Punto de vista de Elora
Cuando escuchó aquella enorme discusión, Elora entendió que era su oportunidad para escapar. No podía permanecer allí sin exponer a la mujer que las había salvado. No sabía por qué la buscaban, pero algo le decía que no podía ser nada bueno. Con los gritos de ese ángel retumbando en el aire, estaba claro que algo grave estaba ocurriendo.
Nunca debió llegar a ese lugar. Sareth le había asegurado que era seguro, que eran amigos de Elena… pero ahora ya no estaba tan segura de qué tan amigos eran.
Todos estaban distraídos, murmurando sobre la pelea entre Kael y Lucía. Nadie se fijó en la joven que, pegada a las sombras de los árboles, se escabullía como podía. El crujido de hojas secas bajo sus pies le parecía un estruendo, y el olor a tierra húmeda se mezclaba con la tensión que la envolvía.
Aún estaba demasiado débil para usar sus poderes y camuflarse. Solo podía confiar en su propio sigilo y en que la oscuridad del bosque le brindara algo de protección. Pero escapar de una fortaleza como aquella no iba a ser fácil.
De pronto, un golpe de viento precedió a la figura imponente de Amadeo, que aterrizó justo delante de ella. Sus alas se extendieron un instante antes de plegarse con un chasquido seco. Kael llegó detrás, caminando con pasos firmes.
—¿A dónde vas, Elora? —preguntó Kael, con un tono de voz grave y amenazante.
—Lo… lo siento —balbuceó ella, con la voz entrecortada—. Tengo que buscar a mi hermana… ella está en peligro.
—Aún tienes preguntas que responder —intervino Lucía, apareciendo al lado de Amadeo. Su mirada era tan afilada como una daga.
Elora no tuvo más opción que volver a la cabaña. Guiados por Kael, los cuatro caminaron en silencio. Los ojos curiosos de los presentes los seguían, como si intuyeran que algo importante se estaba gestando.
Una vez dentro, Kael habló primero.
—No eres prisionera, Elora. Una vez que respondas a nuestras preguntas, podrás marcharte si así lo deseas. —Su voz, cortante pero cargada de autoridad, no dejaba margen para malinterpretaciones.
Elora entendió que no responder no era una opción. Permaneció en silencio, sintiendo que cada palabra que dijera podía poner en riesgo a Sareth.
Lucía retomó el interrogatorio.
—Bien, nos quedamos en el nombre de la mujer que las ayudó. Continúa.
Elora sabía que no podía revelar su identidad. Mentir era su única salida.
—No sé su nombre… todo pasó tan rápido que no tuvimos tiempo de presentaciones.
Lucía la observó en silencio. Sabía que estaba mintiendo, pero presionarla más solo lograría que tejiera una mentira más elaborada. Así que continuó.
—¿Cómo es que ellas saltaron a un río y tú estás aquí?
—Cuando huíamos, encontramos un barranco con un río al fondo. Improvisamos un puente con magia, pero cuando… esa cosa nos atacó, perdimos el equilibrio. Yo crucé primero, por eso logré llegar al otro lado, pero ellas… no pudieron. Lo último que vi fue a mi hermana saltando de la mano de… esa mujer, mientras me gritaba que siguiera el camino hasta llegar aquí. Y eso fue todo… ya no supe más. Corrí, vi a esa cosa volar sobre mí y… cuando desperté, ya estaba aquí.
—¿Volar? —interrumpió Kael—. No muchas criaturas vuelan. Eso descarta varias especies.
—Es todo lo que sé… por favor, necesito encontrar a mi hermana. Ella es lo único que me queda —dijo Elora antes de romper en llanto, encorvando los hombros como si quisiera hacerse invisible.
Lucía y los demás intercambiaron miradas.
—Si quieres, puedes marcharte… pero también puedes quedarte. Te ayudaremos a buscar a tu hermana. Como dijo Kael, no tomamos prisioneros —dijo Lucía, antes de darse media vuelta y salir de la cabaña junto a Kael y Amadeo.
Elora se quedó sola, atrapada en sus pensamientos. ¿Se había equivocado al juzgarlos? Ellos le habían dicho que no la retendrían y que incluso la ayudarían. Y, sin embargo, algo en su instinto le decía que debía desconfiar.
Al otro lado de la puerta, Kael, Amadeo y Lucía hablaban en voz baja.
—Está mintiendo. Antes, cuando la interrogué… justo antes de que nos interrumpieran, estaba a punto de decirme el nombre de la mujer que las ayudó —dijo Lucía.
—¿Por qué crees que cambió de parecer? —preguntó Kael.
—No lo sé, pero sospecho que esa mujer podría ser Sareth. —Lucía estaba convencida, pero no quería afirmarlo sin pruebas.
—La daga que encontramos al pie del árbol estaba cerca del río, y no muy lejos de allí hay un barranco —añadió Amadeo, uniendo piezas.
—¡Aziel! —llamó Kael—. Necesito que investigues si hay rastro de magia en el barranco, cerca del río donde estaba la daga.
Aziel salió de inmediato, desapareciendo entre un batir de alas.
—Quizá Elora esté protegiendo a Sareth. Al fin y al cabo, es un demonio… no sería descabellado pensar que es la atacante. Claro… si no conociéramos a Sareth —murmuró Amadeo, con el ceño fruncido.
Kael no podía quedarse quieto. La revelación de Lucía sobre Sareth le había golpeado más de lo que quería admitir. No podía creer que ella ya no lo recordara, que lo conociera solo como “el amigo de Elena”.
Amadeo recordó la primera vez que la vio. Ella lo había seguido durante días mientras buscaba a Ailén. No sintió su presencia hasta que ella decidió mostrarse, hasta que permitió que él la detectara. Eso demostraba lo increíblemente poderosa que era. Y Kael… Kael no era débil. Solo otro ángel, uno muy particular, podía enfrentarlo.
Recordarla le dolía. Y él no entendía por qué. No la amaba… o eso creía
Elora seguía sentada en el borde de la cama, con las manos apretadas sobre las rodillas. El silencio de la cabaña era opresivo, interrumpido solo por el latido acelerado en sus oídos.
Podía sentirlos. No escuchaba sus palabras exactas, pero sabía que, tras esa puerta, discutían sobre ella. Sobre Sareth. Sobre lo que no había dicho.
Se mordió el labio con fuerza. Parte de ella quería gritarles la verdad, exigirles que dejaran en paz a la única persona que le había tendido una mano. Pero la otra parte —la más fuerte— sabía que hablar sería condenarla.
El rostro de su hermana apareció en su mente, pálido y asustado, agarrando la mano de Sareth.
La promesa que se hizo a sí misma se encendió como un fuego:
no importa quién se interponga, voy a encontrarla.
Se recostó contra la pared, cerrando los ojos. Tenía que ser más lista, más rápida… y sobre todo, aprender a moverse entre estos supuestos “aliados” sin bajar la guardia. Porque si algo había aprendido, era que aquí, no todo es realmente lo que parece.