Mundo ficciónIniciar sesiónEn el interior de una oficina de una gran empresa, estaba Théo Campos, CEO de la mayor corporación de telecomunicaciones del país.
Théo estaba nervioso y respiraba hondo mientras hablaba por teléfono con su abuelo, Joaquim Campos.
—Qué sorpresa, que usted me llame así de repente, abuelo; después de que se mudó a Suiza, parece estar más desconectado de los negocios.
—No te estoy llamando de la nada. Sabes que no soy del tipo que llama para conversar por conversar. —La voz del hombre al otro lado de la línea estaba seria.
—Qué bueno que no lo es, porque yo tampoco. Así que vayamos directo al asunto, ya que estoy ocupado. —Dijo con impaciencia.
—¿Cómo están las cosas en la empresa? Desde que me retiré y te puse en mi lugar, ya no tengo informes de nada.
—Tal vez porque usted se mudó del país para descansar, ¿no es así? ¿Por qué le enviaría cosas del trabajo?
—Eres muy directo, Théo, me gusta eso. Tanto, que estoy pensando seriamente en no volver jamás a la empresa. Tal vez, de estas vacaciones mías, ya enlace una jubilación, ¿qué opinas?
—¿Quiere que diga la verdad? —cuestionó—. Ya era hora. Usted ya es muy mayor, debe cuidar su salud y disfrutar más de su vida.
—¿Disfrutar la vida? —Rió—. Tal vez tengas razón. Trabajé toda mi juventud para levantar la empresa, diferente de ti, que ya encontraste todo listo y puedes aprovechar el vigor de tu juventud como mejor te parezca.
—No es tan así, abuelo, no es desvalorizando tu esfuerzo para levantar la empresa, pero sepa que, para mantenerla de pie, también pierdo muchas noches de sueño.
—¿Y las mujeres? ¿Cómo administras tu tiempo con ellas? —Théo sabía que la pregunta de su abuelo era un poco objetiva y que había segundas intenciones detrás de ella.
—Estoy trabajando mucho, abuelo, no tengo tiempo para esas cosas, quiero enfocarme solo en el trabajo.
—No deberías pensar así. Necesitas una mujer a tu lado para ayudarte a descansar.
—No estoy diciendo que no tenga tiempo para ellas, solo dije que no son mi prioridad en este momento.
—Théo, para que yo me jubile y quede totalmente despreocupado, necesito saber que tienes a alguien a tu lado. Una mujer de valor que te ayude con los problemas de la vida.
—No se preocupe por eso, abuelo, sé cuidarme bien, no hay nada con lo que no pueda lidiar.
—Sabes que cuando pongo algo en mi cabeza, nadie puede quitarlo, ¿cierto? Dentro de dos días estaré llegando ahí, y voy junto a un matrimonio amigo mío, a quienes les tengo mucho aprecio. Su hija también irá; es bueno que la conozcas, quién sabe si tu mente se abre más. Estás a punto de cumplir 30 años. Sabes que, después de que perdí a tu padre, eres el único familiar que me queda. Quiero ver a mi nieto casado con una buena chica y con una familia a la que cuidar.
—Abuelo, no quiera forzar las cosas. No voy a casarme con la hija de un amigo suyo solo porque ustedes se llevan bien.
—Es mejor que pienses más sobre eso, Théo, eres mi único nieto y aun así no seré blando contigo. No me contradigas. Solo me jubilaré cuando tú estés casado. —Dicho eso, Joaquim colgó el teléfono.
Théo apretó el celular en su mano con tanta rabia que solo no lo lanzó contra la pared porque sabía que necesitaba usarlo.
Levantándose de donde estaba, tomó su abrigo y se lo puso, saliendo de allí con tanta prisa que quien se cruzara en su camino terminaría siendo atropellado. Tomó el ascensor directo al garaje y entró en su Rolls-Royce, que había comprado hacía apenas un mes.
Mientras conducía, llamó a su abogado, explicándole la situación en la que su abuelo quería colocarlo.—¿Entonces quiere decir que tu abuelo quiere que entres en un matrimonio por conveniencia? —Fábio Souza, abogado de Théo, hablaba del otro lado de la línea.
—Exactamente, ¿tienes idea del absurdo que está a punto de suceder? ¡Aquel viejo cree que puede decidir eso en mi lugar!
—¿Sabes quién es la mujer con quien él quiere casarte?
—No lo sé y tampoco quiero saberlo. No quiero eso para mi vida, no me interesa ese tipo de cosas. Necesito encontrar una forma de salir de este lío y solo tengo dos días para eso. ¿Qué crees que debo hacer?
—Ya dijiste que no quieres, y aun así él insistió, y sabemos que cuando pone algo en la cabeza, nadie lo saca hasta que se cumpla… —Fábio pensaba—. La única forma de que escapes de este problema es casándote.
—¿Estás loco? ¡Dije que no quiero casarme! —Golpeó el volante.
—No necesitas casarte con la mujer que tu abuelo quiere presentarte, solo tienes que conseguir una esposa falsa. Así él tendrá que sacar esa idea de la cabeza.
—¿Crees que eso puede funcionar?
—Claro que sí. Él dijo que quiere verte casado, ¿cierto?
—Sí. —Respondió.
—Pero no especificó que tendría que ser con la persona que él quiere presentarte, ¿cierto?
—Exactamente.
—Consigue una esposa falsa, haz un contrato y cásate con ella hasta que la situación se calme.
—La idea no es tan mala, pero las mujeres que conozco son todas interesadas, y si después alguna termina exponiendo ese acuerdo a la prensa o me chantajea cuando termine el contrato…
—Eso es verdad, necesitas encontrar una persona que esté en tus manos, a quien puedas chantajear si intenta sacar provecho de la situación.
—¿Y dónde voy a encontrar una mujer así en menos de dos días?
Antes de terminar de hablar, sintió que algo chocaba contra su auto mientras pasaba por el semáforo.
—Después te llamo, Fábio, un loco acaba de cruzarse en mi camino.
Estacionando en el arcén, bajó del auto nervioso y se dio cuenta de que se trataba de una mujer.
—¿Estás loca acaso? ¿No viste que el maldito semáforo estaba en rojo para ti? —gritó el hombre, mientras ella se levantaba del suelo.
—Lo siento mucho, no me di cuenta. —Hablaba llorando al ver su bicicleta completamente destruida.
Mientras tanto, Théo observó el daño en su auto. El faro se había roto y había un ligero abollón en la carrocería. Su ira subió a un nivel incontrolable y casi fue hacia la mujer.
—No tiene ni un mes que tengo este auto, ¿tienes noción de lo que acabas de hacer? ¡Quiero que me lo pagues ahora mismo!
—Por favor, ¿puede darme un aventón hasta el hospital? —pidió—. Le juro que pagaré todo el daño, pero necesito llegar al hospital lo más rápido posible. —Suplicó.
—Ni siquiera te lastimaste, ¡deja el drama!
—Es mi hija la que está en el hospital. Por favor, lléveme hasta allá. No huiré de la responsabilidad. Mi nombre es Maia y ahora no tengo dinero conmigo; además, mi bicicleta está destruida.
Théo sabía que aquella mujer jamás tendría dinero para pagar el daño en su auto, pero no quería dejar que eso pasara desapercibido. Su día ya estaba mal y aquella mujer acababa de empeorarlo. Sin embargo, percibió que ella estaba realmente desesperada, así que decidió ayudarla.
—¡Entra al auto ahora! —dijo sin paciencia.







