Mundo ficciónIniciar sesiónCuando Killiam llega a casa para sorprender a su esposa con sus galletas favoritas, lo último que imagina es que Mackenzie lo reciba con una frase que le destroza el alma: “Quiero el divorcio.” Sin explicaciones, sin una razón clara y sin mirar atrás. Ella asegura que ya no lo ama. Él está convencido de que oculta algo. Porque la mujer que conoce, la que respiraba junto a él, no tomaría esa decisión así sin más. Pero diciembre llega con su propia tormenta. La familia de Mackenzie espera que ambos pasen todo el mes juntos para celebrar el cumpleaños número ochenta y cinco de la abuela Gigi. Y Mackenzie le pide a Killiam un último favor: Fingir que siguen siendo la pareja perfecta… al menos por estas fiestas. Él acepta. No lo hace por obligación, sino porque no está dispuesto a soltarla. Entre luces navideñas, recuerdos que queman, secretos que duelen y un amor que se niega a morir, diciembre se convierte en un mes donde nada es lo que parece y donde cada apariencia puede ser la chispa que los termine rompiendo o salvando. Un matrimonio al borde del colapso. Un esposo dispuesto a luchar. Una esposa que esconde su dolor. Y un diciembre que lo cambiará todo, porque estará lleno de apariencias.
Leer más25 de noviembre
Chicago, Illinois.
Killiam Draven
Entro al acogedor local que me brinda el calor que necesito y mis músculos se relajan. Solo he caminado una cuadra para llegar aquí, pero el frío que hace en las calles me tiene helado hasta los huesos. El olor a chocolate y galletas llena todo el lugar y me siento complacido al ver en la vitrina que aún queda lo que vengo a buscar.
Hoy fue un largo día. Sé que Mack ha de estar ocupada por el pedido que tenía que entregar hoy y tal vez por eso no me ha respondido aún los mensajes, pero no hay nada que unas galletas de chocolate con avellana de este lugar, que es su favorito, no mejoren.
Llego hasta la vitrina y la dueña, Doña Ofelia, me atiende con la misma sonrisa de siempre.
—¡Killiam! Qué bueno verte, ¿lo mismo de siempre? —Me da una cálida sonrisa.
Asiento, devolviendo el gesto.
—Una caja grande, por favor.
Ofelia me da una mirada larga que advierte problemas.
—¿Metiste la pata o fue un mal día? —Enarca una ceja, regañándome, y yo levanto mis manos con un gesto de inocencia.
—Día largo de trabajo y creo que las necesita —explico, para que no piense mal.
Ella me prepara la caja con una sonrisa y me las entrega.
—Son de la última horneada, aún siguen calientes. Le das saludos a Mack de mi parte, dile que espero verla pronto, que no solo te mande a ti por ellas —me dice mientras yo pago y le agradezco.
Vuelvo al auto con rapidez, tratando de cubrir del frío la caja de galletas, y me dispongo a ir rumbo a casa. Trato de llamar a mi esposa para saber si sigue en la floristería que me queda de camino, para esperarla, pero sigue sin responder. Paso por el lugar sin prisa y todo está cerrado. Una sonrisa de orgullo se me instala en el rostro. Ha terminado todo con tiempo de sobra e imagino que ahora está descansando.
«De seguro se quedó dormida. Es lo más probable».
Al llegar a casa, también encuentro todo a oscuras y eso sí que despierta la preocupación en mí. Mackenzie odia tener la casa a oscuras y más en esta época, donde las luces navideñas y el árbol brillan en su máximo esplendor.
Paso por la sala y, en efecto, las luces están apagadas en todos lados, menos en la cocina, porque allí es donde debe estar.
Llego y la encuentro apoyada en la isla de la cocina, ese lugar que ha sido testigo de muchas de las mejores noches que hemos vivido. Mi primer instinto es tomarla por sorpresa y convertir de esta, una de esas noches memorables que nos encanta tener, pero veo la postura encorvada en su espalda, sus hombros caídos y sé de inmediato que algo pasa, o que tal vez está muy cansada.
Llego hasta ella y la abrazo por la espalda, dejando un beso sobre su cabeza mientras que coloco frente a ella, en la encimera, la caja de galletas.
—Ya estoy en casa, amor.
Me impregno de su aroma. Ese que me recuerda que estoy justo en mi hogar, y no me refiero a esta casa, sino a ella.
Su cuerpo se tensa, pero no me responde. Solo se queda allí, mirando a la mesa.
—Traje tus favoritas, Mack. Doña Ofelia te manda saludos y dice que están recién horneadas, extraña verte por la pastelería.
Siento como su caja torácica se expande cuando toma aire y llena sus pulmones. Su cuerpo sigue tenso y voy a dejarle unos cuantos besos en el cuello para relajarla cuando ella se aleja todo lo que puede de mí, dejándome sorprendido.
No puede ir muy lejos porque mantengo mi brazo firme a su alrededor y está atrapada entre la encimera y yo.
—¿Pasa algo, amor?
—Tenemos que hablar, Killiam. —Su voz suena fría, distante.
Nunca usa mi nombre completo a menos que esté molesta y trato de pensar en qué carajos hice hoy, sin darme cuenta, cómo para recibir esa actitud de su parte. Me alejo un poco, para brindarle el espacio que necesita, y ella se voltea para darme la cara.
«Ahí están… los ojos que siempre me han enloquecido, pero no tienen el mismo brillo de siempre».
—¿Qué pasa Mack? ¿Sucedió algo en el trabajo? ¿Por qué estás así?
Ella suelta el aire con fuerza y me coloca una carpeta sobre el pecho que no había visto hasta ahora.
—Quiero el divorcio.
Sus palabras caen como un puñetazo directo al estómago y retrocedo aún más, sintiendo esto cómo un dolor físico, real. Abro mis ojos sin entender nada. Estoy confundido y no puedo dejar de mover mi vista desde ese sobre, hasta sus ojos.
Esos que siempre han mostrado calidez, pero que hoy se muestran fríos.
—No… —titubeo y tengo que agarrar aire cuando las manos empiezan a temblarme—. No entiendo, Mack.
—No hay nada que entender, Killiam. Aquí están los documentos que debes firmar, ya coordiné todo con mis abogados.
«Mis abogados… ¿De cuándo acá ella tiene abogados?».
Niego rotundamente y me acerco a ella, sosteniéndola por los hombros.
—Estos no son juegos, Mackenzie. Bromea con otra cosa, pero con esto no. Nunca —hablo con firmeza y seriedad—. Te amo demasiado y sabes que no puedo lidiar con algo como esto.
Ella resopla y mis palabras mueren, mientras sigo sin entender lo que está pasando.
—No es una broma, Killiam. No hagas esto más difícil —me pide mientras se gira y me da la espalda.
Sus manos siguen apoyadas en la encimera, mientras sus hombros suben y bajan con cada respiración y allí… allí junto a su mano, esos putos documentos.
—Pero… ¿Por qué? —Doy un paso hacia ella para tocarla, pero me contengo al último segundo, no sabiendo si justo ahora sea lo más apropiado.
—Porque es lo correcto —dice sin más y exploto.
Cierro la distancia que hay entre nosotros y la tomo de la cintura, dándole la vuelta para que me dé la cara.
—No me vengas con mierdas, Mackenzie. ¿Es lo correcto? ¿Eso es lo que vas a decirme? ¿Hay alguien más, acaso?
Su ceja casi llega al cabello cuando hago esa pregunta y sus ojos se vuelven más duros, llenos de rabia. Pero esas emociones solo duran un segundo, porque vuelve a la máscara fría y bien ensayada.
—No tiene que existir alguien para dar por terminada una relación. A veces, simplemente nos damos cuenta de que no somos compatibles.
Con cada palabra que sale de su boca la rabia bulle en mis venas.
—¡¿Me vas a venir con esa m****a?! ¿De verdad voy a creer que no somos compatibles cuando hace unas noches, en este mismo maldito lugar, estabas gimiendo mi nombre y diciendo que me amabas?
Me mira directamente, sin mostrar ninguna expresión.
—Las mujeres sabemos fingir bien. —Se encoge de hombros.
—Tú no estabas fingiendo esa noche —hablo con los dientes apretados y me acerco a ella, tomándola del rostro con delicadeza—. Ni esa noche ni ninguna. Conozco bien tu cuerpo, Mack. Así que no me vengas con patrañas. ¿Por qué mierdas haces esto?
—Porque no soy feliz —su voz, es apenas un susurro, pero lo dice—. No nací para esto —niega, mientras mira a algún punto cualquiera ubicado en mi espalda, pero sin mirarme—. No soy lo suficientemente buena para ser una esposa.
—Eso no lo decides tú —la interrumpo—. Eres la mujer que amo y claro que eres suficiente.
—No quiero seguir con esto, Killiam. No me siento feliz aquí, a tu lado. No puedo seguir fingiendo que sí. No soy tan buena actriz cómo para soportar más tiempo.
—¿Acaso no me amas? —la pregunta sale de lo más profundo de mi corazón, es apenas un susurro lleno de miedo, por la respuesta que pueda darme.
—Te amé con locura —admite, y que use el tiempo pasado me destroza el corazón.
—¿Ya. No. Me. Amas? —puntualizo cada palabra.
—No… —susurra y ni siquiera se atreve a mirarme a los ojos cuando lo dice—. No te amo.
Los ojos me arden y sin previo aviso, las lágrimas comienzan a deslizarse por mi cara. Nunca he sido un hombre llorica, pero tampoco soy alguien que le apene mostrar sus sentimientos, y justo ahora puedo escuchar y sentir cómo mi corazón se rompe en cientos de pedazos.
—No quiero nada que sea tuyo, ni siquiera esta casa. No voy a pelear por dinero —comienza a explicarme cosas que no me interesan—. La floristería es mía, pero todo lo demás es tuyo, Killiam. Solo quiero pedirte una cosa.
Siento que estoy en medio de una pesadilla. Que no puedo respirar. Que esta m****a nunca se acaba.
«¿Cuándo voy a despertar?».
—¿Me oíste? Solo eso quiero… —me pide y yo asiento, porque ella podría pedirme la luna y yo mismo viajaría al espacio para traerle parte de ella—. ¿Estás de acuerdo? —insiste.
—Lo que quieras… —contesto sin mirarla, mientras me limpio las lágrimas del rostro.
—Entonces firma y salgamos de esto de una buena vez. —Me tiende el bolígrafo y puedo ver un ligero temblor en su mano.
«No puedo hacer esto».
—Mis abogados tienen que revisar los documentos primero. —Es lo único que se me ocurre para no tener que hacer esto ahora.
—¿Crees que miento? ¿Crees que voy a jugarte sucio? —pregunta, ofendida.
Niego, pero no puedo firmar esto ahora. Necesito procesarlo.
—Tienen que revisarlo —me mantengo firme y ella resopla, evidentemente molesta.
Su móvil comienza a sonar y el ruido nos sobresalta a ambos. No habíamos notado que las últimas palabras las habíamos dicho entre susurros.
—Es tu madre… —le digo, cuando ella ni siquiera voltea a ver el móvil, porque es raro que su madre llame a esta hora.
Su ceño se frunce y toma el teléfono de inmediato. A la desolación, se le añade la preocupación, porque su familia es muy distinta a la mía. Es la familia que me regaló la vida y si llaman a esta hora, no puede significar nada bueno.
—La abuela Gigi —oigo que Mack susurra y mi corazón se salta un latido.
La abuela Gigi es una de las personas más maravillosas que he conocido, por supuesto, detrás de la que tengo al frente.
—Ahí estaremos —promete y cuelga la llamada antes de pasarse la mano por la cara, llena de preocupación.
—¿La abuela está bien? —Me acerco a ella, pero Mack retrocede, decidida a marcar la distancia entre nosotros.
—Mi abuela está bien —puntualiza y yo me muerdo la lengua—. Es sobre su cumpleaños —me recuerda—. La familia ha hecho de eso todo un evento, desde el primero de diciembre hasta navidad. Habíamos comprado los vuelos, ¿lo recuerdas? —Asiento, porque yo mismo hice el trámite.
—No saben nada, ¿verdad? —llego a la conclusión y ella asiente.
—Y no tienen que saberlo hasta que esto pase. Es una decisión que se toma en privado.
—Tan en privado que ni siquiera me lo comentaste hasta ahora —le reclamo.
—No empieces. —Levanta un dedo hacia mí.
—Sé que es una locura lo que voy a pedirte, después de todo lo que se ha dicho, pero es por la abuela, por su salud. No puedo hacerle esto ahora. —Un atisbo de esperanza ilumina mi roto corazón, aunque siga sin entender lo que está pasando—. Necesitamos fingir que todo está bien. Por ellos, por ella —me pide—. Necesitamos hacerlo.
—Acabas de decir que no puedes seguir fingiendo que eres feliz a mi lado —las palabras me saben amargas cuando las digo.
—Lo sé y no te pido esto por mí, sino por ella… No podemos hacerle esto, después de que ha tenido un año tan difícil y sabemos cuánto ama la navidad y su cumpleaños. Por todo este tiempo que llevamos juntos, por el amor que le tienes a mi familia, a la abuela… Ayúdame a cumplir con este último compromiso familiar. A aparentar que todo marcha bien.
—Será un diciembre lleno de apariencias… ¿Segura que puedes con eso?
—Por la abuela, sí.
—Y porque me amas todavía, aunque no lo admitas.
Ella niega y me evade la mirada. Pero en mi cabeza empieza a trazarse un plan. Un jodido, loco y desesperado plan.
—Entonces… ¿cuento contigo para esto?
—Te doy una respuesta después de que mis abogados revisen el acuerdo de divorcio.
Vuelve a resoplar, frustrada.
—¿De verdad vas a hacer las cosas así? —pregunta, molesta— ¿No puedes hacerme este último favor? —grita, evidentemente frustrada.
—A ver, Mack…
—Mackenzie —me interrumpe y yo giro los ojos, porque ya está pareciendo una niña malcriada.
—Mackenzie —repito para complacerla—. Ya tú hiciste las cosas a tu modo, necesito tiempo, necesito revisar los documentos y luego te daré una respuesta a ese último favor.
—Sea lo que sea que esté maquinando tu cabeza, la respuesta es no, Killiam. Esto se acabó.
—Puedes decir lo que quieras, Mack… enzie —completo cuando me gano una mala mirada—. Pero necesitas un favor de mi parte y la última palabra, la tengo yo.
«Eso es muy cabrón de mi parte, pero es lo que tengo».
Ella me mira con rabia contenida, pero no dice nada, solo asiente y toma su teléfono de la encimera, donde lo ha dejado.
—Alquilé un Airbnb por unos días, mientras busco algo más permanente —camina hacia unas maletas que ni siquiera había notado—. Cuando estés listo, pasa por la floristería para que hablemos.
—No tienes que irte, esta es tu casa —le pido, pero ella niega.
—Es tuya… No quiero estar aquí.
—Puedo irme, si eso te brinda tranquilidad.
No quiero que se vaya, quiero saber que está segura y cómoda, a pesar de todo.
—Mis maletas ya están hechas —se encoge de hombros.
—Yo no las necesito.
—¡Ya basta, Killiam! —me grita y vuelve a respirar profundo para recobrar la compostura—. Solo ten todo listo antes del primero de diciembre. Necesito una respuesta de tu parte, para saber a qué atenerme.
Toma las maletas, las llaves de su auto y sin más, sale por la puerta de la cocina.
Sin mirar atrás. Sin mirar que me ha dejado con el alma y el corazón hecho pedazos.
Sin mirar el lugar donde hemos construido recuerdos que llevamos tatuados en la piel.
Miro el documento sobre la encimera y niego. Ese maldito papel no me va a separar de la mujer que amo, no puedo rendirme. No así de fácil, sin entender en realidad qué coño está pasando.
Si Mackenzie quiere el divorcio tendrá que ser bajo mis condiciones. Ella lo hizo a su manera, ahora tiene que ver que, a la mía, no es tan sencillo.
Porque no estoy dispuesto a rendirme tan fácil solo porque sí.
No estoy dispuesto a perderla, a perdernos, y menos, si ella me sigue amando cómo yo la amo.
2 de diciembre.Breckenridge.Killiam DravenEl ambiente que rodea al resort dejó de ser específicamente familiar para volverse una locura navideña. Del Bingo, pasamos a otros juegos a los que se sumaron un montón de habitantes del pueblo, lo que me dio una idea de cómo suelen ser aquí las cosas. Bandejas de comida de un lado a otro, manteniendo las barrigas llenas y los corazones contentos. Música navideña, montón de tradiciones…Toda una experiencia que se mueve alrededor de los Hale. Ellos son el centro del espectáculo.«Ahora entiendo por qué Mack quiso ir huyendo».En las horas que hemos pasado, perdí la cuenta de la cantidad de personas que intentaron convencer a Mackenzie de participar de una cosa u otra, que porque ella debe representar a la familia después de estar años sin venir.Cada vez, ella bajó la mirada y con un suspiro, asintió y fue allí donde la llamaron.Es raro ver eso, vivirlo. Mackenzie, mi Mackenzie, no se deja de nadie, ni finge que está bien hacer algo que no
2 de diciembre. Mediodía.BreckenridgeMackenzie HaleMe alejo de Killiam temblando de pies a cabeza. Ver el nombre de Damiano en su teléfono me recordó por qué es un completo error lo que acabo de aceptar con él y por qué también es un error el haber aceptado venir aquí. Fingir es una tortura.Fingir que ya no siento nada por él. Fingir que nada está pasando. Aparentar que no me duele el alma y el corazón, mientras le doy una sonrisa a mi familia, mientras convivo con él.Eso es lo más difícil.Y lo peor es que yo fui quien pidió esto.Killiam quiere que no haya diferencias entre los dos, que de verdad seamos esa pareja que fuimos estos años y no solo porque debemos aparentar frente a todos, sino porque según él, lo merece.Acepté porque soy estúpida, porque él se sigue comportando como el hombre que siempre soñé para mí. Y porque estar aquí me vuelve vulnerable de una manera que odio.¿Si lo mereciera, me estaría divorciando del hombre que amo?Por supuesto que no.Pero no estoy lis
2 de diciembre. Mediodía.Breckenridge.Killiam DravenObservo cómo el vapor le roza las mejillas y noto el temblor suave de su respiración. No está bien, pero está siendo honesta conmigo por primera vez desde que me dio esos papeles.Eso me conforma de una manera rara.—No quiero que pienses, Killiam —dice ella con la mirada fija en el horizonte— que este lugar… —hace un gesto leve hacia el mirador— o que lo que viví aquí, tienen comparación con lo nuestro. Sé que me estoy repitiendo, pero no quiero que malentiendas mis razones.Mi piel se eriza al sentir la devoción por lo que tuvimos en sus palabras. Y aunque con lo que me dijo antes, comprendí la verdad, se siente bien que insista en que vea lo que ella.—Lo nuestro fue lo que elegí —continúa—. Esto… era solo el fondo donde yo no quería quedarme atrapada.Me inclino un poco hacia ella, lo suficiente para que sepa que estoy aquí, pero sin tocarla porque me lo pidió antes.—No siento celos de él —digo con voz baja—. Siento celos del
2 de diciembre. Casi a mediodía. Breckenridge.Killiam DravenLa expresión de Mack es sutil, pero es el tipo de reacción que alguien solo tiene con una persona que marcó algo en su vida, para bien o para mal.Y eso ya es suficiente para que mi estómago se contraiga.Él deja la taza en el mostrador y se limpia las manos en el delantal. Levanta la mirada otra vez, asegurándose de que no está viendo una ilusión, y la reacción que tiene no es la que tendría un simple amigo viendo a alguien después de años.Se le ilumina la cara.—Mackenzie… —dice su nombre con un tono demasiado familiar.Mi mandíbula se tensa.Mack da un paso adelante y, aunque no suelta mi mano, se siente como si estuviera lejos.—Hola, Matt —responde ella, intentando sonar casual, pero yo la conozco.Está nerviosa.Él sonríe como si no existiera nadie más en el local. Y como si no estuviera yo, parado a su lado, agarrando la mano de la mujer que él mira como si fuera un recuerdo preciado.—No sabía que estabas en el pu
2 de diciembre. En la mañana.BreckenridgeKilliam DravenTengo sus labios a un suspiro de los míos. Tengo su cuerpo tan cerca que su calor se filtra hacia el mío a pesar del frío. La tengo en mis brazos y, aun así, me obligo a retroceder.Todavía siento en mis labios el cosquilleo del beso que nos dimos dentro del resort, para disfrute de su familia. Todavía mis manos pican con las ganas de tocarla a cada hora, como solía ser. Y mi corazón, mi corazón ya no sabe cómo resistir«Y se supone que este es el principio».Mack deja salir un suspiro y cierra los ojos. Siento el estremecimiento de su pecho, como si tuviera un sollozo ahogado en la garganta. Sé que quiere llorar y, ¡carajo!, quiero que lo haga.Quiero que haga algo. Algo que me permita saber qué sucede, por qué tomó esta decisión que a leguas se nota que le cuesta.Acerco más mis labios a los suyos, hasta que siento el temblor en su aliento.—Killiam —mi nombre suena como una súplica. Su cuerpo se arquea apenas hacia el mío, c
2 de diciembre. En la mañana. BreckenridgeMackenzie HaleEl murmullo vuelve poco a poco a la mesa, todo sigue con normalidad, ajeno a la tormenta que debo controlar dentro de mí, a este aire que se queda atascado en mis pulmones. La mano de Killiam sigue en mi espalda, firme, y eso me enfurece más de lo que debería. Más de lo que debería mostrar ante mi familia. Tenerlo cerca, sentir en mi cuerpo esas caricias qué hasta hace nada eran de mis partes favoritas de nuestra relación, me hace sentir rabiosa.Pero no es una rabia que nace desde lo injusto, aunque podría serlo. Es una rabia que nace de la decepción, del dolor. Él puede insistir mucho en mantener la normalidad, hacerse el tonto, pero en su interior tiene que entender. A fin de cuentas firmó el divorcio. Mi madre retoma una conversación con mi padre y en cuestión de pocos minutos se ven riendo y contando alguna anécdota del pasado. La abuela Gigi sorbe su chocolate con una sonrisa tranquila, lo que me pone feliz, porque s
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