Mundo ficciónIniciar sesiónAMBER PIERCE
—¡Espera! —exclamé zafándome de su agarre y jalando aire. No podía decirle que era la primera vez que estaba con un hombre, además, tenía miedo de que al no reconocer mi cuerpo como el de su novia todo explotara.
—¿Hablas en serio? —preguntó con una sonrisa afilada mientras se desabrochaba la camisa, dejándome ver su torso fuerte cubierto con piel tersa—. Después de todas las noches que hemos pasado juntos, ¿por fin tienes algo de pudor?
Torcí los ojos antes de cerrarlos. Estaba nerviosa, mi estómago se retorcía y no sabía de dónde sacar fuerzas para seguir fingiendo que era esa mujer.
—¿Qué pasa? —susurró Byron y cuando me di cuenta ya estaba frente a mí, sin camisa, luciendo sus músculos envueltos en terso y caliente cuero—. ¿Arrepentida?
Sus manos se movieron torpes hasta alcanzar mi cuerpo, sintiendo la seda y el encaje cubriéndome, recorriendo mis curvas lentamente, erizando mi piel.
Levanté mi atención con curiosidad y miedo, extendí mis manos y quité los lentes negros de sus ojos. Finas cicatrices se dibujaban en sus párpados, apenas perceptibles gracias a la cercanía. Entonces el aire se me escapó de los pulmones cuando me percaté de sus hermosos ojos azules, tan claros como un lago bajo el sol. En el fondo de sus pupilas había una tela gris, sumado a que su mirada no parecía poder sostenerse en un punto fijo, terminé de aceptar que estaba ciego.
Su mano subió lentamente desde mi cadera, siguiendo la curvatura de mi cintura, sus yemas rozaron mi pecho antes de que su palma envolviera mi cuello con firmeza, recordándome que debía temerle.
—¿Podemos dejar esto para otra noche? —pregunté casi sin voz y noté como su comisura se levantaba en una media sonrisa—. Estoy muy cansada por la boda. Tal vez…
—Ahora eres mi esposa —contestó con firmeza, dejando que su voz causara eco en la habitación—. Tienes un solo deber en el dormitorio y lo vas a cumplir.
Me arrojó a la cama con una sola mano, dejándome asombrada por su fuerza y aterrada por su determinación. Me cubrió con su cuerpo y, mientras me ahogaba con sus besos, me arrancó el «babydoll», podía escuchar la tela crujir mientras él encajaba sus dientes en mi piel, como si me quisiera marcar.
El miedo fue sustituido por lujuria cuando su mano experta se escabulló entre mis piernas. El calor en mi vientre se volvió insoportable y de pronto me di cuenta de cómo me retorcía debajo de su cuerpo, mientras mis suaves jadeos se convertían en gemidos desesperados.
Mis manos que antes luchaban por apartarlo, ahora se aferraban con desesperación a su piel, mis uñas se encajaban en su espalda y mis piernas rodeaba con fuerza su cintura, mientras sus embestidas se volvían cada vez más violentas.
No sentí amor, no al principio, me tomaba por el cuello, me mantenía contra el colchón, dominándome con resentimiento, como si le debiera algo, como si fuera la ladrona de su orgullo y pensara que sometiéndome de esa manera estaba recuperándolo, aunque fuera un poco.
Cada vez terminaba más cansado, jadeando como una bestia en mi oído, dejándose caer a mi lado por un par de minutos antes de volver a arrastrarme a esa espiral de lujuria. La cama parecía que terminaría por romperse, pero los crujidos de la madera no fueron suficientes para detenerlo, ni siquiera mis piernas temblorosas o mis gemidos que ya se habían transformado en sollozos débiles.
Aun así, obedecí cada petición suya, cada exigencia. Estaba cansada, por momentos al borde del desmayo, era como si Byron quisiera matarme en un orgasmo y, aun así, cuando me chasqueaba los dedos yo volvía a ceder, perdiendo la noción del tiempo y aferrándome a él hasta que por fin caí dormida… o tal vez inconsciente.
Una sacudida brusca me hizo despertar sobresaltada. Intenté girarme, pero mi cuerpo estaba adolorido y solo sentía calambres de la cintura para abajo.
—Despierta ya. Tengo que darme un baño —dijo Byron con ese tono frío y apático mientras se quitaba la sábana de encima y esta me caía encima.
Sentado en el borde de la cama se estiró, dándome un espectáculo con los músculos de su espalda. Gracias a la luz que entraba por la ventana pude ver lo que en la penumbra no. Estaba tatuado, pero no parecían trazos al azar o por simple gusto. Parecía un tributo a lo efímero de la vida, entre cráneos, un reloj y una brújula.
—¿No me escuchaste? —preguntó perdiendo la paciencia—. No tengo tu tiempo.
Torcí los ojos con molestia, un pequeño gusto que me podía dar, dado que él no veía. Envolví mi cuerpo con la sábana y me levanté. Mis piernas no tenían fuerzas y aun así conseguí que mis pies dieran paso tras paso hasta que llegué hasta él. Lo tomé de la mano y cuando estaba a punto de llevarlo, su cuerpo se puso rígido. Me obligó a girar con un movimiento fuerte y rápido, dándole la espalda.
—No tienes ni idea de cómo guiar a un ciego, no me sorprende, nunca fuiste muy perspicaz —susurró en mi oído, su aliento me puso nerviosa, pero sus palabras me molestaron. Cuando estaba a punto de refunfuñar, su mano cayó pesada sobre mi hombro y suavemente se deslizó por mi espalda, erizando la piel de mis brazos. Siguió el surco de mi columna vertebral y se metió por debajo de la sábana, posándose en mi cintura—. Avanza que se me hace tarde.
Tragué saliva y controlé lo mejor que pude el temblor de mi cuerpo, no quería que se diera cuenta. Avancé con paso lento hacia el baño, con él detrás de mí. Me acerqué a la regadera y comencé a preparar su baño. Cuando giré para ayudarle a meterse debajo del agua, él había recortado aún más su distancia.
Sus ojos carentes de vida estaban perdidos en la nada, pero sus manos se acercaron a mi cuerpo, tal vez guiadas por mi calor.
—Tu silencio me desconcierta… —susurró con media sonrisa, mientras sus manos se apoyaban en mis mejillas—. Antes hablabas hasta por los codos, pero desde que nos casamos te he escuchado más veces gemir que quejarte.
Abrí la boca, queriendo decir algo, pero terminé cerrándola tan fuerte que mis dientes castañearon con impotencia.
—Así me gusta más —ronroneó antes de tirar de la sábana que me cubría y meterme con él a la regadera. Ni siquiera pude exigir una explicación cuando él me apoyó contra los mosaicos, tomándome con firmeza del cuello mientras su mano libre se escurría entre mis piernas.
Mi cuerpo reaccionaba al suyo, no podía negar lo atraída que me sentía hacía él y justo cuando estaba esperando sentir sus labios sobre los míos, se apartó.







