LA VENGANZA DEL CEO. Mi Ex será mi Secretaria

LA VENGANZA DEL CEO. Mi Ex será mi SecretariaES

Romance
Última actualización: 2025-10-03
Krista Miller  Recién actualizado
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Resumen
Índice

Nicole tuvo que dejar al amor de su vida, por culpa de su suegra y aprender a vivir sin él. Cinco años después de una dolorosa ruptura, Kyan regresa al país convertido en un exitoso CEO y adquiere la empresa donde su ex novia Nicole trabaja como recepcionista. Aunque el rencor y las heridas del pasado los separan, la tensión entre ambos es innegable. Nicole es ahora una madre soltera, y aunque el destino les ha reunido, hay un secreto que la consume: la hija que tuvo con Kyan. ¿Podrán superar el odio y las mentiras del pasado para descubrir lo que realmente sienten el uno por el otro, o las cicatrices son demasiado profundas para sanar?

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Capítulo 1

1. El chantaje de la suegra.

Capítulo uno. El chantaje de la suegra.

Era un día cálido de verano cuando Nicole se encontró caminando junto a Kyan por la orilla del río, el sol empezando a ponerse en el horizonte y tiñendo todo de tonos anaranjados. El aire estaba impregnado de la frescura de la brisa, y el sonido de las olas rompiendo suavemente contra las rocas marcaba el ritmo de sus pasos. La sensación de paz era el perfecto reflejo de lo que solían ser: una pareja unida, soñando con el futuro.

—¿Alguna vez has pensado en lo que vamos a hacer cuando termine la universidad? —preguntó Nicole, mirando a Kyan con una sonrisa que mostraba más esperanza que certeza.

Kyan la miró con ternura y una sonrisa, y sin pensarlo, tomó su mano.

—No tengo ni idea. Pero sé que quiero estar contigo, Nicole. Siempre.

Las palabras de Kyan la hicieron sonrojar y su corazón latir más rápido. Había algo en él, algo que la hacía sentir que nada podría separarlos. De hecho, en ese momento, no podía imaginar una vida sin él. Había algo tan especial entre ellos, algo que trascendía el simple amor juvenil, algo que los conectaba de una forma tan profunda.

Nicole llevaba semanas sintiéndose extraña: mareos repentinos, cansancio inexplicable, un dolor sordo en el vientre que no desaparecía. Preocupada, decidió acudir al médico, convencida de que no sería nada grave. Sin embargo, la expresión grave del doctor le heló la sangre en las venas.

—Me temo que no son buenas noticias —dijo, con voz seca, sin un ápice de empatía—. Los análisis y la ecografía sugieren un cáncer de ovario avanzado. Lo mejor es operar cuanto antes. Solo debo advertirle

El mundo de Nicole se derrumbó en ese instante, como si estuviera atrapada en una pesadilla absurda de la que no podía despertar.

Esas palabras retumbaron en su mente con la fuerza de una campana rota. Nunca podría darle una familia a Kyan. Nunca podría regalarle lo que él soñaba. Sintió que algo dentro de ella se quebraba para siempre.

Con el alma desgarrada, Nicole intentó convencerse de que Kyan la amaría igual, que nada cambiaría. Pero en lo más profundo de su ser, el miedo había echado raíces. Y justo en ese estado de vulnerabilidad absoluta, sonó su teléfono. Al principio pensó que era un mensaje sin importancia, pero al ver el nombre en la pantalla, sintió un escalofrío. Era la señora Byron, la madre de Kyan. Nunca había sido amable con ella, y sentía una presión constante cada vez que la mujer la llamaba. Contestó con una mezcla de nervios y aprensión.

—Hola, señora Byron —dijo Nicole, su voz un tanto tensa.

Al otro lado de la línea, la voz de la señora Byron sonó fría y calculadora, como siempre.

—Nicole, quiero verte ahora —dijo, sin ningún saludo de cortesía. La mujer no esperaba una respuesta, sino que simplemente daba una orden—. Ven a mi casa, no te hagas esperar.

Nicole apenas tuvo fuerzas para responder que sí. Y cuando llegó a la mansión resplandeciente de los Byron, el peso de todo lo vivido la hundió aún más.

Cuando llegó a la casa de los Byron, la señora la estaba esperando en la sala, sentada en un sillón, como si estuviera esperando que Nicole se arrodillara. La mujer la observó con frialdad, como siempre lo hacía, sin mostrar ni un atisbo de emoción.

—Nicole, siéntate —dijo la señora Byron, sin levantar la vista de su libro.

Nicole, con el corazón en un puño, se sentó frente a ella, tratando de mantener la compostura.

—He estado pensando mucho sobre ti y Kyan —comenzó la señora Byron, finalmente mirando a Nicole con una expresión severa—. Y ya no me aguanto la verdad

Nicole tragó saliva, sabiendo que lo que venía no sería nada bueno.

—Kyan tiene una oportunidad que no puede dejar pasar —continuó la señora Byron, su tono frío y calculador—. Una beca completa para estudiar en el extranjero. Es lo que siempre ha querido, y tú... tú eres el obstáculo. Le has impedido que vaya.

Nicole sintió como si un peso cayera sobre ella. ¿Qué estaba diciendo la señora Byron? ¿Era eso lo que quería? ¿Destruir su relación por completo?

—No entiendo... —dijo Nicole, incapaz de ocultar el temblor en su voz—. Kyan no quiere irse, él quiere estar aquí conmigo.

La señora Byron sonrió, pero fue una sonrisa cruel.

Nicole sintió como si las paredes doradas de aquella mansión fueran a cerrarse sobre ella. El mármol bajo sus pies, los cuadros de artistas que solo había visto en revistas, los candelabros de cristal resplandeciente... todo hablaba de un mundo que no le pertenecía. Y ahora, las palabras de la señora Byron caían sobre ella como veneno.

—Sabía que eras ingenua, pero no tan estúpida.¿De verdad no entiendes lo obvio? —la voz de la mujer era tan elegante como cortante—. Kyan está atado a ti como un niño que no sabe lo que quiere. Pero tú… tú eres una distracción barata. ¿Acaso creíste que podrías encajar en esta casa, en esta vida? Mírate. Ni siquiera sabes en qué copa se sirve el vino, y pretendes ser la esposa de mi hijo.

Nicole se estremeció, con la garganta seca.

—Kyan no quiere irse… —musitó, intentando sostenerse en algo, aunque su voz temblaba—. Él quiere estar aquí conmigo.

La señora Byron soltó una carcajada breve, gélida, como el sonido de un cristal al quebrarse.

—Ay, niña. Qué encantadoramente patética. No tienes idea de lo que hablas. Claro que quiere irse, claro que debe irse. ¿Acaso no lo ves? Si se queda contigo, enterrará su futuro aquí, en este pueblo miserable, rodeado de mediocridad. No voy a permitir que mi hijo arruine su vida por una ilusión.

El corazón de Nicole palpitaba con violencia.

—Pero yo lo amo… —dijo en un susurro apenas audible—. ¿Por qué no puedo estar con él?

Los ojos de la señora Byron se endurecieron, dos piedras preciosas que brillaban con desprecio.

—Porque nuestras familias ya no tienen lazos, niña ilusa. ¿No lo sabías? —la mujer ladeó la cabeza con un gesto de falsa compasión—. Hace años, tu padre cometió una ofensa imperdonable contra nosotros. Esa puerta se cerró para siempre, y tú, sin enterarte, sigues creyendo que todo es posible. Pues no lo es. Tú eres la mancha que mi hijo no puede permitirse.

Nicole se llevó una mano a la boca, incapaz de procesar lo que escuchaba.

—No… yo no sabía…

—Por supuesto que no —replicó Byron, acercándose con un perfume sofocante—. Nadie te lo diría, porque todos saben lo ridículo de tu papel aquí. Pero yo te estoy dando la oportunidad de hacer lo correcto. No lo obligues a elegir, porque si lo hace, se destruirá. Hazle creer que nunca fue nada para ti, que lo usaste. Humíllalo si hace falta. Y después, él se marchará.

Nicole retrocedió, horrorizada.

—Eso es cruel… No puedo…

La sonrisa de la señora Byron se torció, venenosa.

—Puedes. Y lo harás. Porque si no lo haces tú, lo haré yo. Y créeme, Nicole, puedo ser mucho más despiadada de lo que imaginas.

El silencio se clavó como un cuchillo. Nicole sentía que todo lo que la rodeaba, desde las alfombras persas hasta los candelabros brillantes, la expulsaba de ese lugar. Sabía que había perdido antes de empezar.

Finalmente, con los labios partidos por el miedo, susurró:

—Lo haré…

Y esa promesa sonó más a una sentencia que a una decisión.

Esa misma tarde, Nicole encontró a Kyan en su apartamento, esperando ansioso por verla. Sus ojos brillaban de emoción, pero Nicole sabía lo que debía hacer. El amor que ella sentía por él aún era inmenso, pero ya no podía quedárselo. Debía destruirlo para que él pudiera marcharse, para que su madre tuviera lo que quería.

Kyan la abrazó, la envolvió en sus brazos con una dulzura que hizo que el dolor fuera aún más insoportable.

—Nicole, sé que todo esto está siendo difícil, pero si juntos podemos superar cualquier cosa —dijo él, su voz llena de esperanza, como si nada pudiera derrumbarlos.

Nicole respiró hondo. Debía ser cruel.

—No, Kyan. —Se apartó de sus brazos—. Ya no quiero estar contigo.

Él la miró, desconcertado.

—¿Qué? ¿Por qué dices eso?

Nicole lo sostuvo con la mirada, esta vez sin lágrimas, sin temblores. Su voz fue dura, sarcástica, como si hablara desde un lugar al que él jamás podría llegar.

—Tu madre me lo contó todo. La beca, el plan de sucesión, los años de preparación que tu familia ha invertido en ti. ¿Y tú sueñas con casarte conmigo? ¿Con arriesgarlo todo por “nuestro amor”? —soltó una risa amarga—. Despierta, Kyan. Elegirme a mí es condenarte a perderlo todo.

Él dio un paso atrás, como si cada palabra fuera un golpe.

—Eso no es verdad…

—Lo es. —Nicole lo interrumpió, con una calma gélida—. He pensado en nuestro futuro y no lo veo. No quiero ser la mujer que te arrastre al fracaso. Porque eso es lo que pasará. Me eliges y pierdes el apoyo de tu familia. Me eliges y te quedas sin nada. ¿Qué crees? ¿Que sobreviviremos con amor y promesas? No seas ingenuo.

Kyan intentó acercarse, pero ella lo detuvo con una mirada tajante.

—No quiero ser la culpable de tu derrota, ni la mujer a la que culpes cuando tu vida se derrumbe. Prefiero dejarte ahora, antes de ver en tus ojos el desprecio que tarde o temprano tendrías. Además, elegirme te dejará sin nada y te convertirás en un perdedor que ni siquiera puede mantenerse a sí mismo. No quiero arriesgar mi futuro con alguien que está destinado a perder. Y no quiero ser a quien culpes después de fracasar.

Él apenas podía respirar.

—Nicole…

—No insistas. —Sus palabras fueron cuchillas—. Elige tu futuro. Y olvídame.

Sin darle oportunidad de refutar, Nicole recogió su bolso y salió. La puerta se cerró tras ella con un eco que a Kyan le sonó como la sentencia de su condena.

Nicole caminó sin mirar atrás, con el corazón hecho añicos, pero la espalda recta. Era la única forma de salvarlo… y la más cruel de todas.

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