Mundo ficciónIniciar sesiónDanna Arnes, una joven escritora con talento pero atrapada en la rutina tras la muerte de su madre, ve cómo sus sueños se desvanecen entre trabajos sin salida y obligaciones familiares. Sus días son monótonos, hasta que un encuentro fortuito la arrastra hacia un mundo que nunca imaginó. Liam Veyne, un hombre enigmático, magnético y con un aire de peligro irresistible, ha seguido cada uno de los pasos de Danna sin que ella lo note. Lo que comienza como una atracción secreta se convierte en una obsesión ardiente: él quiere protegerla, inspirarla y poseerla… todo a la vez. Entre secretos, juegos de poder, celos y pasiones que los consumen, Danna deberá decidir si se entrega al fuego de Liam, arriesgando su corazón y su independencia, o si mantiene la distancia, ignorando que el deseo más intenso nunca olvida a quien lo provoca. "Quiero ser tu historia favorita, aquella que leas una y otra vez sin cansarte, porque nunca voy a olvidarte."
Leer másEl sobre manila no tenía remitente.
Danna lo encontró metido entre las rejas de su puerta cuando regresaba de su turno en la librería. Pesaba demasiado para ser publicidad. Lo sostuvo bajo la luz amarillenta del pasillo mientras buscaba sus llaves con la otra mano, sintiendo cómo el cansancio de ocho horas de pie le trepaba por las piernas.
Dentro de su apartamento, el silencio le confirmó que Nerea seguía en el hospital. Mejor. No tendría que dar explicaciones sobre por qué llegaba dos horas tarde otra vez.
Dejó su bolso sobre la mesa de la cocina y abrió el sobre con desgana, esperando encontrar algún folleto o catálogo. Lo que cayó sobre la superficie de madera le heló la sangre.
Fotografías. Docenas de ellas.
Sus dedos temblaron al extenderlas. Todas eran de ella. Saliendo del metro. Comprando café. Sentada en el banco del parque donde solía escribir. Entrando a su edificio. Había una donde aparecía en pijama frente a la ventana de su habitación, con la luz del amanecer recortando su silueta.
—Dios mío...
La náusea trepó por su garganta. Alguien la había estado siguiendo. Fotografiando. Observando sus momentos más privados. ¿Durante cuánto tiempo?
Revisó el sobre desesperadamente buscando alguna nota, alguna explicación. Al fondo, un papel doblado. Lo sacó con manos temblorosas y leyó la única línea escrita en tinta negra:
"Eres más hermosa cuando no sabes que te observo."
El papel cayó de sus dedos. El apartamento de pronto le pareció demasiado silencioso, demasiado vulnerable. Las ventanas sin cortinas. La puerta que Nerea siempre olvidaba cerrar con llave. El edificio viejo donde cualquiera podía entrar.
Corrió a cerrar todas las ventanas, bajando las persianas con movimientos frenéticos. Su respiración se aceleraba. Tenía que llamar a la policía. Denunciar. Pero ¿qué les diría? ¿Que alguien la fotografiaba en espacios públicos? No era ilegal. Y la foto en su ventana... su palabra contra la de un fantasma sin rostro.
El timbre sonó.
Danna se paralizó. Eran las diez de la noche. Nerea tenía llaves. Nadie más debería estar tocando su puerta.
El timbre volvió a sonar, insistente.
Se acercó despacio, mirando por la mirilla. Un hombre alto, de espaldas, con un abrigo negro. No podía verle el rostro.
—¿Quién es? —preguntó, odiando cómo temblaba su voz.
—Necesito hablar contigo, Danna.
La forma en que pronunció su nombre—íntima, posesiva—le erizó la piel. Lo conocía. O al menos su voz le resultaba vagamente familiar.
—No abro la puerta a desconocidos. Váyase o llamo a la policía.
Una risa suave filtró a través de la madera.
—Recibiste mi regalo. —No era una pregunta—. Las fotografías no te hacen justicia. En persona eres... devastadora.
Era él. El acosador.
—Aléjese de mí o grito.
—No vas a gritar, Danna. Porque necesitas respuestas. Y porque en el fondo... una parte de ti ha estado esperando este momento.
—Está loco.
—Quizás. Pero mírame y luego decide si quieres que me vaya.
Cada instinto le gritaba que corriera, que llamara a alguien, que no abriera esa puerta bajo ninguna circunstancia. Pero algo más fuerte—una curiosidad enfermiza, una necesidad de ponerle rostro a su pesadilla—la hizo girar el pestillo.
Abrió apenas una rendija, manteniendo la cadena de seguridad puesta.
El hombre se volvió.
Y Danna olvidó cómo respirar.
Era el hombre más atractivo que había visto jamás. Cabello negro peinado hacia atrás, mandíbula angular, labios perfectamente esculpidos. Pero eran sus ojos lo que la dejó paralizada—azules como el hielo, penetrantes, hipnóticos. La miraban con una intensidad que debería haberla aterrado pero que en cambio envió una corriente eléctrica directa a su bajo vientre.
—Hola, Danna. —Su voz era terciopelo negro—. Soy Liam Veyne. Y he esperado mucho tiempo para conocerte oficialmente.
—Usted... usted me ha estado acosando.
—Observando. Hay una diferencia. —Dio un paso adelante—. Abre la puerta.
—No.
—Ábrela, Danna. O la tiro abajo y entramos por las malas. Preferiría no asustar a tus vecinos, pero lo haré si me obligas.
No era una amenaza vacía. Lo vio en la forma en que sus hombros se tensaron, en cómo sus manos se cerraron en puños contenidos. Este hombre era peligroso. Realmente peligroso.
Con dedos torpes, quitó la cadena y retrocedió tres pasos.
Liam entró cerrando la puerta tras él con un clic suave que sonó como una sentencia. El apartamento pequeño se sintió microscópico con su presencia llenándolo todo. Media casi dos metros y su cuerpo bajo el abrigo sugería músculos trabajados con dedicación.
—¿Qué quiere de mí? —Danna retrocedió hasta que su espalda tocó la pared.
Él avanzó despacio, como un depredador que no quiere espantar a su presa.
—Todo. —La palabra cayó como una piedra—. Tu tiempo. Tu atención. Tu cuerpo. Eventualmente, tu corazón.
—Está enfermo.
—Probablemente. —Llegó frente a ella, tan cerca que Danna podía sentir su calor—. Pero eso no cambia que te he vuelto mía en mi cabeza hace meses. Y lo que es mío en mi cabeza, siempre termina siendo mío en la realidad.
Levantó una mano y Danna se encogió, pero él solo acarició un mechón de su cabello con una ternura que contrastaba brutalmente con sus palabras.
—No voy a lastimarte, Danna. Nunca. A menos que me lo pidas.
—Quiero que se vaya.
—Mentira. —Sus ojos recorrieron su rostro—. Tu boca dice una cosa pero tu cuerpo me cuenta otra historia. Tus pupilas están dilatadas. Tu respiración es irregular. Y apuesto a que si deslizara mi mano entre tus piernas ahora mismo, te encontraría mojada.
La vergüenza incendió sus mejillas porque tenía razón. Su cuerpo la estaba traicionando, respondiendo a este hombre peligroso de formas que no entendía.
—¿Por qué yo? —susurró.
La sonrisa de Liam fue lobuna.
—Porque eres perfecta. Porque escribes historias sobre almas perdidas buscando redención y yo soy el hombre más perdido que conocerás jamás. Porque te vi una vez por accidente y no pude sacarte de mi cabeza. Y porque cuando quiero algo, Danna, no me detengo hasta obtenerlo.
—Esto es una locura.
—Lo sé. —Se inclinó hasta que sus labios rozaron su oído—. Pero ya es demasiado tarde para los dos. Ya estás bajo mi piel. Y voy a meterme tan profundo en tu vida que no recordarás cómo era existir sin mí.
Retrocedió un paso, dejándola temblorosa contra la pared.
—Nos veremos pronto, preciosa. Muy pronto.
Caminó hacia la puerta y la abrió. Antes de salir, se volvió una última vez.
—Por cierto, mañana a las tres en punto alguien te llamará con una oferta de publicación para tu manuscrito. Acéptala. Es importante.
—¿Qué? ¿Cómo...?
Pero Liam ya había desaparecido en el pasillo, dejando solo el eco de sus palabras y el aroma de su colonia—madera y especias—impregnado en el aire.
Danna se dejó caer al suelo, abrazándose las rodillas. Su mente era un caos. Debería estar aterrorizada. Llamar a la policía. Pedir una orden de alejamiento.
Pero en cambio, todo en lo que podía pensar era en la forma en que él la había mirado. Como si fuera algo precioso y maldito a la vez. Como si ella fuera su salvación y su condena.
Y la parte más aterradora era que una voz oscura en su interior susurraba que quería volver a verlo.
Su teléfono vibró. Un mensaje de número desconocido.
"Duerme bien, Danna. Estaré pensando en ti."
Adjunta venía otra foto. Ella, ahora, sentada en el suelo de su apartamento. Tomada segundos atrás.
Corrió a la ventana y la abrió de golpe. La calle estaba vacía. Ni rastro de Liam.
Pero en la acera de enfrente, bajo la luz de una farola, vio el destello de un flash.
El servidor cifrado emitió un pitido apenas audible en la penumbra del estudio improvisado que Igor había establecido en el ala este del château. Las tres de la madrugada marcaba el reloj de péndulo cuando la notificación apareció en su pantalla, interrumpiendo el análisis de rutas de escape que había estado perfeccionando durante las últimas semanas.El remitente lo hizo fruncir el ceño: una dirección encriptada que no reconocía, pero con protocolos de seguridad que solo utilizaban agencias gubernamentales de alto nivel. Igor había visto suficientes comunicaciones oficiales durante sus años de servicio militar para identificar los patrones, y este mensaje tenía todas las características de una comunicación institucional europea.Abrió el archivo después de ejecutar tres verificaciones de seguridad diferentes. El texto apareció en i
La biblioteca del château había sido transformada en una sala de interrogatorio improvisada. Las sillas de cuero que normalmente se distribuían de manera casual alrededor de la chimenea ahora formaban un círculo perfecto, como si fueran a celebrar una sesión de terapia grupal particularmente tensa. Danna ocupaba el centro, sentada en la única silla que no pertenecía al conjunto original: una silla de respaldo recto que Igor había traído desde el comedor, colocándola con la precisión militar que caracterizaba todos sus movimientos.El reloj de péndulo marcaba las diez de la mañana con su tic-tac hipnótico, el único sonido que llenaba el silencio espeso que se había instalado entre ellos. Sophia tenía su laptop abierta sobre las rodillas, los dedos suspendidos sobre el teclado como si estuviera a punto de documentar una confesión criminal. Igor permanec&i
El silencio se había convertido en su única compañía. Cuarenta y ocho horas habían transcurrido desde que Danna había cerrado la puerta de su habitación, y el mundo exterior parecía haberse desvanecido como un espejismo cruel. La luz del amanecer se filtraba entre las cortinas de seda, proyectando sombras alargadas sobre el suelo de madera noble que no había pisado desde que decidió encerrarse en su propia prisión emocional.¿Cómo llegué hasta aquí? La pregunta resonaba en su mente como un eco persistente mientras observaba su reflejo en el espejo del tocador. La mujer que le devolvía la mirada era un fantasma de quien había sido hace apenas dos días. Sus ojos, normalmente brillantes con esa chispa de determinación que la caracterizaba, ahora lucían apagados y hundidos en cuencas marcadas por ojeras violáceas. Su piel, que durante
El amanecer se filtraba a través de las cortinas de lino cuando Liam despertó con el peso familiar de Danna contra su pecho. Sus piernas seguían entrelazadas bajo las sábanas, como si durante el sueño hubieran buscado instintivamente mantener esa conexión que la noche anterior había redefinido todo entre ellos. La respiración de ella era profunda y rítmica, sus labios entreabiertos rozando la piel de su hombro con cada exhalación.Por primera vez en semanas, Liam se permitió experimentar algo parecido a la paz. No la tregua temporal que había aprendido a robar entre crisis, sino una quietud genuina que parecía emanar del simple hecho de tenerla allí, real y suya, al menos en ese momento suspendido antes de que el mundo exterior reclamara su atención.Danna se movió ligeramente, su mano buscando su pecho incluso en sueños, y él sintió c&oa
Tres semanas habían pasado desde que regresaron de Sicilia, tres semanas durante las cuales Danna había observado a Liam moverse por el château como un fantasma educado. Lo veía en los desayunos, compartiendo café y conversaciones superficiales sobre el clima o los planes del día. Lo escuchaba hablar con Igor sobre seguridad, con Sophia sobre logística, con Stephano sobre los documentos que habían recuperado. Pero nunca la tocaba.No como antes. No como cuando la necesidad era más fuerte que la razón y sus manos encontraban excusas para rozar su piel. Ahora mantenía una distancia respetuosa que la estaba volviendo loca.Dijiste que esperarías, recordó las palabras que él había susurrado contra su cabello aquella noche en la casa de piedra. Esperaré hasta que me necesites.La semana veinticuatro del embarazo había llegado con cambios que no espera
El sedán negro apareció en el sendero de grava como una sombra materializada, levantando pequeñas nubes de polvo que se dispersaron entre los cipreses. Danna había estado esperando junto a la ventana de la biblioteca durante las últimas dos horas, sus dedos tamborileando nerviosamente contra el cristal empañado mientras observaba cada movimiento en el horizonte. El peso de la espera había sido una carga física, instalándose en sus hombros como una manta de plomo.Cuando las puertas del vehículo se abrieron, no pudo contenerse. Su cuerpo se movió antes que su mente, atravesando el salón con pasos torpes pero decididos, su mano derecha sosteniendo el vientre abultado mientras la izquierda se aferraba a la barandilla de la escalera. Los escalones de piedra parecían interminables bajo sus pies hinchados, cada uno un obstáculo menor en su carrera hacia las respuestas que había
Último capítulo