Mundo ficciónIniciar sesiónAMBER PIERCE
Todo pasó tan rápido que apenas tuve tiempo para envolverme en una toalla. Con voz firme y metálica, Byron llamó a sus guardaespaldas en cuanto se apartó de mí, frustrando mi lujuria y el calor de mi vientre.
El par de hombres trajeados entraron como un vendaval y solo suplicaba que no me hubieran visto antes de que me colocara la toalla. Agaché la mirada evitando encontrarme con la de ellos, pero la sentía en mi piel.
—Iré al gimnasio antes de pasar a la empresa, ahí me bañaré —soltó Byron con apatía mientras regresaba al cuarto y sacaba su ropa—. Tú quédate bajo el agua y date un buen baño antes de atender a nuestro hijo.
»Después de la noche que pasamos me imagino que debes de sentirte bastante sucia —sentenció con frialdad mientras mi corazón latía de manera dolorosa. ¿Por qué me hablaba tan feo?
Con algo de ayuda de sus guardaespaldas, se acomodó su ropa deportiva antes de ponerse sus lentes negros y salir de la habitación, dejándome en el baño sola, con el ruido del agua cayendo a mis espaldas, el cuerpo aun mojado, y la frustración de que no terminara lo que empezó.
Solté un suspiro apesadumbrado antes de regresar a la regadera y aprovechar ese baño, aunque tuve que abrir más la llave de agua fría para poder calmar el calor de mi vientre. Mientras el agua limpiaba mi cuerpo no pude evitar preguntarme si Byron me trataba así porque de alguna manera ya sabía la verdad.
Imposible.
Si así fuera, ¿por qué no decirlo? ¿Por qué no echarme de su casa? ¿Por qué… tomarme toda la noche?
Entre más lo pensaba, más confundida me sentía.
La ropa de Charlotte era… demasiado «femenina» por no decir: coqueta. Vestidos cortos, ceñidos o escotados. La clase de ropa que usas cuando tienes la autoestima por el cielo y el cuerpo de modelo de pasarela. No era vulgar, pero si jugaba mucho en ese límite donde algo elegante puede verse descarado.
Cuando me puse uno de los vestidos entendí que, pese a mis esfuerzos, no éramos iguales, el embarazo me había dejado unos pechos más grandes y redondos, los cuales se apretaban con cada prenda que me ponía, hasta que encontré un suéter holgado con el cual esconderlos.
Decidida a pasar el resto del día con mi bebé, salí emocionada de la habitación. Byron podía comportarse extraño, pero gracias a él podía darme el lujo de no preocuparme por trabajar y enfocarme en cuidar de mi pequeño.
La habitación del bebé era hermosa, con las paredes pintadas de azul y con los rincones llenos de juguetes. Una silla mecedora al lado de la cuna donde la niñera lo veía con calma y una sonrisa sincera.
—Señora Harrington —dijo la mujer con respeto y se levantó de inmediato.
—Hola, buen día —contesté y apenas mi voz sonó en la habitación, mi bebé me reconoció, empezó a balbucear y a agitar sus manitas—. Aquí estoy, mi amor, ya está aquí mamá.
Mi voz volvía a ser mía, y cargada de toda la ternura que albergaba por mi bebé. Me asomé en la cuna para tomarlo en mis brazos y estrecharlo. Su aroma era adictivo y la suavidad de su cuerpecito me derretía.
—Mi bebé, mi pequeño cachorrito —susurré mientras frotaba mi mejilla con la suya—. Te extrañé tanto.
—Me alegra ver que sobreviviste a la primera noche —dijo una voz detrás de nosotros. La niñera se pasmó y cuando giré me encontré con la madre de Byron, con su elegancia acostumbrada y mirada de hielo—. Déjanos solas.
Sin apartar la mirada de mí, hizo un movimiento con la cabeza y la niñera salió de la habitación rápido y en silencio. La señora Harrington se acercó, dejando que sus tacones causaran eco con cada paso. En cuanto su mirada se posó en mi bebé, lo estreché con más fuerza, como si pudiera esconderlo de ella.
—¿En qué le puedo ayudar? —pregunté ansiosa. Entre más pronto abordáramos el tema que la había llevado hasta ahí, más pronto se iría. Entonces su atención se posó en mÍ mientras sacaba del bolsillo de su saco una pequeña caja de pastillas.
—Anticonceptivos —respondió extendiéndolos hacia mí—. Sabía que mi hijo no dudaría en tocarte y posiblemente siga divirtiéndose contigo, pero yo no estoy dispuesta a que una mujer como tú quede embarazada de él.
»Suficiente toleré que Charlotte fuera la madre de esta criatura —agregó con desagrado y resopló—. Habiendo tantas mujeres elegantes y de buena familia. Nunca entenderé los gustos de Byron, pero de algo estoy segura, no permitiré otro error como este.
Señaló a mi bebé y por instinto lo regresé a la cuna y me puse en medio, evitando que esa mujer siguiera viéndolo con desprecio.
—Estoy siendo benevolente, así que aprovéchalo, porque si me entero de que no te tomaste las pastillas y estás embarazada, yo terminaré con ese embarazo. Esta vez no habrá manera de que me hagas cambiar de opinión —sentenció con molestia, barriéndome con la mirada—. Como ya te dije, no quiero errores.
Al terminar de hablar, me arrojó las pastillas, las cuales tuve que atrapar casi en el aire para que no se cayeran, cuando me di cuenta, ella ya estaba en el marco de la puerta, a punto de irse.
—Una cosa más, no permitas que Byron se entere —agregó entornando la mirada—. Se ofendería y le dolería saber que su flamante esposa no quiere tener más hijos con él. Así que sé prudente. No creo que te sea muy difícil esconder eso de un ciego.
De esa manera salió de la habitación, dejándome en completo silencio y con el estómago revuelto. Vi el medicamento por unos segundos, con algo de duda, y aunque no me caía bien la señora Harrington, por primera vez le daba la razón en algo, no era momento de tener más bebés, menos bajo toda esta mentira.







