Él es poder, ella es fuego. Juntos son una bomba de relojería. Nicole Ramírez está cansada de vivir bajo reglas. Tras terminar una relación tóxica y graduarse de administración, decide mudarse a Madrid para empezar de cero. Lo último que espera es terminar trabajando como asistente personal del hombre más arrogante y sensual que haya conocido: Álvaro Del Valle, CEO de una cadena hotelera, adicto al control y al placer... pero con una vida llena de secretos. Entre viajes de negocios, roces que queman y un contrato con cláusulas muy peculiares, lo que empieza como un juego sexual termina en algo que ninguno de los dos estaba preparado para sentir. Nicole no quiere volver a perder su libertad. Álvaro no quiere volver a confiar en nadie. Pero cuando la pasión lo consume todo, lo prohibido se convierte en necesidad, y lo correcto... simplemente no basta. ¿Podrán sobrevivir al deseo sin perderse en el intento?
Leer másEl Madrid de julio era un horno. Nicole Ramírez se secó el sudor de la frente mientras revisaba por quinta vez la dirección en su teléfono. La Torre Del Valle se alzaba imponente frente a ella: sesenta pisos de cristal y acero que reflejaban el sol como un espejo gigante. Respiró hondo, ajustó su falda lápiz negra y se recordó a sí misma por qué estaba allí.
*Libertad. Independencia. Una nueva vida.*
Tres meses atrás había estado atrapada en una relación que la consumía lentamente. Ahora, con su título de administración bajo el brazo y cinco mil kilómetros de distancia entre ella y su ex, estaba determinada a reconstruirse. Aunque su cuenta bancaria no compartía su optimismo.
—Última entrevista del día —murmuró para darse ánimos mientras cruzaba las puertas giratorias—. No la jodas, Nicole.
El vestíbulo era un despliegue obsceno de lujo: mármol italiano, candelabros de cristal y una fuente central donde el agua parecía danzar. Nicole tragó saliva. La agencia de empleo solo le había dicho que necesitaban una "asistente ejecutiva con disponibilidad inmediata". Nadie mencionó que estaría postulando para trabajar en uno de los grupos hoteleros más prestigiosos de Europa.
—¿Señorita Ramírez? —Una mujer de unos cincuenta años, con un moño tan tenso que parecía estirarle las facciones, la escrutó de arriba abajo—. Soy Margarita Ortiz, jefa de Recursos Humanos. Llega tres minutos tarde.
Nicole consultó su reloj. Eran exactamente las 15:00.
—Mi reloj marca la hora en punto —respondió con una sonrisa que no fue correspondida.
—El tiempo Del Valle siempre va tres minutos adelantado. Primera lección. Sígame.
Mientras subían en un ascensor exclusivo, Nicole intentó memorizar las instrucciones que Margarita recitaba como un mantra: no mirar directamente a los ojos al señor Del Valle a menos que él lo solicite, responder solo lo que se le pregunte, mantener una postura erguida en todo momento.
—¿Estoy entrevistándome para asistente o para militar? —bromeó Nicole.
Margarita la miró como si acabara de insultar a su madre.
—El señor Del Valle valora la disciplina por encima de todo. Ha rechazado a diecisiete candidatas esta semana. No sea la número dieciocho.
El ascensor se detuvo en el piso 60. Un pasillo minimalista en tonos grises conducía a una única puerta negra. Sin ventanas, sin distracciones. Solo poder concentrado.
—Espere aquí —ordenó Margarita antes de desaparecer tras la puerta.
Nicole aprovechó para revisar su reflejo en la superficie cromada de la pared. Su melena castaña seguía domada en una coleta baja, su maquillaje discreto permanecía intacto. Se pellizcó las mejillas para darles color. Después de todo lo que había pasado con Miguel, necesitaba este trabajo. Necesitaba demostrar que podía valerse por sí misma.
La puerta se abrió.
—Puede pasar —anunció Margarita con un tono que sugería que acababa de recibir malas noticias.
La oficina era un espacio abierto con ventanales del suelo al techo que ofrecían una vista panorámica de Madrid. Minimalista, elegante, intimidante. Como el hombre que estaba de pie junto a la ventana.
Álvaro Del Valle no se giró inmediatamente. Nicole tuvo tiempo de observar su espalda ancha bajo un traje hecho a medida, su pelo negro perfectamente cortado, la postura de alguien acostumbrado a que el mundo se inclinara ante él.
—Señorita Ramírez —su voz era grave, con un ligero acento que Nicole no pudo identificar—. Siéntese.
No era una invitación. Era una orden.
Cuando finalmente se volvió hacia ella, Nicole sintió un escalofrío que nada tenía que ver con el aire acondicionado. Álvaro Del Valle no era el ejecutivo canoso que había imaginado. Tendría unos treinta y cinco años, con facciones esculpidas en mármol: mandíbula definida, nariz recta, labios firmes. Pero fueron sus ojos los que la paralizaron: grises como una tormenta de invierno, fríos y calculadores.
—Su currículum es... interesante —dijo, hojeando una carpeta sin realmente mirarla—. Recién graduada, sin experiencia relevante, y según mi jefa de recursos humanos, con un problema de puntualidad.
—Llegué a la hora exacta —se defendió Nicole, olvidando instantáneamente todas las advertencias de Margarita—. Y lo que me falta en experiencia lo compenso con dedicación y capacidad de aprendizaje.
Una ceja perfectamente arqueada fue la única reacción visible de Álvaro.
—¿Siempre responde así a sus superiores?
—Solo cuando me juzgan injustamente.
Un silencio tenso se instaló entre ellos. Nicole se maldijo internamente. *Acabas de perder el trabajo, idiota.*
Para su sorpresa, una sonrisa casi imperceptible curvó los labios de Álvaro.
—¿Por qué Madrid, señorita Ramírez? Su acento me dice que no es de aquí.
—Necesitaba un cambio —respondió, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Nuevos horizontes.
—¿Huyendo de algo? ¿O de alguien?
La pregunta la tomó desprevenida. Sus ojos se encontraron, desafiantes.
—Prefiero verlo como correr hacia algo nuevo, señor Del Valle.
Él se acercó, rodeando el escritorio hasta quedar a escasos centímetros de ella. Nicole pudo percibir su aroma: sándalo, cuero y algo más primitivo, más peligroso.
—Mi asistente personal debe estar disponible las veinticuatro horas —dijo, estudiándola con una intensidad que la hizo sentir desnuda—. Viajes constantes, confidencialidad absoluta, y sobre todo... —se inclinó ligeramente— obediencia incuestionable. ¿Está preparada para eso?
Nicole debería haberse sentido intimidada. Debería haber recordado a Miguel y sus exigencias, sus celos, su control. Pero algo en la mirada de Álvaro despertó en ella una rebeldía que creía olvidada.
—Depende —respondió, sosteniéndole la mirada—. ¿Está usted preparado para una asistente que no se deja amedrentar fácilmente?
El aire entre ellos se cargó de electricidad. Por un instante, Nicole creyó ver algo salvaje en aquellos ojos grises, algo que iba más allá del poder corporativo.
—Empieza mañana a las siete —sentenció finalmente Álvaro, regresando a su posición tras el escritorio—. Margarita le explicará los detalles de su contrato. Y señorita Ramírez... —añadió cuando ella se levantaba— aquí, la obediencia no es opcional. Es la única forma de sobrevivir.
Nicole asintió, sintiendo una mezcla contradictoria de triunfo y aprensión.
—Hasta mañana, señor Del Valle.
Mientras salía de la oficina, no pudo evitar preguntarse en qué se estaba metiendo. Pero por primera vez en mucho tiempo, el miedo no la paralizaba.
La estaba haciendo sentir viva.
El regreso a Madrid trajo consigo un silencio incómodo que se instaló entre nosotros como un muro invisible. Durante el vuelo, Álvaro se había refugiado en su ordenador, respondiendo correos con una concentración casi obsesiva, mientras yo fingía estar absorta en una película que ni siquiera podía seguir. Tres días habían pasado desde Barcelona. Tres días intentando actuar como si nada hubiera ocurrido en aquella terraza.La oficina se convirtió en un campo minado. Cada vez que nos cruzábamos en el pasillo, la electricidad era tan palpable que casi podía oírse el crepitar en el aire. Él mantenía su máscara de profesionalidad impecable, pero sus ojos... sus ojos me seguían con una intensidad que me quemaba la piel.Esa mañana, mientras organizaba su agenda en la recepción, Carlos, uno de los diseñadores gráficos, se acercó a mi escritorio.—Nicole, ¿te apetece un café? Llevo días queriendo invitarte.Su sonrisa era genuina, y agradecí el gesto de normalidad en medio de tanta tensión.—
El avión privado de Álvaro Del Valle era exactamente como Nicole lo había imaginado: ostentoso, elegante y con ese aire de superioridad que parecía acompañar a su dueño a todas partes. Mientras se acomodaba en uno de los asientos de cuero blanco, Nicole repasaba mentalmente cómo había terminado allí, rumbo a Barcelona para una "reunión urgente" que requería su presencia.—¿Primera vez en un jet privado? —preguntó Álvaro, aflojándose la corbata mientras tomaba asiento frente a ella.—¿Tanto se nota? —respondió Nicole, intentando disimular su asombro.—Tu cara es un libro abierto, Ramírez.La azafata les sirvió champán antes del despegue. Nicole lo rechazó, pero Álvaro insistió.—Relájate. No muerdo... a menos que me lo pidas.Ese comentario hizo que Nicole sintiera un escalofrío recorrer su espalda. Llevaba apenas dos semanas trabajando para él, y ya había notado cómo sus miradas se prolongaban más de lo necesario, cómo sus dedos rozaban "accidentalmente" los suyos al pasarle documento
El ascensor se detuvo en el piso veinticinco con un suave tintineo. Nicole respiró hondo, ajustó su falda lápiz negra y salió con paso decidido. Su primer día oficial como asistente personal de Álvaro Del Valle. Después de aquel desastroso encuentro inicial y la tensa entrevista, se había prometido mantener todo estrictamente profesional.La recepcionista de la planta ejecutiva la saludó con una sonrisa.—Buenos días, señorita Ramírez. El señor Del Valle la espera en su oficina.Nicole asintió y avanzó por el pasillo de mármol, sus tacones marcando un ritmo constante que intentaba disimular los latidos acelerados de su corazón. Se detuvo frente a la puerta de cristal esmerilado y golpeó suavemente.—Adelante.Aquella voz. Grave, autoritaria, con ese acento madrileño que hacía que cada sílaba sonara como una caricia prohibida. Nicole entró, encontrándose con Álvaro de pie junto al ventanal que dominaba la ciudad. Llevaba un traje azul marino que parecía haber sido cosido directamente s
El despertador sonó a las cinco de la mañana. Nicole lo apagó de un manotazo y se quedó mirando el techo de su pequeño apartamento en Lavapiés. Afuera, Madrid apenas despertaba, pero ella ya sentía la adrenalina corriendo por sus venas.*Primer día. No lo arruines.*Se duchó con agua fría para espantar el sueño y el calor que ya se filtraba por la ventana. Mientras el agua resbalaba por su piel, no pudo evitar recordar aquellos ojos grises que la habían atravesado el día anterior. Álvaro Del Valle. Su nuevo jefe. El hombre que, según Margarita, había rechazado a diecisiete candidatas antes que ella.¿Por qué la había elegido? La pregunta la atormentaba mientras se secaba el pelo.Frente al armario, Nicole dudó. Su guardarropa era limitado: algunas prendas básicas que había traído de México y otras compradas en rebajas. Finalmente optó por un vestido negro ceñido pero sobrio, con mangas tres cuartos y largo hasta la rodilla. Profesional, pero no invisible. Se recogió el pelo en un moño
El Madrid de julio era un horno. Nicole Ramírez se secó el sudor de la frente mientras revisaba por quinta vez la dirección en su teléfono. La Torre Del Valle se alzaba imponente frente a ella: sesenta pisos de cristal y acero que reflejaban el sol como un espejo gigante. Respiró hondo, ajustó su falda lápiz negra y se recordó a sí misma por qué estaba allí.*Libertad. Independencia. Una nueva vida.*Tres meses atrás había estado atrapada en una relación que la consumía lentamente. Ahora, con su título de administración bajo el brazo y cinco mil kilómetros de distancia entre ella y su ex, estaba determinada a reconstruirse. Aunque su cuenta bancaria no compartía su optimismo.—Última entrevista del día —murmuró para darse ánimos mientras cruzaba las puertas giratorias—. No la jodas, Nicole.El vestíbulo era un despliegue obsceno de lujo: mármol italiano, candelabros de cristal y una fuente central donde el agua parecía danzar. Nicole tragó saliva. La agencia de empleo solo le había di
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