Fuera de la habitación de Elora, Lucía preguntó con impaciencia:
—¿Dónde la encontraron?
Aziel fue quien respondió:
—Estaba enterrada en la raíz de un árbol, como si quisieran que la encontráramos. Envuelta en un pedazo de tela roja. —Alargó las manos—. Toma.
Lucía tomó la daga y el trozo de tela. Sus dedos se cerraron con fuerza sobre el tejido.
—Esta tela… es del vestido que le regalé cuando se marchó. —Su voz bajó un tono, como si hablara más para sí misma que para los demás—. Es un mensaje. Está viva, pero… no puedo seguir su esencia. Es como si algo la bloqueara.
Kael sintió que la incomodidad crecía dentro de él. Sabía perfectamente lo poderosa que era Sareth. No tenía sentido que simplemente desapareciera. Si había dejado esa daga como mensaje, entonces estaba en un auténtico peligro.
El pensamiento lo golpeó con fuerza. Dejó de razonar; solo quedó el impulso.
—Debemos encontrarla. Si tengo que movilizar a toda la Legión para hacerlo, lo haré. —Se giró hacia Aziel y comenzó a darle órdenes.
Pero Amadeo lo detuvo, poniéndose frente a él.
—Kael, no puedes hacer eso. Sareth es un demonio. ¿Has visto cómo me repudian por estar con una bruja? ¿Qué crees que harían contigo si decidieras ir tras un demonio para salvarla?
Kael permaneció en silencio unos segundos. Sabía que Amadeo tenía razón… pero no entendía por qué. No era solo una necesidad: era una urgencia abrasadora. Tenía que encontrar a Sareth, y nada de lo que le dijeran cambiaría eso.
Lucía intervino, su voz firme pero con un matiz de cautela.
—Sareth no es la misma persona que era cuando te marchaste. Ella creció. Cuando Elena la liberó… también liberó su amor por ti. Ya no es esa demonio creada para ti, Kael.
Las palabras fueron como un golpe en la cara. Kael sintió que algo dentro de él se quebraba, una fisura invisible pero profunda. No entendía bien por qué, pero era como si le hubieran arrancado una parte de sí mismo.
—¿Qué quieres decir, Lucía? —su voz se elevó, cargada de tensión—. Sé clara y directa. Ve al grano.
El tono atrajo varias miradas curiosas y recelosas a su alrededor. Amadeo dio un paso al frente, interponiéndose entre ambos, pero Lucía lo detuvo con una ligera caricia en el brazo.
—Está bien, cariño —dijo con un tono suave, en el que se podía leer el afecto que había entre ellos—. Entiendo sus sentimientos.
Luego volvió a mirar a Kael. Su rostro había perdido toda suavidad; ahora sus ojos eran dos pozos serios y fijos en él.
—Sareth no te recuerda, Kael. Cuando Elena realizó el ritual para liberarla, la hizo libre de todo para lo que fue creada. Y una de esas cosas… era amarte.
Hizo una breve pausa, pero no apartó la mirada.
—Sareth lo sabía. Sabía que eso pasaría y estuvo de acuerdo.
Había algo en la mirada de Lucía que era más que lástima: un reproche silencioso, como si le culpara de no haberlo comprendido antes.
Kael sintió que la sangre le hervía en las venas. Dio un paso hacia Lucía, con los puños apretados y la voz cargada de rabia.
—¡Eso no cambia nada! —espetó—. No me importa lo que diga ese ritual, no me importa lo que Elena hiciera. ¡Sareth me amaba! Y si está en peligro, la voy a encontrar, con o sin vuestra ayuda.
Lucía no se echó atrás. Avanzó un paso también, acortando la distancia entre ellos, y le clavó una mirada que ardía tanto como la suya.
—¿En serio, Kael? —su voz se alzó, clara y cortante como una hoja afilada—. ¡TÚ SABÍAS LO QUE SENTÍA SARETH POR TI Y AUN ASÍ TE MARCHASTE! PASARON AÑOS, KAEL. AÑOS EN LOS QUE PUDISTE BUSCARLA, AÑOS EN LOS QUE PUDISTE DEMOSTRARLE QUE NO ERAS SOLO UN RECUERDO EN SU VIDA… ¡Y NO HICISTE NADA!
Su respiración era agitada, el pecho subía y bajaba con cada palabra.
—Ahora vienes con urgencias y promesas, pero lo único que veo es a alguien que dejó que la mujer a la que un día le dio esperanzas aprendiera a vivir sin él.
El silencio que siguió fue denso, pesado. Ninguno apartó la mirada. Afuera, el viento azotó las paredes de la cabaña, como si quisiera romper esa tensión… pero no lo logró.
La discusión había llamado demasiado la atención; muchos miembros de la Legión empezaron a cuchichear sin molestarse en disimular.
—¿Por qué Kael se preocupa tanto por un demonio? —susurró uno con tono venenoso.
—¿Cómo es que permite que una bruja le hable así en su propia casa? —añadió otro. Y uno más, con desprecio apenas contenido: —Amadeo se interpuso para proteger a esa bruja… contra su propia especie. Qué bajo ha caído.Lucia, Amadeo y Kael no eran ajenos a los murmullos. Todos escuchaban, y los comentarios no se ocultaban. Si algo caracterizaba a los ángeles, incluso caídos, era que no temían decir lo que pensaban… hasta que la voz de Kael tronó.
—¡SILENCIO! —rugió, su voz retumbando contra las paredes como un trueno.
Dio un paso adelante, su sombra alargándose sobre ellos—. Les recuerdo a todos… —y sus ojos dorados se clavaron también en Lucía y Amadeo— que este es mi hogar. Nadie los obliga a estar aquí. Si no están de acuerdo con algo… pueden marcharse por donde un día llegaron.El silencio se volvió pesado. Todos bajaron la mirada. Kael no era cualquier ángel caído; su sola presencia imponía respeto. Su fuerza y su sabiduría lo habían hecho temido incluso por los más orgullosos.
Lucía respiró hondo y habló con una voz suave que rompió la tensión, pero sin perder firmeza:
—Lo siento, Kael. Me dejé llevar… no quise faltarte al respeto en tu casa.Fue una disculpa sincera, pero no sonó débil.
Entonces, un crujido resonó. No era madera, sino la daga de Sareth, aún en manos de Lucía, que vibró levemente como si respondiera a una amenaza invisible.
Aziel irrumpió con el ceño fruncido y el tono urgente:
—Kael… Elora escapó.