3. Te incomoda mi presencia

Capítulo tres. ¿Te incomoda mi presencia?

Nicole trató de actuar con normalidad después de la presentación de Kyan como el nuevo dueño de la empresa. Sabía que tarde o temprano tendría que interactuar con él, pero cada fibra de su ser le gritaba que evitara ese momento el mayor tiempo posible.

Las horas transcurrieron en un vaivén de tareas rutinarias y miradas furtivas. No había logrado concentrarse bien en su trabajo desde que vio a Kyan entrar en la sala de reuniones. Cada palabra que había pronunciado, cada gesto frío y calculador, le recordaban que ya no era el mismo chico que había amado. Ahora era un hombre poderoso, distante y, sobre todo, su jefe.

A pesar de que trataba de enfocarse en sus responsabilidades, una notificación en su computadora la sacó de su ensimismamiento. Era un correo del departamento de dirección con el asunto: "Citación con el CEO".

El estómago se le hizo un nudo.

El mensaje era breve y formal:

"Señorita Nicole Wallace, el señor Byron desea verla en su oficina a las cuatro en punto. No falte."

Nicole sintió que su corazón se aceleraba. ¿Para qué querría verla? Intentó convencerse de que se trataba de un simple protocolo con los empleados, pero una parte de ella sabía que no era así.

Cuando llegó la hora, tomó aire profundamente y caminó hacia el ascensor con paso firme, aunque sus piernas temblaban. El trayecto hasta el último piso se sintió eterno, y cuando finalmente se encontró frente a la puerta de la oficina de Kyan, su mano titubeó antes de llamar.

—Adelante.

La voz profunda y firme del hombre al otro lado de la puerta le heló la sangre.

Entró y cerró la puerta con cuidado, sintiéndose diminuta en la amplia oficina de su ex. La decoración era elegante y minimalista, con grandes ventanales que ofrecían una vista impresionante de la ciudad. Kyan estaba sentado tras un escritorio de madera oscura, revisando algunos documentos con una expresión seria.

—Siéntate —ordenó sin levantar la vista.

Nicole tragó saliva y obedeció. Había esperado algún tipo de reacción en él, alguna señal de reconocimiento más allá de la breve conversación en la presentación, pero no hubo nada. Solo frialdad.

Kyan dejó los papeles a un lado y finalmente la miró.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?

—Cuatro años —respondió ella, tratando de que su voz sonara firme.

—Interesante… —dijo con un tono que le resultó difícil de descifrar—. No lo esperaba.

Nicole frunció el ceño.

—¿Qué quiere decir con eso?

Kyan se recostó en su silla y entrelazó los dedos sobre la mesa.

—Solo que me sorprende verte aquí, Nicole. Pensé que estarías en cualquier otro lugar… menos en mi empresa.

Su forma de enfatizar mi empresa le dio escalofríos. No lo había dicho de forma casual, sino como si quisiera recordarle el poder que ahora tenía sobre ella.

Nicole enderezó la espalda y lo miró fijamente.

—No sabía que esta era su empresa hasta hoy, señor Byron.

Kyan ladeó una sonrisa sin rastro de calidez.

—Curioso, ¿no? El destino tiene un sentido del humor muy retorcido.

El ambiente se volvió tenso. Nicole no podía soportar la forma en que la miraba, como si estuviera analizándola, como si buscara en ella alguna reacción.

—¿Para qué me llamó? —preguntó, intentando mantener la profesionalidad.

Kyan apoyó los codos sobre el escritorio y la miró directamente a los ojos.

—Porque quiero dejar algo claro desde el principio. No quiero problemas en mi empresa. Si tienes algún inconveniente con mi presencia, este es el momento de decirlo.

Nicole sintió un golpe en el pecho.

—No tengo ningún inconveniente, señor Byron.

—Bien —Kyan sonrió con satisfacción—. Porque no pienso mezclar el pasado con los negocios. No me interesa lo que ocurrió entre nosotros hace cinco años. Eso quedó enterrado.

A Nicole le dolió más de lo que esperaba escuchar esas palabras, pero se forzó a asentir.

—Estoy de acuerdo.

Kyan la observó unos segundos más, como si buscara algún signo de debilidad en su expresión, pero ella se mantuvo firme.

—Perfecto. Puedes retirarte.

Nicole se levantó de inmediato, sintiendo que el aire en esa oficina la asfixiaba. Se dirigió a la puerta con rapidez, pero antes de salir, escuchó su voz una vez más.

—Ah, y una última cosa, Nicole.

Ella se detuvo en seco, sin darse la vuelta.

—Asegúrate de no hacer nada que me haga cuestionar si deberías seguir aquí.

Era una advertencia. Y lo peor era que Nicole no sabía si estaba hablando como su jefe… o como el hombre que nunca la perdonó.

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