMBER PIERCE
Acaricié mi vientre redondo, sintiendo cómo se movía dentro de mí esa pequeña vida que no debía llamarse mía. Llevaba siete meses de embarazo, y cada vez que el bebé daba una patadita o se acomodaba, algo dentro de mí se derretía. No podía evitar sonreír. Era imposible no hacerlo.
Pero junto a la alegría, siempre venía la punzada amarga de la realidad: ese niño no era mío, no nacería con mis ojos, mi tono de piel o mis gestos. No me pertenecía, aunque mi corazón lo arrullara con sus latidos cada vez que parecía inquieto.
Yo solo era un vientre prestado. Un cuerpo al servicio de un contrato sencillo, mi cuerpo a cambio de dinero, ese dinero a cambio de la salud de mi madre.
Durante seis meses todo se cumplió al pie de la letra. Cada primero de mes el dinero aparecía en mi cuenta y yo podía respirar tranquila, pero al llegar el séptimo mes, el depósito no llegó.
La cabeza se me hizo un caos. Revisé la aplicación del banco una y otra vez, no había ningún depósito o transferencia. Cuando la ansiedad y el miedo me estaban devorando, la puerta sonó, como si no tuviera ya suficientes problemas y la vida quisiera darme uno más.
Me acerqué con paso decidido y mi abdomen penduloso, estiré mi mano hasta sujetar la manija, pero me faltó valor para abrir. De pronto mi cuerpo se quedó congelado, temiendo lo que encontraría del otro lado. Cerré los ojos, me mojé los labios, y tiré de la puerta.
Me encontré con una mujer alta, de cabello perfectamente recogido, de un tono castaño que parecía casi negro, un mechón blanco delineaba su frente, una onda suave que se mezclaba con el resto de su cabello. Estaba envuelta en un abrigo gris y sus ojos eran fríos, calculadores, como los de alguien acostumbrado a mandar.
Me vio de pies a cabeza, deteniéndose en mi abdomen que ya era bastante evidente. Entonces la rigidez de su rostro se convirtió, por un fragmento de segundo, en lástima.
—Soy la madre del señor Harrington, el padre de ese bebé —dijo con voz firme.
Abrí los ojos, sorprendida, mi contacto con la familia Harrington había sido escaso. Me hice a un lado en cuanto la mujer entró, inspeccionando el lugar, como si temiera que lo hubiera vandalizado en mi estancia.
—Mucho gusto, ¿a qué debo su…?
—Debes interrumpir el embarazo de inmediato. —Ni siquiera me dejó terminar mi pregunta cuando sus palabras chocaron en mi cara como una enorme roca. Perdí el color y mi corazón bajó la velocidad de sus latidos. Esperaba haberme equivocado al escuchar.
—¿Perdón? —pregunté con una sonrisa temblorosa y falsa. Entonces sus ojos regresaron a mí, viéndome de nuevo con esa apatía, subestimándome, menospreciándome en silencio.
—Dije que se acabó —contestó confrontándome, viéndome directamente a los ojos—. Ya no tiene sentido llevar a término a ese bebé.
—Pero… tiene siete meses. No es… ni siquiera legal hacer algo así. ¿Cómo…? —No solo estaba desconcertada, sino agobiada, era demasiado para ser procesado. Retrocedí con las manos en mi abdomen y negué con la cabeza, luchando por seguir jalando aire, aunque este se había vuelto tan denso.
—No es tu asunto, no te debo explicaciones —agregó con calma y agachó la mirada. Quería mostrarse fuerte, aunque su máscara empezaba a mostrar algunas grietas—. Sé que lo que te preocupa es el dinero. Se te pagará todo lo acordado, más una compensación extra por tu silencio.
»El chofer te llevará mañana temprano al hospital. —Antes de que pudiera responder, añadió con un tono tan frío que me heló la sangre—: Si no cooperas, perderás el dinero. Y tu madre… bueno, sabes lo que eso significa.
No lloré y eso era peor, porque no tenía una válvula de escape para el dolor y el miedo que sentía. Solo me estaba ahogando con toda esa tristeza que me gritaba que me arrepentiría si dejaba que las cosas ocurrieran, pero… ¿tenía otra opción? El bebé no era mío y aunque me molestaba que la familia Harrington lo viera como algo material, un simple objeto o un capricho, era suyo, además… ¿cómo podía abandonar a mi madre? Salvarlo a él sería condenarla a ella.
—No puedo hacerlo… —dije con la voz quebrada—. No puedo permitir que lo maten.
Me observó en silencio unos segundos, con esa calma elegante que la caracterizaba.
—Ese niño nunca debió existir —susurró haciéndome retroceder. No podía creer que hubiera dicho algo tan ruin en voz alta—. No intentes comprender asuntos que no te competen.
—¿Qué hizo este niño para merecer esto? —pregunté indignada, con la rabia hirviendo en mi pecho—. ¡Pagaron para que lo tuviera y ahora lo echan a la basura! ¡¿Por qué?! ¡¿Qué motivos puede tener para justificar su crueldad?!
La vi alejarse con paso firme, mientras el eco de sus tacones se perdía. Me quedé ahí, paralizada, con una mano sobre mi vientre y una sola idea clavada en el alma: no permitiría que lo mataran.
—Debe de haber otra manera… —susurré y sus pasos se detuvieron—. Por favor, haré lo que sea.
La señora Harrington por fin volteó hacia mí, con una sonrisa imperceptible y afilada que combinaba con la astucia en su rostro. Como si todo lo que se había dicho fuera parte de su plan y este estuviera dirigiéndose en la dirección que ella quería.
—Hay otra manera —dijo por fin. Se acercó más, tanto que pude percibir el leve aroma de su perfume, elegante y seco, como madera vieja—. Puedes tener a ese niño, pero tú serás quien lo cuide, te convertirás en su verdadera madre el tiempo que sea necesario.
—¿Eso es todo? —pregunté entornando los ojos con desconfianza y su sonrisa se agrandó.
—Eso es lo fácil —contestó encogiéndose de hombros y tomando un mechón de mi cabello—. Deberás fingir ser otra persona, tu nombre cambiará, tus costumbres, tu hogar. Adoptarás la identidad de su verdadera madre y te tendrás que casar con mi hijo.
Por un momento, pensé que había escuchado mal, pero cada segundo en silencio reafirmaba la postura de la señora Harrington.
—¿Casarme… con su hijo? —repetí, incrédula, sintiendo que las palabras se me atoraban en la garganta—. ¿Fingir ser otra persona? ¡Eso es imposible!
—Nada es imposible si se hace bien —contestó sin humor—. ¿Quieres a ese bebé? ¿Quieres que nazca? ¿Quieres tenerlo en tus brazos y criarlo como si fuera tuyo? Ese es el trato, tómalo o déjalo, pero decide pronto que no tengo todo el tiempo del mundo.







