El bosque estaba envuelto en una neblina espesa que olía a tierra húmeda y miedo.
Markus se arrodilló junto al cuerpo inerte de Julieta, con las manos temblorosas, la respiración agitada y el corazón golpeando como un tambor en su pecho.
La sangre resbalaba lentamente desde la herida en la frente de Julieta hasta empaparle la mejilla. Su piel, pálida y fría, parecía la de una muñeca rota.
—No… no, no, no. —Balbuceó Markus, tocando su rostro con desesperación. —Fiera, mírame. Vamos, mírame… —Imploró, pero ella no reaccionaba. Markus la sostuvo contra su pecho, con la voz más gruesa —¡Despierta! —Gritó, la garganta ardiéndole. —¡Despierta, malditä sea! —Sus ojos, habitualmente duros y vacíos, se llenaron de preocupación.
Él, que no se había quebrado ni cuando se enteró de la muerte de su hermano, ahora lo hacía y por la mujer que culpó al inicio..
Recordó las veces que ella lo había enfrentado sin miedo, los insultos, los golpes, las miradas cargadas de fuego y ahora… nada. Sol