―¡No puedes estar sin comer y encerrada en esta habitación! ―Barak estaba frustrado. ―¡Mis hijos piensan que soy yo el del problema y están por no perdonarme!
―Es tu problema. ―Vociferó a punto de perder la razón. ―¡No les has cumplido! Ellos quieren mi libertad y yo haré que te ødien de nuevo. ―Sonrió. ―Aunque eso ya lo están haciendo, ¿Cierto? ―Barak respiró pesadamente, por primera vez no podía hacer lo que sabía hacer mejor, doblegar a la gente para que hicieran lo que él demandaba. Es incapaz de ser un imbécil con sus hijos.
―¡No irás a trabajar! ―Gritó sin querer perder el control sobre ella.
―¡No puedes prohibirme ir a trabajar! ―Sentenció mirando al cabezota frente a ella. ―No soy uno de tus hombres para que me des órdenes y prohíbas cosas.
―¡Eres mi mujer! ―Gruñó exasperado. ―Me perteneces y, por lo tanto, no tienes que trabajar, no lo necesitas. ―La miró a los ojos. ―Deja la necedad, mujer.
―¿Acaso tienes miedo que me hagan daño? ―Se cruzó de brazos. ―¿Te has dado cuent