AMBER PIERCE
Los días se habían convertido en una mezcla de monotonía y confusión. Por las mañanas ayudaba a Byron a alistarse para ir a la empresa, empezando por guiarlo al baño.
—¿Qué esperas? Alista mi ropa. ¿Crees que te quiero ahí, viéndome mientras me baño o esperas a que te invite conmigo a la ducha? —Siempre tenía una nueva manera de hacerme rabiar. Mientras torcía los ojos y lo remedaba en silencio, salía del baño para dejar todo listo sobre la cama.
La amenaza siempre quedaba implícita:
—Si no eres capaz, tendré que llamar a la enfermera —decía siempre que estaba a punto de mandarlo por un tubo.
Así que, aunque le empezaba a guardar cierta clase de resentimiento, siempre me esmeraba que estuviera impecable, combinando a la perfección el traje con la camisa y la corbata. Podía apostar que se vestía mejor que antes de que yo llegara a su vida.
Era un poco humillante amarrarle los zapatos, así como me ponía nerviosa acomodando su corbata. Tenerlo tan cerca, con su loción a