Mundo ficciónIniciar sesiónClara Arnes, una joven escritora con talento pero atrapada en la rutina tras la muerte de su madre, ve cómo sus sueños se desvanecen entre trabajos sin salida y obligaciones familiares. Sus días son monótonos, hasta que un encuentro fortuito la arrastra hacia un mundo que nunca imaginó. Liam Veyne, un hombre enigmático, magnético y con un aire de peligro irresistible, ha seguido cada uno de los pasos de Clara sin que ella lo note. Lo que comienza como una atracción secreta se convierte en una obsesión ardiente: él quiere protegerla, inspirarla y poseerla… todo a la vez. Entre secretos, juegos de poder, celos y pasiones que los consumen, Clara deberá decidir si se entrega al fuego de Liam, arriesgando su corazón y su independencia, o si mantiene la distancia, ignorando que el deseo más intenso nunca olvida a quien lo provoca. "Quiero ser tu historia favorita, aquella que leas una y otra vez sin cansarte, porque nunca voy a olvidarte."
Leer másEl sobre manila no tenía remitente.
Danna lo encontró metido entre las rejas de su puerta cuando regresaba de su turno en la librería. Pesaba demasiado para ser publicidad. Lo sostuvo bajo la luz amarillenta del pasillo mientras buscaba sus llaves con la otra mano, sintiendo cómo el cansancio de ocho horas de pie le trepaba por las piernas.
Dentro de su apartamento, el silencio le confirmó que Nerea seguía en el hospital. Mejor. No tendría que dar explicaciones sobre por qué llegaba dos horas tarde otra vez.
Dejó su bolso sobre la mesa de la cocina y abrió el sobre con desgana, esperando encontrar algún folleto o catálogo. Lo que cayó sobre la superficie de madera le heló la sangre.
Fotografías. Docenas de ellas.
Sus dedos temblaron al extenderlas. Todas eran de ella. Saliendo del metro. Comprando café. Sentada en el banco del parque donde solía escribir. Entrando a su edificio. Había una donde aparecía en pijama frente a la ventana de su habitación, con la luz del amanecer recortando su silueta.
—Dios mío...
La náusea trepó por su garganta. Alguien la había estado siguiendo. Fotografiando. Observando sus momentos más privados. ¿Durante cuánto tiempo?
Revisó el sobre desesperadamente buscando alguna nota, alguna explicación. Al fondo, un papel doblado. Lo sacó con manos temblorosas y leyó la única línea escrita en tinta negra:
"Eres más hermosa cuando no sabes que te observo."
El papel cayó de sus dedos. El apartamento de pronto le pareció demasiado silencioso, demasiado vulnerable. Las ventanas sin cortinas. La puerta que Nerea siempre olvidaba cerrar con llave. El edificio viejo donde cualquiera podía entrar.
Corrió a cerrar todas las ventanas, bajando las persianas con movimientos frenéticos. Su respiración se aceleraba. Tenía que llamar a la policía. Denunciar. Pero ¿qué les diría? ¿Que alguien la fotografiaba en espacios públicos? No era ilegal. Y la foto en su ventana... su palabra contra la de un fantasma sin rostro.
El timbre sonó.
Danna se paralizó. Eran las diez de la noche. Nerea tenía llaves. Nadie más debería estar tocando su puerta.
El timbre volvió a sonar, insistente.
Se acercó despacio, mirando por la mirilla. Un hombre alto, de espaldas, con un abrigo negro. No podía verle el rostro.
—¿Quién es? —preguntó, odiando cómo temblaba su voz.
—Necesito hablar contigo, Danna.
La forma en que pronunció su nombre—íntima, posesiva—le erizó la piel. Lo conocía. O al menos su voz le resultaba vagamente familiar.
—No abro la puerta a desconocidos. Váyase o llamo a la policía.
Una risa suave filtró a través de la madera.
—Recibiste mi regalo. —No era una pregunta—. Las fotografías no te hacen justicia. En persona eres... devastadora.
Era él. El acosador.
—Aléjese de mí o grito.
—No vas a gritar, Danna. Porque necesitas respuestas. Y porque en el fondo... una parte de ti ha estado esperando este momento.
—Está loco.
—Quizás. Pero mírame y luego decide si quieres que me vaya.
Cada instinto le gritaba que corriera, que llamara a alguien, que no abriera esa puerta bajo ninguna circunstancia. Pero algo más fuerte—una curiosidad enfermiza, una necesidad de ponerle rostro a su pesadilla—la hizo girar el pestillo.
Abrió apenas una rendija, manteniendo la cadena de seguridad puesta.
El hombre se volvió.
Y Danna olvidó cómo respirar.
Era el hombre más atractivo que había visto jamás. Cabello negro peinado hacia atrás, mandíbula angular, labios perfectamente esculpidos. Pero eran sus ojos lo que la dejó paralizada—azules como el hielo, penetrantes, hipnóticos. La miraban con una intensidad que debería haberla aterrado pero que en cambio envió una corriente eléctrica directa a su bajo vientre.
—Hola, Danna. —Su voz era terciopelo negro—. Soy Liam Veyne. Y he esperado mucho tiempo para conocerte oficialmente.
—Usted... usted me ha estado acosando.
—Observando. Hay una diferencia. —Dio un paso adelante—. Abre la puerta.
—No.
—Ábrela, Danna. O la tiro abajo y entramos por las malas. Preferiría no asustar a tus vecinos, pero lo haré si me obligas.
No era una amenaza vacía. Lo vio en la forma en que sus hombros se tensaron, en cómo sus manos se cerraron en puños contenidos. Este hombre era peligroso. Realmente peligroso.
Con dedos torpes, quitó la cadena y retrocedió tres pasos.
Liam entró cerrando la puerta tras él con un clic suave que sonó como una sentencia. El apartamento pequeño se sintió microscópico con su presencia llenándolo todo. Media casi dos metros y su cuerpo bajo el abrigo sugería músculos trabajados con dedicación.
—¿Qué quiere de mí? —Danna retrocedió hasta que su espalda tocó la pared.
Él avanzó despacio, como un depredador que no quiere espantar a su presa.
—Todo. —La palabra cayó como una piedra—. Tu tiempo. Tu atención. Tu cuerpo. Eventualmente, tu corazón.
—Está enfermo.
—Probablemente. —Llegó frente a ella, tan cerca que Danna podía sentir su calor—. Pero eso no cambia que te he vuelto mía en mi cabeza hace meses. Y lo que es mío en mi cabeza, siempre termina siendo mío en la realidad.
Levantó una mano y Danna se encogió, pero él solo acarició un mechón de su cabello con una ternura que contrastaba brutalmente con sus palabras.
—No voy a lastimarte, Danna. Nunca. A menos que me lo pidas.
—Quiero que se vaya.
—Mentira. —Sus ojos recorrieron su rostro—. Tu boca dice una cosa pero tu cuerpo me cuenta otra historia. Tus pupilas están dilatadas. Tu respiración es irregular. Y apuesto a que si deslizara mi mano entre tus piernas ahora mismo, te encontraría mojada.
La vergüenza incendió sus mejillas porque tenía razón. Su cuerpo la estaba traicionando, respondiendo a este hombre peligroso de formas que no entendía.
—¿Por qué yo? —susurró.
La sonrisa de Liam fue lobuna.
—Porque eres perfecta. Porque escribes historias sobre almas perdidas buscando redención y yo soy el hombre más perdido que conocerás jamás. Porque te vi una vez por accidente y no pude sacarte de mi cabeza. Y porque cuando quiero algo, Danna, no me detengo hasta obtenerlo.
—Esto es una locura.
—Lo sé. —Se inclinó hasta que sus labios rozaron su oído—. Pero ya es demasiado tarde para los dos. Ya estás bajo mi piel. Y voy a meterme tan profundo en tu vida que no recordarás cómo era existir sin mí.
Retrocedió un paso, dejándola temblorosa contra la pared.
—Nos veremos pronto, preciosa. Muy pronto.
Caminó hacia la puerta y la abrió. Antes de salir, se volvió una última vez.
—Por cierto, mañana a las tres en punto alguien te llamará con una oferta de publicación para tu manuscrito. Acéptala. Es importante.
—¿Qué? ¿Cómo...?
Pero Liam ya había desaparecido en el pasillo, dejando solo el eco de sus palabras y el aroma de su colonia—madera y especias—impregnado en el aire.
Danna se dejó caer al suelo, abrazándose las rodillas. Su mente era un caos. Debería estar aterrorizada. Llamar a la policía. Pedir una orden de alejamiento.
Pero en cambio, todo en lo que podía pensar era en la forma en que él la había mirado. Como si fuera algo precioso y maldito a la vez. Como si ella fuera su salvación y su condena.
Y la parte más aterradora era que una voz oscura en su interior susurraba que quería volver a verlo.
Su teléfono vibró. Un mensaje de número desconocido.
"Duerme bien, Danna. Estaré pensando en ti."
Adjunta venía otra foto. Ella, ahora, sentada en el suelo de su apartamento. Tomada segundos atrás.
Corrió a la ventana y la abrió de golpe. La calle estaba vacía. Ni rastro de Liam.
Pero en la acera de enfrente, bajo la luz de una farola, vio el destello de un flash.
Las puertas del elevador se abrieron directamente a un apartamento que parecía sacado de revista de arquitectura. Ventanales de piso a techo con vista panorámica de Madrid. Muebles minimalistas en tonos grises y negros. Todo gritaba dinero, poder y control.Todo gritaba Liam.—Este no es tu apartamento —dijo Danna, retrocediendo hacia el elevador—. Este es de él.Sophia bloqueó su salida con el cuerpo, escribiendo frenéticamente: "Es de mi hermano. Vivo aquí con él. Pero no está, lo juro. Salió esta mañana."—¿Tu hermano? —La risa de Danna sonó histérica—. ¿Liam es tu hermano y no pensaste en mencionarlo cuando me hice tu amiga?Las lágrimas corrían libremente por las mejillas de Sophia ahora. Escribió con manos temblorosas: "Me pidió que me acercara a ti. Que te vigilara. Pero te juro que empezaste a importarme de verdad. No todo fue mentira."—¿Qué parte fue verdad entonces? —Danna sintió cómo su voz se quebraba—. ¿La parte donde fingiste entenderme? ¿O la parte donde me trajiste di
El café olía a canela y promesas rotas.Danna revolvió su té de manzanilla sin beberlo, observando cómo Sophia escribía en su libreta con una concentración que rozaba la urgencia. La chica había insistido en reunirse aquí después de que Danna prácticamente huyera de Editorial Vidal la noche anterior. Necesitaba normalidad. Algo que no estuviera contaminado por Liam o Stephano.Sophia levantó la libreta mostrando una pregunta escrita con caligrafía redonda y cuidadosa: "¿Dormiste algo?"—No mucho. —Danna forzó una sonrisa—. Sigo procesando todo lo de ayer.Sophia asintió con expresión comprensiva y escribió de nuevo: "Los hombres tóxicos tienen esa capacidad. Te drenan hasta que no reconoces tu propia mente."Algo en la forma en que lo escribió—con demasiada certeza, demasiada experiencia—hizo que Danna la estudiara más detenidamente. Sophia no podía tener más de dieciocho o diecinueve años. Su rostro aún conservaba esa suavidad de la adolescencia tardía, pero sus ojos azules contenían
Danna no recordaba cómo logró conciliar el sueño, pero cuando despertó con el sol filtrándose por su ventana, todo parecía una pesadilla distante. Hasta que vio su teléfono y los mensajes de Liam seguían ahí, tan reales como el dolor de cabeza que latía en sus sienes.Nerea ya se había ido al hospital. Mejor. No tenía energía para inventar explicaciones.Se duchó dejando que el agua caliente destensara sus músculos. Hoy era el día. Editorial Vidal. La reunión que podía cambiar su vida. Debería estar emocionada, nerviosa por las razones correctas.En cambio, solo sentía pavor.Se vistió con su único traje—pantalón negro y blusa blanca. Nada especial, pero presentable. Se recogió el pelo en un moño bajo y apenas se maquilló. En el espejo, vio a una mujer que parecía estar yendo a su ejecución, no a su gran oportunidad.A las nueve y media bajó del metro frente al edificio de cristal y acero donde estaba Editorial Vidal. Imponente. Intimidante. Las puertas giratorias la escupieron a un v
Danna salió del restaurante tambaleándose. El aire frío de Madrid le golpeó el rostro pero no logró despejar la neblina de confusión en su cabeza. Liam. Stephano. Guerra. Monstruos.—Espera. —Stephano la alcanzó, tomándola del brazo con suavidad—. No puedes irte sola. Liam estará esperándote.—Suélteme. —Danna se zafó bruscamente—. No sé qué juego están jugando ustedes dos, pero yo no voy a ser su peón.—Ya lo eres, cara. —La voz de Stephano perdió su calidez—. Desde el momento en que Liam puso sus ojos en ti. No hay vuelta atrás.—Pues mire. —Danna se plantó frente a él, temblando de rabia más que de miedo—. Yo decido mi propia vida. No ustedes. No Liam. Yo.Stephano la estudió con una mezcla de admiración y lástima.—Esa actitud es precisamente lo que te hace perfecta para él. Liam no quiere sumisión. Quiere fuego que pueda controlar, domar. —Se acercó hasta que su aliento rozó su mejilla—. Pero yo puedo ofrecerte algo que él nunca podrá. Libertad.—¿A cambio de qué?—Inteligente. —
Danna no durmió en toda la noche.Cada ruido la sobresaltaba. Cada sombra que la persiana proyectaba en las paredes le parecía la silueta de Liam observándola. Se quedó sentada en la cama, abrazando una almohada, con las luces encendidas y su teléfono en la mano lista para llamar al 112.Pero no llamó.Porque en algún rincón retorcido de su mente, las palabras de él resonaban como una verdad incómoda: una parte de ti ha estado esperando este momento.¿Era cierto? ¿Había estado esperando que algo—o alguien—irrumpiera en la monotonía sofocante de su existencia y la sacudiera hasta los cimientos?Cuando el amanecer tiñó su ventana de gris, Danna se arrastró a la ducha. El agua caliente no pudo lavar la sensación de sus ojos sobre ella, ni borrar el recuerdo de su voz—profunda, segura, peligrosamente seductora.Llegó a la librería arrastrando su cansancio como una cadena invisible.—Tienes cara de haber visto un fantasma —comentó Martín al verla entrar.Si supiera.—No dormí bien —murmuró
El sobre manila no tenía remitente.Danna lo encontró metido entre las rejas de su puerta cuando regresaba de su turno en la librería. Pesaba demasiado para ser publicidad. Lo sostuvo bajo la luz amarillenta del pasillo mientras buscaba sus llaves con la otra mano, sintiendo cómo el cansancio de ocho horas de pie le trepaba por las piernas.Dentro de su apartamento, el silencio le confirmó que Nerea seguía en el hospital. Mejor. No tendría que dar explicaciones sobre por qué llegaba dos horas tarde otra vez.Dejó su bolso sobre la mesa de la cocina y abrió el sobre con desgana, esperando encontrar algún folleto o catálogo. Lo que cayó sobre la superficie de madera le heló la sangre.Fotografías. Docenas de ellas.Sus dedos temblaron al extenderlas. Todas eran de ella. Saliendo del metro. Comprando café. Sentada en el banco del parque donde solía escribir. Entrando a su edificio. Había una donde aparecía en pijama frente a la ventana de su habitación, con la luz del amanecer recortando
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