Mundo ficciónIniciar sesiónCuando llegaron a la mansión donde Théo vivía, Maia casi se desmayó al apreciar el tamaño y el lujo del lugar. No podía creer que aquel hombre viviera solo en un sitio que parecía más un castillo que una casa.
La desigualdad social la dejó incluso avergonzada; era tan injusto que algunos tuviesen tanto y otros casi nada.
En el garaje, donde Fábio estacionó el coche, había otros cuatro autos, y no eran vehículos comunes, sino de lujo, del tipo que ella solo veía en la televisión.
—¿Hay más gente viviendo en la casa con él? —preguntó, desconfiada.
—No, ¿por qué? —Fábio le respondió, bajando del coche.
—Es que hay tantos autos estacionados aquí.
—Ah, todos esos son de Théo, le gustan mucho los coches deportivos.
—¿Esos coches son todos de él? —Su boca no conseguía cerrarse del asombro.
—Así es, pero falta uno, aunque ese ya lo viste, es con el que colisionaste y, para variar, es el más caro de la colección.
Maia tragó saliva.
—¿Por qué tiene tantos coches? Apuesto a que ni siquiera los usa.
—Bueno, cuando se le antoja sale con alguno, pero estaba enamorado de su nueva adquisición y tú terminaste arruinando su nuevo juguetito.
Maia acompañó a Fábio hacia el interior de la mansión. Si por fuera ya era un lujo, por dentro no encontraba palabras para describirlo; jamás imaginó, en toda la faz de la tierra, que un día entraría en un lugar así.
Había candelabros de cristal en el techo, ventanales de vidrio y cuadros enormes en las paredes que, sin duda, costaban una fortuna.
—¿Ves por qué debíamos traerla antes? —Théo apareció en la sala justo cuando ellos entraban—. Mira la cara de tonta que está poniendo, ni siquiera consigue cerrar la boca. Es tan ridículo —se burló.
Una vez más, Maia se sintió ofendida.
Théo parecía no darle tregua, pero como Fábio ya le había advertido, debía mantener la calma y no responderle.
—Su casa es muy bonita, señor —dijo amable, intentando mantener un clima cordial.
—Es mejor que dejes de llamarlo señor; ustedes necesitan acostumbrarse a ser menos formales —advirtió Fábio.
—Y trata de ser más discreta con tus expresiones también. Sé que nunca debiste venir a un lugar como este, pero por lo menos finge costumbre, ya que mi abuelo se quedará aquí con nosotros.
—Está bien, disimularé más.
—Fábio, vamos a lo que interesa —dijo Théo, impaciente.
—Muy bien. —Todos se sentaron. —Tenemos que ponernos de acuerdo en algunas cosas, por ejemplo: cómo, cuándo y dónde se conocieron; cuándo empezaron a salir como pareja y por qué decidieron casarse tan repentinamente.
—Y entonces, ¿cómo va a ser? —preguntó Théo.
—La historia es la siguiente: ustedes se conocieron hace diez meses, en una cafetería. Théo estaba entrando al local mientras Maia salía con un vaso en la mano. De repente se chocaron y ella derramó toda la bebida encima de ti.
—Claro, tenía que haber un desastre en la historia —dijo sarcástico.
—Entonces, ella se disculpó por el accidente al notar que había manchado tu blazer y se ofreció a lavarlo, pero tú fuiste muy educado y dijiste que no hacía falta, que todo estaba bien. Al percatarte de que su bebida se había derramado, amablemente te ofreciste a pagarle otra. Así, terminaron tomando un café juntos y se intercambiaron los números de teléfono, ya que ambos se interesaron mutuamente.
—Vaya, esta historia suena tan patética —Théo rodó los ojos.
—Eso es lo que la hace interesante: ustedes se enamoraron a primera vista y, un mes después, comenzaron a salir y a noviar.
—Qué historia tan aburrida, espero que mi abuelo no pregunte por eso.
—A mí no me importa la historia, pero después de eso, ¿qué haremos? —Maia no se dejó afectar por el modo en que Théo hablaba.
—Joaquim preguntará por qué Théo se casó sin avisarle, entonces él dirá que pensó en lo que el abuelo le había dicho y decidió tomar esa decisión. Como estaba perdidamente enamorado de ti, resolvió darle una sorpresa. Tú simplemente confirmarás todo e intentarás que parezca lo más real posible. Deben memorizar todo sobre el otro; así parecerá que se conocen desde hace tiempo.
—Yo ya escribí lo que él necesita saber sobre mí. —Maia sacó un papel del bolso.
—Muy bien, Théo también hizo una lista de cosas que tú debes saber sobre él. Además de eso, pasen el resto del día conversando, conózcanse un poco. A partir de ahora, esta será tu casa, Maia. Ya separé algunas cosas para ti en el cuarto donde te quedarás. Como serás la esposa de Théo Campos, tendrás que vestir bien de ahora en adelante.
—De acuerdo.
Maia pensó en cuestionar algunas cosas, pero lo dejó pasar. Quería ir a ver a su hija, pero sabía que estar allí era el precio que tenía que pagar.
Fábio se fue y los dejó solos.
Maia no se sentía nada cómoda con todo eso, pero no tenía opción.
—Ven conmigo —Théo comenzó a subir las escaleras que llevaban al piso superior de la casa.
Mientras caminaban por un corredor larguísimo lleno de puertas, él se detuvo al final, frente a una puerta enorme, y la abrió.
—Este es nuestro cuarto —mostró el dormitorio inmenso.
—¿Qué? —dijo sin entender nada—. ¿Tendremos que dormir en la misma habitación? Eso no estaba en el acuerdo.
—Claro que no, tonta, pero es lo que mi abuelo debe pensar. Mira —señaló una puerta dentro del dormitorio—. Esta puerta da acceso al cuarto de al lado, que será donde tú dormirás; es decir, entrarás por mi cuarto, pero irás para allá, así mi abuelo pensará que dormimos juntos.
—Entiendo.
El modo rudo en que Théo le hablaba empezaba a llenarla de rabia, pero ella intentaba contenerse.
—Mira, mi abuelo es un hombre muy directo, puede intimidarte un poco, así que intenta ser lista y no dejes que te atrape en una mentira.
—¿Él se parece a usted? —preguntó asustada.
—Un poco, pero puedes estar segura de que yo puedo darte más miedo, así que piénsalo bien antes de querer hacerte la lista conmigo.
—Ya entendí, no se preocupe, haré lo mejor que pueda.
—Él es muy terco y quiere imponerme que me case. Además de ser un absurdo, todavía quiere elegir a la persona por mí.
—¿Pero usted no conoce a la mujer que él quiere presentarle?
—¡Claro que no!
—Pero… ¿Y si la conoces y te enamoras de ella? Tal vez incluso quieras casarte de verdad.
—¿Enamorarme? —rió—. Mírame bien la cara, ¿parezco el tipo de hombre que se enamora de alguien?
La forma en que Théo miró a Maia le provocó un escalofrío; aquel hombre le causaba miedo.
—Está bien —dijo incómoda, casi tartamudeando.
—No soy el tipo de persona que hace lo que los demás quieren, así que, en el momento en que mi abuelo decidió meterse en mi vida, me quitó por completo las ganas de conocer a alguien. Además, no me gusta atarme a una sola persona, así que necesitas saber algo, querida esposa: seré un marido infiel.
Maia tragó saliva. Sabía que no era un matrimonio real y que duraría poco tiempo, pero ¿qué le costaba no salir con nadie hasta que el abuelo se fuera?
—Prefiero no saber los detalles —dijo con una expresión de desagrado.
Ni siquiera en un matrimonio falso había conseguido un marido fiel, pensó, concluyendo que ningún hombre servía.
—¿Por qué pusiste esa cara?
—No fue nada.
—Dime, ¿qué necesito saber sobre ti? —se sentó en la cama esperando que ella hablara.
—Ya escribí todo en el papel que te entregué —se explicó.
—Lo sé, pero no voy a leerlo. Me da pereza y hasta me puede dar sueño; mejor que lo digas tú misma.
Otra vez Théo estaba siendo irónico, pero como ella no tenía elección, respiró hondo y empezó:
—Tengo 22 años y una hija llamada Lis, de 2 años. Mi último relacionamento duró cuatro años; después de que mi hija nació, mi compañero decidió que no quería seguir con nosotras. Empecé la facultad de Farmacia, pero tuve que dejarla porque me quedé embarazada. Mis padres murieron hace tres años en un accidente de autobús y no tengo hermanos. Trabajo como empleada doméstica, quiero decir… trabajaba —recordó que ahora estaba desempleada—. Nací aquí mismo en la ciudad y nunca salí de aquí hacia ningún lugar. Mi color preferido es el rosa y mi comida favorita es cualquiera que mate mi hambre.
—Menos mal que lo estás contando tú; si yo leyera eso, con seguridad me dormiría —dijo desinteresado.
—Sé que mi vida no es interesante para usted, pero no hace falta que me trate con desdén —no soportaba verlo rodar los ojos.
—¿Qué quieres que haga? —se levantó—. Estoy intentando imaginar algo sobre ti para decirle a mi abuelo el motivo lógico por el que me enamoré de ti, pero con la vida que tienes, no hay nada interesante. Tal como imaginé, eres una mujer común, nada extraordinaria.
—Si ya sabía que sería así, ¿por qué me eligió para participar en todo esto? Podría haber buscado otra forma de que yo pagara lo que le debo.
—Eso estaba fuera de mi alcance en ese momento, por eso te elegí a ti. ¿No ves que yo tampoco tuve mucha elección? ¿O todavía no entendiste? Solo hay una forma de convencer a mi abuelo de que me enamoré de ti —se acercó a ella.
—¿Y cuál sería? —preguntó, intentando apartarse.
Théo sujetó el mentón de la mujer, que abrió los ojos de miedo, y dijo:
—Diré que me enamoré de ti porque eres muy, muy hermosa.







