4. El primer amor del CEO

Capítulo cuatro. El primer amor del CEO.

El resto de la jornada transcurrió en un estado de tensión insoportable para Nicole. Sabía que debía mantener la calma y actuar como si nada hubiera pasado, pero el encuentro con Kyan la había dejado con el corazón acelerado y un nudo en la garganta.

Había visto dureza en sus ojos. O quizás no era dureza… quizás era algo peor: indiferencia.

Cada vez que pensaba en sus últimas palabras, un escalofrío la recorría.

“Asegúrate de no hacer nada que me haga cuestionar si deberías seguir aquí”.

Kyan Byron no estaba contento de verla, eso era evidente. Nicole temía que en cualquier momento encontrara una excusa para despedirla.

Pero ella no podía permitirse perder ese empleo.

No cuando Millie dependía de ella.

Cuando llegó a su pequeño apartamento, Nicole sintió que el peso del día la aplastaba. Se apoyó un segundo en la puerta, cerrando los ojos y tomando aire profundamente.

Unos pasitos apresurados la sacaron de su ensimismamiento.

—¡Mami!

Millie corrió hacia ella con los brazos abiertos, y Nicole se agachó de inmediato para recibirla en un abrazo fuerte y cálido.

—Hola, mi amor —susurró contra su cabello, disfrutando de la sensación de su pequeña contra su pecho.

Por un instante, todo lo demás desapareció. Su pequeña hija era su luz. Y pensar que Nicole no supo de su existencia hasta seis meses después, porque aunque tenía síntomas lo había atribuido al supuesto cáncer de ovario que erróneamente le había diagnosticado aquel doctor incompetente. Nicole no quiso pensar en el pasado porque dolía demasiado. En cambio decidió enfocarse en su hija.

—¡Mira lo que hice hoy en la escuela! —Millie se separó de ella con emoción y le mostró una hoja con un dibujo lleno de colores—. Es nuestra familia.

Nicole miró la hoja con ternura. En el centro estaba ella, con una gran sonrisa, sosteniendo la mano de Millie. Y al otro lado… un hombre sin rostro.

—¿Quién es este, cariño? —preguntó suavemente, aunque ya sabía la respuesta.

—Mi papá —respondió Millie con naturalidad—. La maestra dijo que dibujáramos a nuestras familias.

El corazón de Nicole se detuvo un segundo.

—¿Y por qué no tiene cara?

Millie frunció los labios, pensativa.

—Porque no sé cómo es… pero quiero conocerlo algún día.

Nicole sintió que su garganta se cerraba.

No era la primera vez que Millie mencionaba a su padre, y cada vez que lo hacía, la culpa la carcomía.

Pero ahora… ahora él estaba de vuelta.

Y si descubría la verdad, no sabía qué haría.

—Vamos a cenar, mi amor —dijo, obligándose a sonreír mientras acariciaba el cabello de su hija—. Y luego me cuentas todo sobre tu día.

Intentó alejar los pensamientos sobre Kyan de su mente, pero sabía que era inútil.

Porque él era su jefe.

Porque él la despreciaba.

Y porque, tarde o temprano, descubriría que tenía una hija.

Nicole se despertó al día siguiente con la sensación de que algo iba a salir mal.

El estómago le pesaba mientras se vestía, mientras preparaba el desayuno de Millie y mientras la llevaba a la escuela. Sabía que, al llegar a la oficina, tendría que seguir fingiendo que no la afectaba el regreso de Kyan Byron.

Que no le importaba que ahora él tuviera el poder de destruir la estabilidad que tanto le había costado construir.

Cuando llegó al edificio de la empresa, intentó pasar desapercibida. Caminó directamente a su escritorio en recepción y se sentó, revisando la computadora para distraerse.

Pero la calma no duró mucho.

—¿Es ella? —escuchó susurrar a un par de compañeras de trabajo cerca del ascensor.

—Sí, es Nicole. Dicen que fue el primer amor del C.E.O.

—Eso explicaría la forma en la que la miró ayer en la presentación…

El rostro de Nicole ardió de vergüenza y enojo. ¿Ya todos lo sabían?

No era una mujer ingenua. Sabía que los rumores en la oficina viajaban rápido, pero jamás pensó que, en menos de veinticuatro horas, su pasado con Kyan se convertiría en el chisme del momento.

Tomó aire y se concentró en la pantalla, ignorando los murmullos.

—Señorita Wallace.

La voz de su jefe inmediato la hizo enderezarse de inmediato.

—Sí, señor Gómez.

—El señor Byron la solicita en su oficina ahora mismo.

El corazón de Nicole dio un vuelco.

—¿Sabe para qué?

—No me dio detalles —respondió el hombre, con un gesto serio—. Pero le sugiero que no lo haga esperar.

Nicole tragó saliva, asintió y se puso de pie.

Sabía que ese momento llegaría. Sabía que Kyan no se conformaría con su conversación de ayer.

Pero aún así, no estaba preparada.

Cuando llegó al último piso, su respiración era irregular. Se detuvo frente a la puerta de la oficina de Kyan y, después de un segundo de duda, tocó con los nudillos.

—Adelante.

La voz grave y fría de Kyan la hizo estremecer.

Entró y se encontró con la misma escena del día anterior. Él estaba detrás del escritorio, impecable en su traje oscuro, con la mirada fija en unos documentos.

Pero esta vez, cuando levantó la vista hacia ella, sus ojos brillaban con algo más que frialdad.

Brillaban con intención.

—Cierra la puerta.

Nicole obedeció, sintiendo que la atmósfera en la habitación cambiaba.

Kyan se tomó su tiempo en hablar, como si disfrutara verla nerviosa.

—Los rumores vuelan rápido en esta empresa —dijo finalmente, con un tono casual que no coincidía con la intensidad de su mirada—. Y parece que todos saben algo que yo no.

Nicole sintió un escalofrío.

—No sé a qué se refiere, señor Byron.

Kyan apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos.

—Déjame ayudarte. Según mis empleados, tú y yo tenemos historia juntos.

Nicole apretó los puños.

—Eso fue hace mucho tiempo.

—Tal vez —asintió Kyan—. Pero hay algo que no entiendo.

Se puso de pie, caminando lentamente hacia ella, hasta detenerse a solo unos pasos de distancia.

—Si nuestra historia quedó en el pasado… ¿por qué no me dijiste la verdad cuando me viste ayer?

Nicole sintió que el aire le faltaba.

—¿De qué verdad habla?

Kyan inclinó un poco el rostro, observándola con intensidad.

—De que tenías miedo de que te despidiera.

Ella apretó los labios, sin responder.

Kyan esbozó una sonrisa torcida.

—No te preocupes, Nicole. No voy a despedirte… todavía.

Nicole sintió un golpe en el pecho.

—¿Qué quiere decir con eso?

Kyan ladeó la cabeza, como si la estudiara.

—Quiere decir que aún no he decidido qué hacer contigo. Puedes marcharte.

El miedo la invadió. No podía darse el lujo de perder su empleo. No ahora.

Kyan se cruzó de brazos, observándola con esa frialdad que la aterraba. Y ella volvió a su puesto de trabajo. Unos minutos después cuando revisó su correo electrónico, encontró la advertencia escrita.

*Supongo que solo nos queda ver qué tan bien juegas en mi empresa, señorita Wallace. A la primera estás fuera. La estoy vigilando."

Y con esas palabras, Nicole entendió que estaba en peligro.

Porque Kyan no solo la despreciaba.

Kyan estaba dispuesto a hacerla pagar.

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