Entre alas y sombras Kael, un ángel caído marcado por viejas traiciones, jura no volver a entregarle su corazón a nadie. Pero todo cambia cuando reaparece Sareth, una demonio nacida por error… y por el capricho del primer amor de Kael. Libre de todo creador, Sareth no obedece a nadie, ni siquiera al destino que la unió a él. Su sola presencia desafía las leyes del Cielo y del Infierno, y su amor es tan prohibido como irresistible. Mientras un antiguo amigo —ahora convertido en un enemigo oculto— mueve los hilos en las sombras, Kael deberá decidir si se deja llevar por un sentimiento que podría ser real… o una trampa diseñada para destruirlo. Entre alas rojas y secretos peligrosos, cada beso puede ser una condena… y cada mirada, una promesa imposible de romper.
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Kael estaba de pie frente a un claro. La hierba crecía alta y desordenada, y a lo lejos, el bosque se cerraba en una muralla de troncos oscuros y ramas retorcidas. Habían pasado muchos años desde que regresó a lo que podía considerar su hogar. No había vuelto a ver a Elena ni a los demás, aunque seguía en contacto con Darek.
Eidan ya era un adolescente. Por lo que Darek comentaba, era un chico hábil, capaz de mantener el equilibrio entre la luz y la oscuridad.
Lucia y Amadeo se habían casado, pero no tenían hijos; sus vidas transcurrían entre viajes y reuniones, asegurando la alianza entre especies.Desde su regreso, todo parecía seguir igual. No había grandes cambios desde su primera partida. Los ángeles seguían cayendo: algunos corrompidos por la oscuridad, otros porque se negaban a aceptar el orden impuesto.
Una voz lo sacó de sus pensamientos.
—Kael, algo ha pasado en el límite del bosque. Encontraron a una bruja muy malherida. Alguien… o algo la atacó brutalmente.
—¿Es alguien que conocemos? —preguntó, sin cambiar el tono de voz.
—No. Por las runas que lleva en la piel, es de fuera.
—Manténganla vigilada. Iré enseguida.
Kael se dirigió a la cabaña donde solían atender a los heridos. No era un lugar especialmente preparado; los ángeles rara vez resultaban heridos, y casi nunca de gravedad.
Al llegar, vio a la mujer recostada en una camilla improvisada. Tenía la piel oscura, el cabello rizado y el cuerpo cubierto de golpes y cortes. Quien la había atacado quería hacerle daño de verdad.
Kael se acercó a la camilla. Su sombra se proyectó sobre la herida, y ella pareció encogerse al verlo. Alto, de hombros anchos y mirada fría, imponía respeto incluso sin decir una palabra. El cabello oscuro le caía algo revuelto sobre la frente y la barba corta enmarcaba un rostro marcado por viejas batallas
La mujer habló de repente, con una voz apagada, apenas un susurro.
—¿Dónde estoy? No me hagan daño… solo vine a buscar ayuda…
Su voz se quebró y se desvaneció antes de poder decir más.
—¿Ya han buscado en los alrededores? —preguntó Kael, dirigiéndose a los que lo acompañaban—. ¿Alguna pista de quién pudo haber hecho esto?
Quiero un barrido general. Refuercen los límites y mantengan a esta bruja vigilada. No podemos confiar en ella hasta saber exactamente qué pasó.Kael se dirigió hacia la salida, decidido a averiguar qué estaba pasando. Hacía mucho tiempo que no veía un ataque así.
—¡Kael! —una voz lo llamó desde lejos.
—¿Qué sucede, Myra? Tengo asuntos que atender. —Kael se giró hacia ella, con un dejo de impaciencia en la voz.
Myra era alta, sofisticada, con unos ojos negros intensos que combinaban con su largo cabello oscuro. No era un secreto para nadie que estaba interesada en Kael, pero él no compartía ese interés.
—Me enteré de lo sucedido. Quizás… pueda ayudarte a relajarte un poco —dijo Myra, con un tono abiertamente insinuante.
—No tengo tiempo que perder con tus tonterías ahora, Myra.
—¿Kael, cuándo entenderás que tú y yo deberíamos estar juntos? Olvídate de Elena. Han pasado años y sigues aferrado a ella. Yo… puedo ser mejor que ella —Myra se acercó con paso calculado y, sin pedir permiso, le plantó un beso en los labios.
Kael la apartó de inmediato.
—Sabes que esto no tiene nada que ver con Elena. Simplemente, tú y yo… es imposible.—Sabes que eso no es cierto, Kael. Antes de que te marcharas la primera vez, lo pasábamos muy bien juntos. ¿Ya no recuerdas esas noches que compartimos?
—¡Basta, Sareth! —la voz de Kael retumbó, cargada de impaciencia. Varias cabezas se giraron hacia ellos, atraídas por el grito.
—¿Sareth? ¿Quién demonios es Sareth? —Myra lo miró con los ojos entrecerrados.
Kael no respondió. Se limitó a sostenerle la mirada un instante y luego se dio media vuelta, dejándola allí, furiosa y visiblemente desconcertada.
Avanzó a paso firme hacia el castillo, una imponente construcción de piedra oscura que se alzaba sobre la colina. Era un lugar antiguo, usado como refugio para los recién llegados. Algunos ángeles caídos habían decidido vivir allí de forma permanente. No existía un líder oficial, pero todos acudían a Kael para cualquier asunto relacionado con la Legión.
Dentro, tomó el pasillo principal hasta llegar a lo que él llamaba su oficina: una habitación amplia, de paredes en tonos apagados y decoración mínima. Solo había un escritorio de madera maciza con su silla a juego y un gran sofá frente a la ventana.
Entre los ángeles caídos, no existía una única organización. Había varias legiones, cada una con su propio territorio y normas, pero ninguna tan numerosa ni tan respetada como la de Kael. Su Legión no solo era la más grande, también la más disciplinada y temida, conocida por intervenir allí donde el equilibrio se veía amenazado.
Aparte de las legiones, existían los solitarios: ángeles caídos que preferían actuar por cuenta propia, sin responder ante ningún grupo. Amadeo era uno de ellos, y aunque no formaba parte de la Legión, Kael sabía que podía contar con él si la situación lo requería.
Kael se reclinó en su silla y dejó que su mente divagara hacia ella: Sareth. No se había permitido pensar en ella, no hasta ahora. La culpa lo apretaba en el pecho —por cómo se marchó, por haberla dejado sola— y aún podía ver esa tristeza en sus ojos, clavada como un puñal.
Sareth no era una mujer cualquiera; ella había sido creada por Elena, sin que nadie lo planease. Un error, una esperanza oculta de Elena: darle a Kael alguien a quien amar y que le devolviera ese amor, porque Elena sabía que no podía corresponderle, no estando con Darek.
Tenía que admitirlo: Sareth era increíble, fuerte y digna, demasiado para alguien como él. Nunca intentó buscarlo, a pesar de lo que sentía, siempre respetó su decisión de irse.
Lo suyo no podía ser. Ella era un demonio, y él un ángel caído; dos mitades rotas de mundos que nunca debieron mezclarse.
—Basta —se dijo a sí mismo—. Debo concentrarme en lo que ha pasado.
Tomó las fotos que le entregó Aziel, su asistente, y las estudió con atención bajo la luz tenue de la habitación.
La brutalidad del ataque saltaba a la vista: cortes profundos en las piernas, moretones que cubrían las costillas, y un rostro tan magullado que apenas se distinguían sus rasgos originales. No buscaban solo matarla, sino asegurarse de que sufriera antes.
Un silencio pesado se instaló en la habitación, mientras Kael intentaba armar las piezas de un rompecabezas que aún no comprendía del todo.
Un golpe seco en la puerta lo arrancó de su análisis.
Era Aziel.
—La bruja despertó —informó—, pero no logramos que dijera nada. Está aterrorizada.
Kael se incorporó despacio, aún con los ojos fijos en las fotos esparcidas sobre la mesa.
—Está bien. Iré a hablar con ella.
Salieron al pasillo y caminaron en silencio. El viento colaba un silbido helado entre las rendijas de la madera. Aziel, con las manos ocultas en los bolsillos, titubeó antes de hablar.
—Myra ha estado haciendo preguntas. Quiere saber quién es Sareth. Ha interrogado a los guerreros que marcharon contigo en la batalla contra Tharion.
Kael ni siquiera lo miró.
—Hazle saber a Myra que, si mete la nariz donde no debe, las consecuencias serán… desagradables.
Cuando llegaron a la cabaña, un aroma a hierbas y resina lo envolvió. La bruja estaba incorporada sobre unos cojines raídos; la piel amoratada se asomaba bajo vendas impregnadas de un ungüento que relucía como si tuviera vida propia.
Kael se detuvo a un paso de ella.
—¿Qué hacías en nuestra frontera?
Ella bajó la mirada. Sus manos, delgadas y temblorosas, se enredaban una y otra vez en un mismo gesto mecánico.
—¿Recuerdas quién te atacó? ¿Tienes enemigos?
Ni un parpadeo. Solo el roce sordo de sus dedos y un leve temblor en la comisura de su boca.
Kael dio un paso más cerca, su sombra cubriéndola.
—Necesito que hables. Si no lo haces, tendrás que marcharte por donde viniste.
El silencio se espesó, tanto que parecía absorber el aire. Kael resopló con fastidio y se giró para marcharse.
—Me llamo Elora… —susurró la bruja. La voz era tan débil que parecía romperse con el viento, pero él la oyó como si se la hubiera dicho al oído.
Kael y Sareth regresaban al castillo en silencio. El eco de sus pasos se mezclaba con el crepitar de las antorchas que iluminaban tenuemente el pasillo de piedra. El aire estaba impregnado de humedad y del olor a hierro que siempre flotaba en las murallas de la fortaleza. Ella caminaba a su lado, sin mirarlo, pero ambos sabían que entre ellos había algo suspendido, imposible de ignorar.El recuerdo del beso a orillas del río aún ardía en los labios de Sareth. Un fuego extraño, intenso, que le había robado la razón por unos instantes. Kael había sido directo, brutal en su manera de exponer lo que sentía, como si la vida misma dependiera de ello. Y ella… ella había cedido. Parte de sí quería quedarse perdida en ese instante para siempre, pero la otra parte no podía dejar de recordar que él ya la había dejado atrás una vez.Kael, por su parte, caminaba con la mandíbula apretada, tratando de contener el torbellino que lo atravesaba. No era hombre de palabras suaves ni de promesas fáciles.
—No importa. —La respuesta fue inmediata, cargada de rabia y determinación—. No me importa. Yo no pedí ser líder. Podemos irnos, como Amadeo y Lucía. Solo nosotros dos.Sareth parpadeó, sorprendida por esas palabras. Durante un instante, la imagen de un futuro juntos, lejos de todo, se formó en su mente. Un lugar donde nadie los juzgara, donde nadie les dijera qué podían o no podían sentir. Sonaba tentador. Sonaba demasiado perfecto. Pero al pensarlo más, se dio cuenta de que no era lo que quería.—Amadeo y Lucía no huyeron —replicó con firmeza—. Ellos viven su amor libremente, sin esconderse. Lo que propones… se siente como escapar. Y yo no quiero huir, Kael.El recuerdo de Elena llegó a su mente como un eco.—Ella me hizo entender que valgo, que mi vida importa tanto como la de cualquier otro. Que debo sentirme orgullosa de lo que soy. —Sus ojos brillaron con fuerza—. Y soy un demonio.El corazón de Kael se contrajo al escucharla. La tomó del rostro con ambas manos y la besó de nuev
Elena encontró a Kael en la sala principal, de pie junto a uno de los ventanales que daba al patio interior. La luz del atardecer bañaba su figura, resaltando la dureza de su expresión. Parecía una estatua tallada en mármol, firme e inquebrantable, pero Elena sabía bien que por dentro estaba librando guerras que no mostraba a nadie.Se acercó con paso tranquilo. —Kael.Él giró el rostro apenas, sus ojos grises clavándose en ella. —¿Qué ocurrió con Sareth? —preguntó, directo, como si hubiera estado aguardando por esa respuesta.—Ella aún no ha decidido si marcharse o quedarse —respondió Elena, midiendo sus palabras—. Pero no vine a hablar de eso.Kael se tensó, intuyendo lo que venía.Elena respiró hondo. —Sé lo que ves en Sareth. No voy a detenerte, ni voy a interponerme. Solo te pediré una cosa: cuídala.Kael parpadeó, sorprendido. No esperaba esas palabras de ella. —¿Después de lo que le hice? ¿De lo que piensas de mí?Elena sostuvo su mirada con firmeza. —Justamente por eso. P
Elena avanzaba con paso firme, aunque la tensión en sus hombros delataba que cada fibra de su cuerpo estaba alerta. Caminaba junto a Darek, siguiendo un rastro tan débil que parecía desvanecerse con el viento, y sin embargo lo bastante constante como para guiarles como un hilo invisible. Era magia antigua, un tipo de energía tan singular que su sola presencia imponía respeto. Era la huella de un poder capaz de crear runas angelicales, algo que muy pocos seres en la tierra podían lograr.El bosque a su alrededor se sentía inquieto. Las hojas no se mecían con el viento, sino con un murmullo extraño, como si los árboles hablaran entre ellos acerca de la presencia de intrusos. El aire olía a resina y a humedad, pero también a ozono, ese aroma eléctrico que siempre precedía a la magia celestial.—Algo está mal… —dijo Elena finalmente, rompiendo el silencio mientras sus dedos rozaban una corteza marcada con un trazo de luz casi imperceptible—. Los rastros son débiles, pero constantes. Es co
La luz de la mañana se filtraba por las cortinas pesadas de la habitación, bañando el lugar con un resplandor suave que hacía que todo pareciera más tranquilo de lo que realmente era. Sareth abrió lentamente los ojos, sintiendo un leve peso sobre sus piernas. Al bajar la mirada, descubrió la escena: Kael estaba allí, recostado, dormido sobre ella, sujetándole la mano con firmeza, como si temiera que en cualquier momento pudiera desvanecerse o escapar. El cansancio del día y de la noche anterior lo había vencido, y esa vulnerabilidad, esa forma de aferrarse a ella incluso en sueños, le provocó a Sareth un nudo en la garganta. Trató de incorporarse con cuidado, moviéndose lo menos posible para no despertarlo, pero su esfuerzo fue inútil; al mínimo movimiento, Kael abrió los ojos de golpe, como si hubiera estado esperando ese instante. —Sareth… ¿estás bien? —murmuró con voz ronca, llena de preocupación—. Lo siento, no quería quedarme dormido. —Está bien… —respondió Sareth en un susur
Kael salió primero de la habitación, la puerta se cerró tras él con un leve chirrido. El pasillo estaba iluminado por antorchas que chisporroteaban y proyectaban sombras danzantes sobre los muros de piedra. Los demás lo siguieron en silencio, dejando atrás la enfermería donde Aziel había quedado custodiando a Sareth y Eris. El ambiente era pesado, como si cada palabra que habían escuchado en los últimos días se les hubiera quedado prendida en la piel.El eco de sus pasos se mezclaba con murmullos que flotaban en el aire, casi imperceptibles. Nadie hablaba hasta que Elena rompió el silencio con la voz baja, pero firme:—Han frenado los ataques —comentó, cruzándose de brazos—. Lucía dijo que deben estar planeando algo grande.Kael asintió, sin apartar la mirada del suelo.—Así es. Todas nuestras sospechas indican que se trata de un ángel.La sola mención de esa palabra hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Elena. Darek, caminando a su lado, frunció el ceño.—¿Crees que tiene a
Último capítulo