Christian O’Connor, el menor de la estirpe de esos irlandeses que llegaron a conquistar Nueva York y el más loco de los hermanos se encuentra en una disyuntiva del porte de una catedral. Años atrás, después de enterarse que su novia lo engañaba con su mejor amigo decidió vivir la vida loca y desenfrenada. Disfrutó del sexo, las drogas y la bebida hasta que un día se dio cuenta que eso no lo llenaba. En ese momento, su padre agradeció a todos los cielos y a cada santo al que le había hecho una manda que su hijo por fin se enrielara y terminara su carrera de constructor civil. Con el pasar del tiempo y en su “estado contemplativo”, como él decía, decidió seguir los pasos de su padre y hermano y viajar a Nueva York para ampliar su imperio y demostrar lo bueno que es en su trabajo. Es un chico alegre y desinhibido, que le gustan las series de detectives y aprovechar el tiempo echado en su sofá favorito comiendo palomitas y bebiendo Coca cola, eso lo mantenía entretenido. Además, ya no le importaba salir de fiesta o tener mujeres para sacarse ese mal sabor de la boca, disfrutaba la vida día con día y se mantenía célibe, hasta el nivel que se transforma en un monje tibetano. Las relaciones no le interesan, pues, después de su epifanía, está buscando a la indicada y con esa idea toma sus maletas y deja su tranquila vida en Dublín. Pero ¿qué pasa cuando llega a Nueva York y la conoce a ella? Ella no lo toma en cuenta. Ella lo ningunea. Ella lo ve como el hijito de papá que es. Ella es la única que no cae bajo sus encantos. Joder! Ella debe ser mía…
Leer másSalimos corriendo de la fiesta de los chicos. No sabía lo que hacía, pero la forma alocada en que esa mujer me llevaba de la mano era la que me tenía a mil la revoluciones.
—¡Esto es una locura! Ni que fuéramos los novios.
—La vida es una sola ¿no? Y ya bastante había esperado por esto— de la nada, se lanza a mis brazos y me besa con pasión, una desenfrenada que había nacido meses atrás, donde ella era el enemigo a vencer o eso pensaba.
—No sabes cuánto había deseado esto, Rocío.
—Pues vamos y me lo demuestras.
Seguimos en nuestro escape y nos subimos a su convertible blanco, dios cuanto deseaba estar entre las piernas de esta mujer.
Cuando cualquier pronóstico podría estar en mi contra, ella por fin estaba aceptando los sentimientos que habíamos forjado en todo este tiempo y después de todo lo que habíamos pasado juntos estaba demasiado feliz porque ella me aceptara. Yo no era un santo, ni tampoco un mal nacido, pero tenía mi historia y creo que eso era lo que a ella la detenía y, bueno, también el hecho de que nos tratábamos como perros y gatos.
Con un suave movimiento del volante, Rocío detiene el auto en un costado de la carretera, suelta su cinturón de seguridad y se abalanza nuevamente hacia mis labios.
—No aguantaré llegar a la ciudad, ¡Quítate la ropa!
Y qué hace el muy imbécil crédulo de mí, pues le hace caso y comienzo a desvestirme como un animal deseoso de esas curvas que todos los días me volvían más y más loco.
Mientras ella miraba el espectáculo y mordía su labio inferior al ver mi torso desnudo yo buscaba la manera de sacarme los pantalones, quedando solo con mis calzoncillos y mis zapatos puestos.
—Listo ¿Y tú?
—Ya voy, solo déjame admirarte.
Levanta el techo del auto y el frío de la noche neoyorquina nos recibe, ella se levanta su hermoso vestido color lavanda y se deja caer sobre mí, sentándose a horcajadas. Nuestros sexos se encuentra por sobre la tela de nuestra ropa interior y comienza a moverse sobre mí colocándome más duro que roca.
—Te he deseado tanto, Rocío, no sabes cómo quería que pasara esto entre nosotros.
Nuestros cuerpos vibraban de placer, con mis manos amasaba sus pechos, mientras mi lengua jugaba con la suya y, en un acto verdaderamente animal, ella sacó mi miembro y me hizo ver las estrellas cuando levantó un poco su cuerpo para dejarme paso entre medio de su ropa y sus pliegues.
—Ah…
Sus gemidos junto a los míos eran música para mis oídos y comenzamos esa danza maravillosa que me haría llegar pronto al éxtasis.
No nos importaba nada y una m****a si nos descubrían, estaba dispuesto a ir a la cárcel con tal de seguir dentro de ella y disfrutarla hasta el final.
Su cuerpo comenzó a moverse rápido y eso me señalaba que mi bella española estaba por llegar, moví una de mis manos hasta abajo y comencé a pellizcar su clítoris.
—Dámelo, fiera. Quiero oír como llegas con mi miembro dentro de ti.
—Oh, Chris, me corro— levanté mis caderas y recibí su orgasmos para dar unas cuantas estocadas más y liberar todo lo que tenía para darle en ese momento, sus ojos me miraban con una intensidad que jamás había visto y mis labios se fundieron con los de ella, nuestras respiraciones eran irregulares y juro que estaba a punto de caer muerto de un infarto por toda la experiencia que estábamos teniendo.
Con cuidado, ella se bajó de mí y sentí de inmediato la necesidad de volver a estar dentro de ella, pero su rostro había cambiado, su sonrisa había desaparecido y de la nada…
—Ahora, ¡Bájate! Ya lograste lo que querías y yo también.
—¿De qué mierdas estás hablando, Rocío?
—Querías sexo, lo obtuviste, ahora ¡sal de aquí! — de la nada baja su mano debajo de su asiento y saca una nueve milímetros, le quita el seguro y me apunta entre los ojos.
—Ro… Rocío, para, me estás asustando.
—Si no sales a la cuenta de tres mi pobre auto quedará absolutamente sucio con tus sesos, Christian.
—Ro…
—Tres… dos…
Como puedo me bajo del auto subiéndome los calzoncillos y ella esboza nuevamente esa sonrisa matadora que tanto me gusta.
—Rocío, ¿Qué te pasa?
—Esta fue la última vez que te aprovechas de una mujer, disfruta de lo que se te viene por delante.
Enciende el auto y comienza a moverse, no sé porqué pero corro tras ella gritando como un imbécil y de un momento a otro veo mi celular que sale disparado por la ventana.
—No, no, no— corro para alcanzarlo y en una maniobra casi a lo Jason Statham lo alcanzo cayendo estrepitosamente al asfalto, el dolor es inmenso, siento que me he quebrado cada parte de mi cuerpo, pero lo peor es que siento que se ha quebrado nuevamente mi corazón.
Dos malditos años célibe, dos putos y malditos años célibe, buscando por ahí a la que me llene el alma y el cuerpo, pero justo hoy y ahora… ¡Ahora! Estoy en calzoncillos en medio de la autopista central.
—¡Rocío Arismendi, te juro por mi vida que me las vas a pagar, esto no se quedará así!
Como puedo me levanto y camino hacia los matorrales, desbloqueo el teléfono y llamo a la única persona que se me ocurre en estos momentos.
Mi cuñado.
—¿Dónde te metiste? te hemos estado buscando y…
—Necesito que vengas a la autopista y me traigas algo de ropa.
—¿Qué?
—¡Apresúrate si quieres saberlo! Te mando mi ubicación.
Hago lo que le dije y me escondo lo más que puedo entre unos matorrales, son pocos los vehículos que pasan en estos momentos y el frio me está calando hasta las bolas. Estoy que me muero de la hipotermia y de las ganas de asesinar a esa mujer. Los minutos pasan y nada que aparece Jex, estoy casi congelado y para peor se ha puesto a nevar. Mis ojos se están cerrando, cuando escucho el ruido de un auto al detenerse.
—Chris ¿Dónde estás?— genial, este idiota trajo a mi prima y todo se me viene encima, los recuerdos me ataca y siento que mi cabeza va a explotar cayendo en un pozo sin fondo.
Hace un año atrás...
—¡La encontré, Christian, la encontré! Necesito que viajen ya a Nueva York, su prima está frente a mis ojos y aún no me lo puedo creer— me dice al teléfono mi padre y a mí se me cae la cara de la impresión.
—Pero papá ¿Estás seguro que es ella? ¿No sea que nos pase lo de la otra vez con ese investigador.
—¡Qué no! Te lo aseguro, Christian, es ella. Deja que te envíe una foto y me entenderás.
A los pocos segundos, llega un mensaje de W******p y abro la imagen y lo que aparece en mi pantalla me deja de una pieza.
—¡Me cago en dios!— salgo como poseído de mi estudio y corro al de mi hermano, abro la puerta sin pedir permiso y mi hermano me ve con cara de odio porque lo he interrumpido.
—¿Qué quieres Christian?
—¡Hermano, la encontraron!
Los hermanos O’Connor no podían creer lo que estaban viendo, por fin su única familia aparecía frente a sus narices y nada más ni nada menos que en las oficinas del amigo de su padre.
Sin mediar nada, tomaron sus maletas y volaron a Nueva York, esa ciudad que les traería más de una sorpresa y sobre todo un cambio radical a la vida de paz y tranquilidad que tenían en su amada Dublín.
Al momento de su llegada tuvieron que escuchar lo que su padre les contaba de su prima y aguantar, sí, aguantar el no poder decirle quiénes eran, pero Christian era un tozudo y cada vez que podía se acercaba a ella, era como un maldito imán al verla tan parecida a su madre.
Christian, tuvo que aguantar las burlas y las molestias de la familia que la acogió, pero sobre todo, tuvo que aguantarla a ella, a esa castaña de ojos de avellana que se presentó frente a ellos como su nueva asistente.
Ella sería su verdadero talón de Aquiles y aunque cayó deslumbrado por la belleza de aquella madrileña ese día que la conoció, se negó a mirarla de otra forma más que como la reemplazante de su prima. Lo que no sabía es que amaría estar cerca de ella y a la vez lo odiaría de la misma manera.
Pov Macarena Arismendi.Haber conocido a Christian O’Connor había sido lo mejor que me podría haber pasado en mi vida.Es que ese hombre lo tenía todo, era guapo, inteligente y tenía mucho dinero. Pero lo más importante de todo es que se había prendado de mí hasta el tuétano.¿Qué si lo amaba como él a mí? Pues no sé si es amor al cien porciento, lo que sí sé es que él me puede dar esa seguridad que no he tenido en muchos años.Además, no creo en el amor a primera vista, por eso estoy disfrutando del momento y de todo lo que me está dando, mientras dure.Una de las tantas veces en que preferí estar con él antes de ir al atelier me encontré con una sorpresa que me incomodó. Al revisar mi teléfono, después de haber hecho el amor con Chris, pues aún era temprano y mi hermana tenía actividades extracurriculares así que no me había preocupado, tenía más de veinte llamadas perdidas de ella, el colegio y de la señora Santillán me preocuparon.Me decidí por llamar primero al colegio y la herm
Esa noche vi nuestra serie favorita y esperé a que Maca llegara, algo que no sucedió sino hasta muy temprano en la madrugada.—Ardillita, te dormiste en el sofá.—¿Qué hora es?—pregunto restregando mis ojos.—Las cinco treinta, aprovecha y dúchate temprano mientras te preparan el desayuno.—Okey, pero no estoy muy feliz con tu llegada a estas horas, mamá ardilla.—Ro, para. Te acepto que seas un encanto y te preocupes por mí, pero no eres mi madre.—Ni tú tampoco la mía, pero solo somos la una para la otra, no tenemos a nadie más.Salí de la sala molesta con mi hermana, sé que fui cruel con lo que le dije, pero era cierto, ella era lo único que tenía en la vida.—Mi ardillita, no quiero que estés enojada conmigo, sé que te preocupas por mí, pero también tienes que entender que el amor es así, te pilla en el momento y lugar que menos lo piensas. Algún día me entenderás.—Lo siento, hermana. Te amo.Corrí a sus brazos y me acurruqué como cuando era chiquita, puede que sea que me siento
—Rocío Arismendi levanta tu culo respingón que llegarás tarde a clases.—No jodas, Maca. Dame cinco minutitos más, ayer fue demasiado extenuante la prueba de algebra.—Ni loca, además tengo una cita con mi destino.—Te odio. No entiendo como putas haces para estar despierta tan temprano si trabajas en la cafetería , el atelier de doña Carlota y toda la noche en ese bar.—Pues la necesidad tiene cara de hereje, hermanita y ya sabes que las facturas no se pagan con aire— mi hermana me quita las mantas de encima y el frío de la mañana me corroe el cuerpo.—Lo sé, lo sé, ya me levanto.Como todas las mañanas, me meto a la ducha y si el hecho de que mi hermana me sacara las mantas de encima me provocó frío, el agua que cae sobre mi me cala los huesos.—¡Joder!— salí tiritando de la ducha y ahí estaba ella, tan bella como siempre con una toalla calentita y esponjada esperándome.—Ven acá, ardillita. Necesitas entrar en calor— su abrazo y masajes en mi cuerpo no solo me calentaba el cuerpo,
Estas dos semanas han sido un verdadero idilio entre mi Madrileña y yo, todos los días la pasaba a buscar al colegio de su hermana y hacíamos diferentes actividades en la ciudad y terminábamos en la cama de mi hotel amándonos.Pero como dicen por ahí, no todo es como uno quiere y el día de hoy había recibido una llamada de mi padre para saber cuándo volvería a Dublín. Rehuí del tema por mucho tiempo, porque aún no quería partir, pero también era necesario volver a casa, había extendido mi estadía en la ciudad y ya no había excusa que le hubiera dado a mi padre que me salvara, por eso me encontraba hoy esperando a mi Madrileña para proponerle algo.—¿Y esa carita de preocupación?—me dice de pie frente a mí, no había notado que llegó y la miré como el tonto enamorado que era.—No es nada, mi Madrileña, solo que tengo algo que contarte y a la vez proponerte.—Vamos por un café y ahí me lo cuentas, hoy he tenido mucho frío y me duele un poco la cabeza— me preocupó lo que me dijo, es más a
Mateo y Manolo se habían doblado como cubas de tanto alcohol que tenían en el cuerpo, fue por eso que los mandé en un taxi directo al hotel, mientras tanto yo me quedé esperando a aquella castaña saliera del bar.Ya eran cerca de las tres de la madrugada y estaba a punto de tirar la esponja cuando la vi salir con sus compañeras.—Hola— fue lo único que se me ocurrió decir y las cuatro chicas me miraron al plantarme frente a la castaña.—Hola, extraño ¿necesitas algo?— «a ti» , pensé, pero veía que las otras tres no se despegaban de ellas, mientras me miraban sonriendo.—No, solo quería decirte que me encantó tu espectáculo, bailas y cantas muy bonito.—Gracias.—Maca, llegó nuestro transporte — le dice una y ella asiente.—Fue un gusto y nuevamente gracias por tu cumplido, espero y nos volvamos a ver— se dio la media vuelta y enfiló sus pasos hacia la minivan que las esperaba y yo me había quedado como un bruto mirándola.—Espera…— grité antes de que subiera— ¿ Me darías tu número?—E
Madrid, España. Hace ocho años atrás. —Odio estas malditas excursiones estudiantiles, el arte no es lo mío.—Es necesario que aprendas de todo, querido amigo. Las construcciones de la antigua Madrid son de las más vanguardistas para la época de su creación y por eso se mantienen en pie, a pesar del tiempo transcurrido.—Ay, Mateo. Yo lo que quiero son unas birras, unas papas bravas y suficiente sexo para volverme loco.—¡Idiota! Tienes que aprender, no puedo creerlo, lo tienes todo, dinero, una familia que te respalda y haces lo que te venga en gana, no sabes como te envidio, hermano.Esa frase dicha por su amigo, años después la entendería, por ahora, el joven Christian no escucha más allá de lo que le importa y eso es pasarla bien.—Ya va, idiota, será mejor que terminemos con esto y luego te invito a comer y beber.La tarde pintaba bien para los amigos, así que recorrieron los lugares asignados por su tutor, se pasearon por las calles de Madrid y fueron descubriendo con su guía lo
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