AMBER PIERCEAcepté por mi mamá, por el bebé y por mí.Me mudaron a un lugar apartado, una casa de descanso rodeada de árboles y vigilada por personal médico. Decían que era «para mi seguridad», pero yo sabía que era una forma elegante de decir que estaba atrapada.Cada noche, cuando el bebé se movía dentro de mí, le hablaba en voz baja:—Ya casi, amor… —le decía acariciando mi vientre—. Te prometo que todo esto tendrá sentido.Pasaron dos meses, y entonces, una madrugada de lluvia, el dolor comenzó.El parto fue difícil. Sentí que el mundo se partía en dos dentro de mí. Los gritos, las luces, las voces que me decían «puje, puje», todo se volvió confuso y distante. Pero en medio del caos, un sonido lo cambió todo.Un llanto.El más dulce, el más desgarrador llanto que había escuchado en mi vida.—Es un niño —dijo la enfermera, y en ese momento, el tiempo se detuvo.Cuando me lo pusieron sobre el pecho, las lágrimas me nublaron la vista. Era tan pequeño, tan cálido, tan real. Tanto tie
Leer más