Estas dos semanas han sido un verdadero idilio entre mi Madrileña y yo, todos los días la pasaba a buscar al colegio de su hermana y hacíamos diferentes actividades en la ciudad y terminábamos en la cama de mi hotel amándonos.
Pero como dicen por ahí, no todo es como uno quiere y el día de hoy había recibido una llamada de mi padre para saber cuándo volvería a Dublín. Rehuí del tema por mucho tiempo, porque aún no quería partir, pero también era necesario volver a casa, había extendido mi estadía en la ciudad y ya no había excusa que le hubiera dado a mi padre que me salvara, por eso me encontraba hoy esperando a mi Madrileña para proponerle algo.
—¿Y esa carita de preocupación?—me dice de pie frente a mí, no había notado que llegó y la miré como el tonto enamorado que era.
—No es nada, mi Madrileña, solo que tengo algo que contarte y a la vez proponerte.
—Vamos por un café y ahí me lo cuentas, hoy he tenido mucho frío y me duele un poco la cabeza— me preocupó lo que me dijo, es más ahí noté que su semblante estaba más pálido que otras veces y me levanté presto para abrazarla y comenzar nuestro camino.
—Vamos, un buen café te repondrá esos colores perdidos en tu bello rostro.
Tomé su mano, como se me había hecho costumbre y caminamos por las calles de Madrid.
Llegamos a nuestra cafetería favorita y doña Adriana nos saludó contenta de vernos, ya nos habíamos hecho habitué en el lugar y de la nada aparecieron dos cafés con churros y chocolate.
—Es bueno verlos muchachos, beban y coman pronto, los churros calentitos son los mejors.
—Gracias, Adriana. Eso haremos— le dice mi Madrileña, esbozando esa bella sonrisa en su carita de princesa. Adriana nos deja solos y Macarena toma mi mano, mientras con la otra me da de comer un churro—A ver. Dime qué pasa por esa cabecita loca.
—Debo volver a Dublín—suelto sin filtro y ella baja su carita para fijarse en nuestras manos unidas—. Ya sabes que mi estadía se ha prolongado más de lo debido y mi padre me está atosigando para que regrese.
—Ya veo…— dice como si la estuviera cortando, lo que no era así, quería que ella estuviera conmigo y me arriesgué.
—No pienses tanto, mi Madrileña pues lo que te quiero proponer es que viajes conmigo.
—¿Qué?— levanta su mirada y ahora es una cara de impresión la que tiene, sus ojos me ven con duda y es por esto que sigo con mi propuesta.
—Pues eso, quiero que vengas conmigo a Dublín como mi novia— saqué el pequeño estuche y lo abrí frente a sus ojos— . No es un anillo de compromiso, pero si una promesa de que algún día podríamos…
—Es hermoso, Christian — sacó la pequeña pulsera con un dije de corazón y me lo entregó para que se lo colocara.
—Este corazón representa todo lo que el mío siente por ti, Macarena.
—Gracias y sí, acepto irme contigo— chilla como niña pequeña y luego me besa—, pero no puedo irme tan rápido, debo hablarlo con mi familia y…
—Tranquila, tenemos una semana para hacerlo todo y también me gustaría ver a tus padres, no quiero ser el desgraciado que se roba a su hija’
—¡No! — me dice ansiosa— no te preocupes, mis padres están en un crucero por el mediterráneo en estos momentos, es difícil que me nos podamos contactar con ellos. Lo que tengo que hacer es preocuparme por mi ardillita, nada más y podremos irnos. Deberé hablar con mi hermana mayor para que la cuide, pero tranquilo. Todo tiene solución.
Ese día fui el hombre más feliz del mundo, ella me había aceptado y también quería viajar conmigo. Sé que somos un poco apresurados, pero en el amor no hay reglas de comportamiento y si ambos lo deseábamos, no habría nada en el mundo que nos separara.
Los días pasaron y varias veces noté a Maca distraída y con pocos ánimos de salir. Después de dejar a su hermana en el colegio nos íbamos directo a mi hotel y volvía a ser la de siempre cuando hacíamos el amor. Puede ser que el hecho de que viajemos a Dublín la tenga nerviosa, pero dejé esos pensamientos de lado y me preocupé por tener todo listo para nuestro viaje.
El día de nuestra partida por fin había llegado y en la tarde del día anterior decidimos llegar por separado al aeropuerto de Barajas. Maca me había dicho que quería pasar su última noche con su hermanita, a lo cual accedí, por lo que la había conocido ella y su hermana eran casi inseparables y dejarla era su mayor preocupación.
Tomé mi mochila y mi pequeña maleta de mano y salí de esa habitación que había sido nuestro nidito de amor, al llegar a la recepción entregué mis llaves y pagué la deuda, pedí un taxi y me dirigí al aeropuerto.
En el trayecto ya había llamado varias veces a Macarena, pero ella no había contestado mis llamadas.
—¿Qué le habrá pasado? Debe estar despidiéndose de sus hermanas, sí, eso debe ser— hablaba conmigo mismo en el auto, mientras le dejaba un mensaje de texto.
Llegué con tiempo al aeropuerto y aproveché de hacer el check in de ambos y entregar mi maleta, me senté en una cafetería a esperar por mi amada y mientras bebía de mi café una llamada me espabiló de mis pensamientos.
—Chris…
—Ya estaba pensando que me dejarías botado en medio del aeropuerto, ¿Dónde estás?— no la había dejado terminar de hablar, ya habían hecho el primer llamado y ella aún no aparecía.
—Christian… Lo siento, no iré.
—¿De qué coño estás hablando Macarena?— grito al teléfono, esto no podía ser cierto, ella no podía…
—Fue bonito mientras duró, pero me di cuenta de que nuestras historias están en páginas distintas y no me puedo ir, no te amo lo suficiente como para dejar mi vida en Madrid así de fácil, lo siento.
—Macarena, no te entiendo, dime dónde estás y yo…
—No es necesario que me busques, Christian. Ya lo he decido, eres un chico grandioso, pero sé que no estoy dispuesta a dejar todo por ti, discúlpame.
—Maca… ¡Macarena!
El pitido de que la llamada había sido cortada me volvió a la realidad, ella no me había elegido a mí. Debí notarlo en los cambios de los últimos días, pero estaba tan ciego de amor que solo ahora los estaba viendo.
Volví a llamar y cada una de las llamadas me mandaba directo al buzón de voz.
Estuve a punto de salir corriendo a buscarla, pero ¿Dónde? Nunca me dijo su dirección y solo sabía del colegio de su hermana, el café y el bar.
—Última llamada, a los pasajeros del vuelo tres dos ocho, favor de abordar por la puerta seis.
Me debatí en si debía tomar o no ese vuelo, pero ella me había dicho que no vendría.
—Estás en otra página, que pobre excusa Macarena—dije mirando a la nada, mi historia con ella estaba terminando y no de la forma en que me imaginé.
Tomé mi mochila y me despedí de Madrid. Un lugar al que no volvería nunca más, por el resto de mi vida.