El amanecer apenas rozaba los ventanales de la vieja casa en Burdeos.
Julieta despertó con el corazón agitado, como si su cuerpo hubiera decidido pelear incluso mientras dormía. Llevaba días observando, calculando, esperando el momento justo para escapar, pero lo que no esperaba… era comenzar a entender a su captor.
Markus estaba en la cocina, preparando café. El olor del pan recién hecho impregnaba el aire, y eso la desconcertó. No era la primera vez que él la cuidaba en silencio, pero sí la primera vez que lo sentía… humano.
Julieta lo observó de pie junto a la encimera. Su cuerpo, fuerte y marcado por cicatrices, se movía con una calma impropia de un verdugo.
Por un instante, el tiempo se detuvo.
Markus la notó allí, mirándolo.
—Buenos días. —Murmuró con voz ronca.
Julieta bajó la mirada, incómoda.
—No hay nada bueno en despertar en una prisión donde habita el mayor animal que he conocido. —Él dejó la taza sobre la mesa.
—Podría ser peor.
—¿Peor que estar contigo? —Replicó con dure