Capítulo dos. El nuevo CEO.
Nicole estaba en su puesto de trabajo, ocupada organizando los papeles y atendiendo las llamadas telefónicas como todos los días. El bullicio de la oficina era una constante que la mantenía distraída, aunque su mente vagaba a menudo hacia los recuerdos de lo que había sido su vida antes de que todo cambiara. No esperaba nada fuera de lo común este día, hasta que una noticia inesperada comenzó a circular entre los empleados. —¿Escuchaste? El jefe tiene algo importante que anunciar —comentó Laura, una de sus compañeras, al pasar cerca de su escritorio. —No, ¿qué pasa? —preguntó Nicole sin levantar la vista. —Parece que la empresa ha sido adquirida por un nuevo grupo. No sé mucho, pero están haciendo una presentación importante dentro de poco. Dicen que el nuevo propietario estará allí. Nicole levantó la cabeza de golpe, sintiendo un leve estremecimiento en su interior. ¿Un nuevo propietario? No podía imaginar qué significaba eso para ella, pero la idea de un cambio importante en la empresa la puso nerviosa. A veces, los cambios no traían nada bueno. Se quedó con esa duda en mente, tratando de seguir con su trabajo. Poco después, la noticia de la presentación se confirmó. Todos los empleados fueron llamados a una reunión urgente en el salón principal, y aunque Nicole no comprendía completamente la magnitud de lo que estaba por suceder, se alineó con los demás, siguiendo la corriente. Al llegar al salón de conferencias, Nicole se encontró con un ambiente tenso. El jefe de la empresa, Sebastián Gómez, estaba de pie junto al estrado, mirando a todos los presentes con una sonrisa forzada, pero sus ojos reflejaban la incertidumbre que todos sentían. Nicole notó que la mayoría de los empleados estaban susurrando entre sí, preguntándose qué les depararía este nuevo cambio. —Buenos días a todos —comenzó Sebastián, tomando el micrófono—. Como algunos ya saben, nuestra empresa ha sido recientemente adquirida por un nuevo grupo de inversores. Estoy aquí para presentarles al nuevo propietario, quien, estoy seguro, llevará esta empresa a nuevas alturas. El murmullo en la sala se intensificó, pero Nicole no estaba preparada para lo que sucedería a continuación. Sebastián hizo una pausa dramática, y luego señaló hacia la puerta con una sonrisa amplia. —Es un honor para mí presentarles al señor Kyan Byron, el nuevo dueño de nuestra empresa. Nicole sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. El nombre le sonaba vagamente, pero no fue hasta que vio la figura que entró por la puerta que la realidad la golpeó con fuerza. Kyan. El hombre que había amado. El hombre al que había dejado ir. El hombre que ahora estaba frente a ella, con una postura firme y una mirada fría, tan distinta de la que alguna vez conoció. Nicole quedó petrificada, incapaz de moverse. Su corazón dio un vuelco en su pecho, y un nudo se formó en su garganta. No podía ser él. No podía ser el mismo Kyan que había dejado ir cinco años atrás. El hombre que ahora estaba frente a ella no tenía ni la calidez ni la familiaridad de su antiguo amor. En lugar de la sonrisa confiada que solía mostrar, ahora tenía una expresión fría y distante, una mirada que no reflejaba ninguna emoción hacia ella. Estaba vestido con un traje perfectamente ajustado, sus cabellos cortos y bien cuidados, su porte impecable, como si fuera alguien completamente diferente. Como si el joven lleno de sueños y promesas que alguna vez conoció no existiera más. Nicole no podía apartar la vista de él. La presión en su pecho era tan fuerte que parecía como si el aire fuera demasiado denso para respirar. No sabía qué hacer, qué pensar. El hombre que amaba, el hombre que había dejado atrás, ahora era su jefe. Y no podía evitar sentir que todo lo que había pasado entre ellos, todo lo que ella había hecho para destrozarlo, la estaba aplastando. —Es un placer estar aquí con todos ustedes —dijo Kyan, tomando el micrófono con una voz profunda y autoritaria que hizo eco en la sala. No era la misma voz suave que ella recordaba, sino una que exudaba poder, control y una frialdad casi palpable—. Estoy ansioso por trabajar con cada uno de ustedes y llevar a esta empresa a nuevas alturas. Nicole sintió un escalofrío recorrer su espalda. "Este no es Kyan. Este es el señor Byron", pensó, luchando contra las emociones que amenazaban con desbordarse. La persona que había amado ya no existía, y no podía seguir viéndolo con los mismos ojos. No después de todo lo que había pasado. El resto de la presentación fue un blur para Nicole. Solo escuchaba las palabras del nuevo dueño de la empresa, pero su mente estaba atrapada en el caos de su corazón. ¿Qué había sucedido? ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Cómo era posible que Kyan, el hombre que ella había dejado ir, ahora fuera el dueño de todo? Cuando la reunión terminó y todos comenzaron a dispersarse, Nicole se quedó quieta, como si fuera incapaz de moverse. Los recuerdos de su pasado se arremolinaban en su mente. Aquella tarde en la que, con el corazón roto, lo había empujado a irse. La amenaza de su suegra, las palabras crueles que tuvo que decirle para que se alejara de ella. "Nunca te amé". "Tienes que irte". Las palabras que todavía la perseguían. El sonido de unos pasos acercándose la sacó de sus pensamientos. Al girarse, vio a Kyan, o mejor dicho, al señor Byron, acercándose con paso firme. —Nicole, ¿verdad? —dijo él con una mirada directa, casi fría, pero que no dejaba de ser profesional. —Sí, señor Byron —respondió ella, su voz más firme de lo que se sentía por dentro. Kyan la observó por un instante más, como si la evaluara, y luego asintió lentamente. —Estoy seguro de que podremos trabajar bien juntos —dijo con una sonrisa tensa, pero sin calidez. Luego, se dio media vuelta y caminó hacia su oficina sin darle más atención. Nicole se quedó allí, observando su figura alejarse. El hombre que había amado, ahora convertido en alguien completamente diferente, se había ido sin siquiera mirarla como antes. Sin el amor, sin la ternura, sin nada. La angustia y la culpa la invadieron de inmediato. ¿Qué había hecho? ¿Por qué tuvo que empujarlo tan lejos? Ahora él estaba fuera de su alcance, más allá de cualquier intento de acercarse. Ella no era más que una empleada, una desconocida, para el hombre que alguna vez fue su todo. Y, sin embargo, algo en su pecho seguía gritando. Algo que decía que, tal vez, aún había una pequeña chispa de esperanza, aunque la distancia que los separaba fuera ahora más grande que nunca.