Lianett Vitto se casó por una petición de su padre en el lecho de su muerte. Él, en su último aliento, le pidió al hombre en el que más confiaba que cuidara de su hija y la protegiera con su vida. Barak Poretti, un hombre frío y sin sentimientos, acepta la petición por respeto y para que el hombre se fuera en paz. Ella lo amaba con locura, pero justo cuando se da cuenta de que estaba embarazada del amor de su vida, este le pide el divorcio por pensar que ella le fue infiel y la traición es algo que la mafia no perdona. Pero todo era un error y para cuándo Barak se dio cuenta de todo ya era demasiado tarde. Ella se había escapado con su bebé en su vientre. Seis años más tarde la encuentra tan hermosa como siempre y no duda en llevársela, pero en ese momento ni ella ni sus trillizos lo quieren. ¿Cómo logrará ganarse el corazón roto de su esposa y el de sus terremotos?
Leer másLas puertas de la sala de juntas apenas se habían cerrado cuando el murmullo estalló entre los altos mandos. Uno de ellos golpeó la mesa con el puño. —¡No puede salir así! —Escupió con furia. —Si no se quiere quedar por las buenas, lo hará por las malas. —Un coordinador de seguridad ya tenía un comunicador en la mano. —Bloqueen todos los accesos. Activen los protocolos de contención. Kenji Yoshida no debe salir del edificio. —Ordenó alterando los corazones hasta de los más fríos. Se estaban entrenado a una leyenda y ellos lo sabían. Las luces parpadearon y la sede entró en modo de cierre total: persianas metálicas bajando, puertas blindadas cerrándose, alarmas silenciosas activadas. Los pasillos se llenaron de luces rojas intermitentes, y en la sala de control decenas de operadores desplegaban planos del edificio, asignando equipos a cada piso. Kenji caminaba por el pasillo con paso tranquilo, las manos aún en los bolsillos. Su respiración era pausada, pero su mente giraba como u
Julieta despertó con el sol filtrándose entre las cortinas. Extendió la mano, buscando la calidez de Kenji, pero solo encontró la sábana fría. Se incorporó de golpe, la respiración entrecortada, pero rápidamente pensó en la cocina o el despacho. Se puso una bata y recorrió la casa entera, habitación por habitación, pero no había ni rastro de él. Cada paso que daba hacía que un nudo más grande se formara en su estómago. Cuando llegó al ala donde Barak revisaba unos informes, sus ojos ya eran puro nervio. —¿Dónde está Kenji? —Preguntó sin aliento, él jamás le hacía eso, siempre se aseguraba de estar cerca. Barak levantó la mirada despacio. —No está. —¿Cómo que no está? —No lo he visto. Simplemente… desapareció. —Julieta sintió un mareo, la mano buscando apoyo en el marco de la puerta. —No, no puede ser. La Agencia… lo tienen... —Barak se levantó de inmediato, tomándola suavemente por los hombros. —Jul, mírame. Si Kenji está en la Agencia es porque él decidió ir. Nadie puede c
Al escuchar esa voz se giró tan rápido que el cabello oscuro le rozó las mejillas. En la puerta estaba él: alto para su edad, delgado, ojos rasgados y oscuros que parecían saber demasiado para un chico de quince años. El uniforme del internado de la Agencia le quedaba un poco grande. Durante un segundo, todo su temple de agente fría se derrumbó. —Kai… —Susurró mostrándole una sala para que entrara. —Te vi en la transmisión, estabas en la sala de juntas. Todos te miraban. —Mara dejó la carpeta sobre la mesa y abrió los brazos. El muchacho se acercó con cierta timidez; ella lo rodeó con un abrazo que no se permitía con nadie más. En ese instante no era Mara la estratega, la mujer de acero. Era una madre, oliendo el cabello de su hijo. —No deberías estar aquí. —Le dijo, aunque la voz sonaba suave. —No quiero que te mezcles con ellos todavía. —Kai alzó la vista, con una mezcla de curiosidad y rebeldía. —Me trajeron, dijeron que necesitabas verme. —Mara le acarició la cara con ambas m
La luz de la mañana entraba filtrada por las cortinas beige, dibujando líneas doradas sobre la piel. Julieta abrió los ojos primero y durante unos segundos se quedó quieta, acostumbrándose al brillo suave que inundaba la habitación. Kenji dormía boca arriba, el brazo derecho extendido sobre la almohada, el torso descubierto y el cabello revuelto sobre la frente. Parecía de mármol, pero respiraba. A Julieta le gustaba ese momento: verlo sin armaduras, sin los ojos afilados del estratega, solo él y su respiración profunda. Se giró de costado, apoyando la cabeza en la mano, y lo miró con calma, con ese gesto que tiene quien atesora algo imposible. Es sexy, es hermoso, es inteligente… y seguía ahí, su japonés sexy, su Yakuza. Kenji abrió los ojos poco a poco y la encontró allí, mirándolo con esa intensidad que podía romper cualquier máscara. Al principio no dijo nada, solo la dejó admirarlo, como si él también necesitara ese instante para convencerse de que estaban vivos. —¿Por qu
El ala privada de la fortaleza estaba envuelta en un silencio pesado. Solo se oía, la respiración pesada de Kenji. Él, aún con la adrenalina de la discusión en el cuerpo, caminaba como un animal enjaulado. Barak, apoyado contra el marco de la puerta, lo observaba con calma, entendiendo su frustración.—Ven —Dijo al fin. —Necesitas enfriarte. —Kenji lo miró con ojos encendidos.—No puedo. —Gruñó. —No cuando la mujer que amo y deseo proteger me oculta lo que sea que tenga para decir. —Lo miró a los ojos como pocas veces, demostrando el caos que llevaba dentro. —¿Cómo es posible que calle? —Negó. —No puedo calmarme.—Sí puedes. —Barak se enderezó. —Una copa no mata a nadie. Vamos. —¡Carajøs! —Kenji bufó, pero siguió a su amigo.En el mini bar del piso inferior, las luces eran cálidas y bajas. Botellas alineadas en estantes, olor a madera y a alcohol. Barak sirvió dos vasos, empujó uno hacia Kenji y se quedó con el otro.—No me malinterpretes. —Dijo, girando el vaso entre los dedos. —No
La sala de juntas de la Agencia parecía una catedral de acero: paredes grises, ventanales negros que no dejaban ver el exterior, una mesa larga iluminada apenas por pantallas incrustadas. El aire olía a metal y a amenaza. En el centro, Mara se mantenía erguida, con las manos apoyadas sobre la mesa, hablando con la misma calma con que se le clava un cuchillo a alguien. En sus ojos, sin embargo, vibraba un destello de ansiedad contenida.—Estoy segura de que la hemos doblegado. —Su voz fue un corte seco. —Julieta regresó a la fortaleza por sus propios medios y no siquiera cuestionó el porqué la dejamos ir. Eso significa que entendió el mensaje. Es cuestión de tiempo para que se quiebre. —Una sombra en el fondo carraspeó.—No tenemos tiempo, ya fracasamos en eliminar a Kenji una vez. Él sigue siendo la amenaza más grande que hemos tenido. La paciencia se acabó. —Mara entrecerró los ojos, calculando cada palabra.—Si presionamos demasiado, se pondrán a la defensiva. Necesitamos que él ven
Último capítulo