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No era negable que Maia era una mujer bonita, pero los problemas de la vida hicieron que perdiera todo su brillo.

Cabello largo y liso, que ahora estaba iluminado, casi rubio. Sus ojos tenían un tono ámbar. Era alta y tenía senos abundantes.

Cuando se miró en el espejo al salir del salón, se dio cuenta de que aún existía una mujer atractiva debajo de toda aquella vida apresurada y agotadora; solo no sabía que la vería tan pronto.

Ahora, frente a Théo Campos, quien sostenía su mentón y la miraba con sus ojos negros, quemándole hasta el alma, recordó que todavía podía ser una mujer atractiva y, aunque no quisiera admitirlo, recibir un elogio hizo que su corazón palpitara.

¿Hace cuánto tiempo que no oía un elogio? ¿Cuánto tiempo hacía que un hombre no la miraba de aquella manera?

Sus pensamientos se desvanecieron cuando Théo soltó su mentón y se alejó, continuando a hablar.

—Confieso que, por la primera impresión que tuve de ti, no esperaba todo esto. Pero después de verte así, tan arreg
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