AMBER PIERCE
La cena fue incómoda y silenciosa, por decir lo menos. Yo estaba segura de que la comida estaba deliciosa, pero no podía evitar ver fijamente a Byron, esperando que su gesto imperturbable cambiara, ya fuera por desagrado o gusto, pero él seguía comiendo sin interés, con sus ojos escondidos detrás de esos lentes negros.
—Deja de verme —soltó de pronto haciendo que casi brincara en mi asiento. Fruncí el ceño y entreabrí los labios, pero no salió nada de mi boca—. Aunque esté ciego puedo sentir tu mirada inspeccionando mi rostro. Deja de incomodarme.
Torcí los ojos y desvié mi atención hacia mi plato mientras fruncía la boca y lo remedaba en silencio como lo haría una niña caprichosa. La risita de la sirvienta a unos metros, aunque intentó silenciarla cubriendo su boca con la mano, me delató.
Entonces noté como el cuerpo de Byron se puso rígido, apenas lo vi por el rabillo del ojo. Esperaba que me volviera a regañar, que levantara la voz, pero las puertas dobles del comed