La Madrileña

Mateo y Manolo se habían doblado como cubas de tanto alcohol que tenían en el cuerpo, fue por eso que los mandé en un taxi directo al hotel, mientras tanto yo me quedé esperando a aquella castaña saliera del bar.

Ya eran cerca de las tres de la madrugada y estaba a punto de tirar la esponja cuando la vi salir con sus compañeras.

—Hola— fue lo único que se me ocurrió decir y las cuatro chicas me miraron al plantarme frente a la castaña.

—Hola, extraño ¿necesitas algo?— «a ti» , pensé, pero veía que las otras tres no se despegaban de ellas, mientras me miraban sonriendo.

—No, solo quería decirte que me encantó tu espectáculo, bailas y cantas muy bonito.

—Gracias.

—Maca, llegó nuestro transporte — le dice una y ella asiente.

—Fue un gusto y nuevamente gracias por tu cumplido, espero y nos volvamos a ver— se dio la media vuelta y enfiló sus pasos hacia la minivan que las esperaba y yo me había quedado como un bruto mirándola.

—Espera…— grité antes de que subiera— ¿ Me darías tu número?

—Eres osado gringuito.

—Soy irlandés, no gringo — dije un tanto molesto, me cargaba que pensara que era americano.

—Oh, perdón su majestad— me dijo esbozando una sonrisa cautivadora—. Dame acá tu teléfono.

Marcó su número y luego hizo una llamada, su teléfono sonó y me entregó el mío.

» Un gusto, joven irlandés, ahí nos vemos.

—Ten por seguro que te llamaré.

Y eso hice al siguiente día y al siguiente y al siguiente hasta que ella me contestó.

—Tal parece que eres un tanto persistente.

—Por supuesto, ¿Qué tienes que hacer hoy? — dije apresurado.

—Nada muy importante, solo ver que la loca de mi hermana haga sus deberes y dejarla en el colegio.

—¿Te gustaría ir a tomar un helado?

—Me encantaría, pero tendría que ser a eso de las ocho, cuando deje a la tozuda de mi hermanita en el colegio, puede ser demasiado temprano.

—Dame la dirección y yo te busco.

—Perfecto.

Tomé nota de la dirección en dónde nos encontraríamos y me levanté como bólido para estar listo. Me duché y coloqué ropa cómoda, hoy no tendríamos nada del otro mundo con los guías y nos habían dado el día libre, por lo que sabía Mateo se quedó de juntar con Manolo y yo había decidido probar pir última vez.

Salí del hotel y busqué un taxi, le di la dirección y fui rumbo al encuentro de Macarena.

Al llegar, noté que era un colegio. De arquitectura gótica y se notaba que era de señoritas, pues todas las que ingresaban eran mujeres, pagué la tarifa y salí del auto para esperarla. No pasaron más de dies minutos y la vi llegar con una chica de no más de quince años, eran como dos gotas de agua lo que me hizo esbozar una sonrisa al saber que lo más probable es que fuera su pequeña hermana. Me ubiqué bajo la sombra de un árbol y esperé a que ellas se despidieran. Macarena ya me había visto y al parecer la chiquilla también, pues me miró con cara de pocos amigos.

Ambas hermanas se despidieron y mi bella Madrileña se acercó con ese caminar candente hasta mí.

—Hola, irlandés.

—Christian — dije, pues nunca le di mi nombre — Christian O’Connor.

—Pues Christian O’Connor es un gusto conocerte. Macarena Aris… Aristegui.

—Bello nombre, Macarena Aris… Aristegui ¿Vamos?

—Vamos.

Tomé su mano y debo decir que sentí maripositas en el estómago, fuimos a una heladería y nos sentamos a tomar un rico helado, ella de pistacho y yo de pasas al ron.

El día pintaba maravilloso y entre risas y helado robado nos contamos toda nuestra vida.

Macarena era la hija del medio de tres hermanas. Sus padres eran contables y ella estaba estudiando diseño de modas, la mayor de sus hermanas ya estaba casada y la más pequeña, que tenía dieciséis, estaba por terminar la escuela.

—O sea que todos los trajes que usas en tus presentaciones son tuyos—afirmé más que preguntar y ella asintió.

—Así es, pero no solo los míos, también los de las chicas.

—Son preciosos, igual que tú.

—No seas zalamero, si ya me caes bien.

—No lo soy, es que me encanta como te vez vestida para bailar.

—Pues, se agradece. En el mundo de la moda no siempre se tiene todo y la competencia es feroz.

Seguimos conversando por un buen rato, hasta que Macarena notó la hora y se preocupó.

—Me cago en dios, tengo que ir a buscar a mi hermana al colegio.

—Deja que te lleve, es por mi culpa que no llegarás a tiempo.

—Está bien, llamaré a mi ardillita y le avisaré que voy en camino.

Y eso hizo, pues escuché los gritos de la chiquilla que estaba molesta porque la había dejado botada en el colegio.

Cuando llegamos, nos despedimos de dos besos, como lo hacían acá, pero me atreví a más y le robé un pequeño piquito.

—Espero volver a verte.

—Yo también, Christian O’Connor. Te llamo.

—Esperaré tu llamada.

La quedé mirando, mientras se acercaba a su hermanita y luego que las vi partir me fui rumbo al hotel, aproveché de caminar un rato por las calles de la ciudad, admirando el paisaje cuando de repente mi teléfono vibró.

“Te espero en el bar a las diez, es una cita”

Con el ánimo más que elevado llegué al hotel, pedí algo de comer a la habitación y me preparé para salir.

—¿A dónde vas tan arreglado Chris?— me pregunta Mateo, saliendo de la suya.

—Tengo una cita con el destino. Nos vemos idiota.

—¡Qué te la pasen bien, insulso!

Ambos salimos por caminos diferentes y al llegar al bar la vi, estaba esperando fuera, se veía preciosa en un vestido rojo sangre que apenas y le cubría los muslos.

—Perdón por la demora.

—Oh, no, no, recién he llegado ¿Te apetece que entremos?

—Si, claro. Las damas primero.

Pedimos sangría y unas papas bravas para compartir y nuevamente conversamos como si nos conociéramos de toda la vida, entre conversación y alguno que otro beso se nos pasó la noche y no quería que este día terminara.

Para la media noche decidimos salir del lugar y caminamos por las calles de Madrid.

—Llévame a tu hotel— me quedé de una pieza al escuchar su pedido, pero si ella lo pedía quién era yo para negárselo.

Llegamos a mi hotel y entre besos y toqueteos entramos en mi habitación.

—Eres perfecta, mi Madrileña.

Abrí la puerta de mi habitación y luego de cerrar la puerta asalté su cuerpo curvilíneo pegándola a la muralla, ella, por su parte, comenzó a quitarme la chaqueta y la camisa. Con más ansías que práctica la levanté y ella colocó sus piernas en mis caderas.

Nos llevé a la cama y la posé delicadamente en ella, estaba que explotaba por adentrarme en su cuerpo, pero quise hacerlo lento y mientras nos besábamos bajé los tirantes de su vestido, me maravillé de ver su torso desnudo y ataqué esos pechos que estaban deseosos de mí. Con cuidado me quité los pantalones y los zapatos y ella hizo lo mismo sacando su precioso vestido bajándolo por sus caderas.

—Me encantas, Macarena.

—Y tú a mí, Chris.

Volvimos a besarnos y mis manos bajaron desde el valle de sus pechos hasta su monte de Venus y m****a, sus precioso coño estaba absolutamente mojado, metí uno de mis dedos entre sus pliegues y comencé a moverlo para darle placer.

Sus gemidos eran ahogados por mis besos y cuando la sentí explotar en mi mano corrí la pantaleta que llevaba y acomodé mi miembro entre sus pliegues.

—Oh, dios mío.

—Si, mi Madrileña, soy todo tuyo— dije y ella esbozó una risita que fue ahogada por el primer embiste.

—Ah… Sí, sigue así, por favor.

Nuestros cuerpos chocaban en una maravillosa danza que era perfecta. Su cuerpo se movía al ritmo del mío como si fuéramos uno solo y nuestros gemidos eran el fiel reflejo de como lo estábamos disfrutando.

—Dámelo, mi Madrileña, quiero que te corras con mi pene dentro de ti— le dije al sentir como su dulce coño se estremecía con mis embestidas, su cuerpo se arqueó y sus uñas se clavaron en mi espalda cuando su orgasmo, mi cuerpo vibró y la seguí casi de inmediato. Salí justo antes y dejé todo mi semen esparcido en su vientre.

Ambos respirábamos de forma irregular y nos reímos como chiquillos. Me acosté a su lado y la aferré a mí.

Me había enamorado de esa castaña y la quería solo para mí.

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