Maia no sabía lo que era pegar los ojos, ni por un minuto. En todo momento, esperaba noticias de Júlia, y también pensaba si debía desmentirle a su ex sobre su relación.
Estaba con miedo de que Tiago, que ahora sabía de su matrimonio, hiciera algún chantaje. Por eso, pensaba que él jamás debería descubrir quién era Théo Campos, ni las condiciones financieras que él poseía.
Tiago, a pesar de tener apenas 26 años, era listo para conseguir dinero fácil. Lógico que, cuando lo conoció, Maia no tenía ninguna idea de las actitudes del marido. Con el tiempo, se dio cuenta de que le gustaba apropiarse de lo que no era suyo, y si tenía alguna oportunidad de poder ganar dinero sin trabajar, él estaba encima, sin pensarlo dos veces.
Las horas pasaban deprisa, y ninguna novedad sobre la hija había llegado. Eran las seis y media de la mañana cuando una mujer llegó tocando a la puerta de su cuarto, cargando un maletín.
—Hola, señora Maia, buenos días, soy Geyse, su maquilladora.
Se asustó con aquell