Kael los condujo hasta la cabaña donde Elora estaba siendo atendida y vigilada de cerca.
Amadeo no era ajeno a las miradas que los seguían. Podría decirse que casi podía palpar la hostilidad que emanaba de los demás ángeles. No era de extrañar: él era un ángel caído, uno de los primeros en caer, apenas un poco después que Kael. Sin embargo, a diferencia de muchos, decidió tomar un camino solitario para seguir protegiendo el Velo. Ya no desde su posición de guardián, sino como alguien que, pese a su caída, aún creía firmemente en lo que el Velo representaba.
Aquella decisión no había sido bien recibida. Los demás ángeles no le perdonaban que se uniera a las brujas, dándoles la espalda a los suyos. Y, para colmo, se había casado con una de ellas. No con cualquier bruja, sino con una del linaje principal, descendiente directa del aquelarre del Velo. Y, como si eso no fuera suficiente para encender los rumores, su esposa era hermana de la heredera de la Llama: la portadora de la magia original, la esencia de la primera bruja que caminó sobre esta tierra. Aquello la hacía única… y a los ojos de muchos, peligrosa.
Antes de entrar a la habitación, Lucía habló:
—Kael, si no te importa, me gustaría hablar con ella a solas. Quizás, al ver que soy una bruja, pueda sacarle más información.
Kael la observó en silencio, dudando apenas un instante antes de asentir. Lucía no perdió tiempo y entró en la cabaña.
—Hola, Elora. Soy Lucía… se podría decir que una amiga de Kael.
—Sé quién eres —la interrumpió Elora, cortante—. Tú y tu hermana sois bastante conocidas entre las brujas.
Lucía sonrió, casi divertida, y se sentó al borde de la cama, apoyando un codo sobre la rodilla.
—Perfecto, eso nos ahorra tiempo. Estoy aquí porque necesito que me cuentes más sobre el ataque. No sé si lo sabes, pero otras especies también fueron atacadas. Claro que… ninguno tuvo tu suerte. Todos los demás están… bueno, ya sabes —alzó ligeramente las cejas—, muertos.
Elora abrió los ojos con sorpresa. La crudeza en el tono de Lucía la desconcertó. No era lo que había escuchado sobre ella o su hermana. Siempre se hablaba de las dos como piadosas, bondadosas, incluso había quienes las tachaban de débiles por ser así. Pero la mujer que tenía delante distaba mucho de ser frágil. No, Lucía no parecía débil en absoluto… de hecho, había algo en ella que le inspiraba un temor difícil de disimular.
Mientras tanto, fuera de la habitación, Amadeo conversaba con Kael.
—Creo que tus seguidores no están muy contentos con mi presencia aquí.
—Bueno —Kael alzó una ceja con media sonrisa—, eres uno de los caídos más poderosos… y decidiste unirte a las brujas. Diría que, para lo que piensan de ti, están siendo hasta amables —rió con un toque de sarcasmo.
—Lo sé. Muchos, incluso los que viven aquí, siguen aferrados a esa absurda idea de que los ángeles son la raza superior. Para ellos, debe ser una abominación que uno de los suyos esté casado con una bruja.
Kael no respondió de inmediato. Lo miró en silencio, con la mandíbula ligeramente apretada. Aunque no quisiera admitirlo, Amadeo tenía razón.
La verdad era que muchos ángeles habían abandonado el Cielo por voluntad propia: él, Amadeo y varios más. Pero otros… otros habían sido expulsados. No por rebelarse contra la tiranía del Cielo, sino por negarse a proteger a especies que, según ellos, eran débiles, indignas… inferioresLucía, dentro de la habitación, seguía interrogando a Elora.
—¿Dónde fuiste atacada? Kael mencionó que tienes una hermana. ¿Dónde está ella? ¿Quién es la mujer que las ayudó?
Elora sabía que debía contestar, pero dudaba si confiar en Lucía. Aun así… no tenía opción. Si quería encontrar a su hermana, iba a necesitar toda la ayuda posible.
—No sé qué nos atacó. Todo pasó muy rápido. Supimos de los ataques a otras brujas, así que decidimos buscar ayuda, protección. Cada ataque estaba más cerca de donde estábamos… teníamos que marcharnos.
—¿Quiénes? ¿Tú y tu hermana? —preguntó Lucía, observando cada gesto de la joven.
—Éramos doce brujas. Nuestro aquelarre estaba en las montañas, al sur. Habíamos oído hablar de Elena… que en su aquelarre aceptaban a todos, incluso si no eran brujas. —La voz de Elora se quebró y las lágrimas comenzaron a rodar.
Lucía le dio unos segundos para recomponerse, pero no podía dejar que la conversación se enfriara; lo que Elora sabía podía ser crucial.
—¿Y qué pasó? ¿Por qué no llegaron? ¿Y cómo es que tú terminaste aquí, en la otra punta del claro?
Elora se secó las lágrimas con el dorso de la mano y tragó aire, intentando controlar los sollozos.
—Una de las brujas… nos traicionó. A cambio de salvar su vida, le ofreció a lo que fuera que nos atacó nuestra ubicación. Pero… la pobre no imaginó que para esa cosa un trato no significaba nada. La mató igual, como a las demás. Si no fuera por esa mujer… yo no estaría viva. Solo espero que ella y mi hermana hayan podido escapar. Esa mujer me envió aquí, me dijo que me ayudarían… que preguntara por Kael.
—¿Quién era esa mujer, Elora? ¿Por qué tú estás aquí y tu hermana y ella no?
—No lo sé… no la había visto antes. Pero su nombre es Sa…
Un golpe seco en la puerta interrumpió la respuesta. El sonido resonó en la pequeña cabaña como un trueno contenido. Eran Amadeo y Kael.
—Lucía, encontraron la daga de Sareth. No podemos localizar su esencia. Necesitamos que lo intentes tú con tus runas, quizás puedas hacerlo —dijo Amadeo sin rodeos.
Lucía la observó durante un instante, evaluando algo en su interior, y finalmente se volvió hacia Elora.
—Esto es urgente. Descansa un poco, volveré pronto.
Mientras Lucía y los demás salían de la habitación, Elora sintió que el aire se le atascaba en la garganta. Sus manos comenzaron a temblar.
—Ese nombre… —murmuró, apenas para sí misma—. Es el de la mujer que nos ayudó. ¿Por qué la están buscando?
Un escalofrío le recorrió la espalda.
—Esa mujer… era un demonio. Uno poderoso. ¿Piensan que está detrás de los ataques? No… no puede ser. Ella nos salvó.
Se llevó una mano a la boca, como si así pudiera contener la urgencia de sus pensamientos.
—Debo protegerla… No deben saber que es ella quien está con mi hermana.