Kael se acercó a la camilla con un andar lento, como un depredador que mide la distancia con su presa. Se inclinó apenas, fijando en ella unos ojos que parecían pesar más que las palabras.
—Volvamos a empezar, Elora —dijo con una calma medida—. Yo soy Kael… y podrías decir que dirijo esta Legión de ángeles caídos. Necesito que respondas a mis preguntas. ¿Sabes quién te atacó?
Elora bajó la mirada. Sus dedos, huesudos y temblorosos, jugaban entre sí como si intentaran esconderse el uno del otro. Esta vez, sin embargo, habló:
—No… no lo sé. Pero… varias brujas fueron brutalmente atacadas. La mayoría no sobrevivió.
Kael ladeó la cabeza, observándola en silencio durante unos segundos.
—Si varias brujas fueron atacadas… —su tono bajó apenas, pero adquirió un filo invisible—, ¿cómo es que nadie sabe quién… o qué… lo está haciendo?
—Las brujas… no sobrevivieron —repitió ella, la voz quebrándose—. Mi aquelarre quedó reducido a cenizas. Solo mi hermana y yo logramos escapar.
—¿Tu hermana? —los ojos de Kael se estrecharon—. ¿Dónde está ahora?
Elora tragó saliva, como si la pregunta la hubiera empujado contra una pared invisible.
—Ella… saltó al río junto a la mujer que nos ayudó… —la frase se deshilachó antes de completarse. El llanto la asaltó de golpe, sin control.
Kael no se movió. La dejó llorar, estudiando cada gesto, como si buscara respuestas en las grietas de su dolor. Finalmente, se enderezó.
—Que alguien la vigile —ordenó, y salió sin una última mirada.
Una vez fuera de la cabaña, Kael giró hacia Aziel.
—Averigua todo lo que puedas sobre aquelarres destruidos recientemente. Si hubo otros ataques… y si hubo sobrevivientes, los quiero a todos aquí. Los interrogaré uno por uno.
—Entendido —respondió Aziel antes de marcharse a paso rápido.
Kael sabía que no sería tarea sencilla. Desde el regreso de Elena, los aquelarres habían proliferado como nunca antes. Ya no había uno o dos dispersos, sino cientos, repartidos por todo el mundo. Por un instante, consideró ponerse en contacto con Darek para informarle, pero decidió esperar. No levantaría alarmas hasta tener algo más sólido que un testimonio entre lágrimas.
Se encaminó hacia su oficina, repasando mentalmente lo que sabía. Elora parecía decir la verdad… y, sin embargo, algo no encajaba. ¿Cómo era posible que no supiera quién o qué la había atacado?
Desde la última batalla, cuando finalmente acabaron con Nyara, todas las especies habían mantenido una paz inusual. Incluso los vampiros —la raza más difícil de controlar— habían permanecido tranquilos.
Kael apoyó las manos sobre el escritorio, sintiendo un leve cosquilleo en la nuca. No… algo no estaba bien.
O Elora mentía…
O lo que la atacó era un ser lo bastante poderoso como para borrar por completo sus huellas.
Llegando a su oficina, Kael vio a Myra recostada contra el marco de la puerta. Llevaba un vestido rojo entallado que parecía diseñado para desviar miradas… y voluntades.
—Te estaba esperando, Kael —dijo con una sonrisa insinuante—. ¿Qué tal si pasamos a tu oficina y recordamos viejos tiempos?
Se acercó con paso felino, sus dedos rozando sus brazos y deslizándose por el pecho como si fuera suyo por derecho.
—Myra —su voz cargaba frustración y cansancio—. Creí que fui claro contigo. Esto… entre tú y yo… no pasará. Ya no más.
Ella arqueó una ceja, sin perder la sonrisa.
—Está bien. Yo puedo esperar. Sé que tarde o temprano volverás a mí.
La seguridad en su tono era tan descarada como peligrosa. Myra no era una mujer acostumbrada a los “no”… y Kael lo sabía.
—Solo venía a avisarte que tienes visitas —añadió, como si no hubiera tensión alguna—. Te están esperando en el salón.
—¿Quiénes? —preguntó él, incapaz de disimular el hartazgo.
—Viejos amigos tuyos. Es mejor que vayas… no querrás hacerlos esperar más.
Sin dar opción a réplica, Myra se marchó, dejando en el aire el rastro de su perfume y un eco de advertencia. Kael quedó solo frente a su puerta, preguntándose quién podría haberse presentado sin previo aviso.
No tuvo que esperar mucho para averiguarlo. En el salón, Amadeo y Lucía lo esperaban de pie. Él, imponente y con el porte de un guerrero veterano; ella, con la elegancia sobria de una bruja que podía leer más de lo que decía.
—Necesitamos hablar contigo —dijo Amadeo, sin formalidades—. Estamos buscando a Sareth.
Kael sintió cómo su respiración se tensaba, aunque su rostro permaneció impasible.
—¿Por qué?
Lucía respondió esta vez:
— Ella se fue hace unos meses. El aquelarre creció, muchas brujas se unieron. Antes el claro solo era para nosotros, ahora es el hogar de muchas brujas y guardianes. Sareth era la única… un demonio. Eso la hacía sentirse fuera de lugar.
— ¿Elena no la detuvo? —preguntó Kael, con preocupación en la voz.
Lucía sonrió con un toque de sarcasmo.
— Vamos, Kael, sabes que Elena no lo haría. Ni si tuviera el poder. Nunca la limitaría.
— ¿Qué quieres decir con “si tuviera el poder”? Elena la creó, es su madre.
Esta vez fue Amadeo quien respondió:
— Elena la creó, pero junto con Darek la liberaron. Sareth es un demonio libre, quizás el único en su clase.
Kael quedó sorprendido. Sabía que Elena era una bruja extraordinaria, heredera del velo, pero crear un demonio y dejarlo libre sin intervenir… era impresionante.
— ¿Por qué la buscan aquí? Ella y yo…
— Lo sabemos —interrumpió Lucía—. No creemos que esté aquí, pero supimos de los ataques y sabemos que aquí fue atacada una bruja.
— ¿Qué tiene que ver Sareth con los ataques? —El corazón de Kael se encogió. No sabía por qué, pero solo que Sareth estuviera involucrada ya lo preocupaba. El ataque a Elora fue brutal…
— Llegaron rumores al claro: distintas especies están siendo cazadas, atacadas. Al principio parecían ataques aislados, pero una noche atacaron el lugar donde se cerró la grieta del abismo, la prisión de Tharion. Elena y Darek decidieron reforzar la seguridad. No podemos arriesgarnos a que liberen a Tharion. Entonces Sareth les pidió permiso para investigar, viajar a los lugares de los ataques y averiguar quién está detrás. Al principio se mantenía en contacto, pero hace días que no sabemos nada. Intentamos localizarla con las runas y es como si se la hubiese tragado la tierra.
Kael asentía, con la preocupación creciendo en cada palabra.
Detrás de un pilar, oculta, Myra escuchaba y analizó todo lo que Lucía y Amadeo le contaban a Kael.
“Sareth… un demonio creado por Elena. No es de extrañar que Kael estuviera obsesionado con ella. Pero, ¿qué tipo de relación tiene Kael con esa criatura?” pensó.
Mientras Myra seguía oculta tras el pilar, la puerta se abrió de golpe y apareció Aziel, con paso firme y la mirada seria. En las manos llevaba un pergamino enrollado, que desenrolló sin esperar invitación.
—Kael, aquí tienes el informe que me pediste —dijo sin rodeos, lanzándole el documento.
Kael tomó el pergamino y comenzó a leer. Su ceño se frunció más con cada línea.
—No son solo ataques aislados —murmuró—. Hay patrones, zonas específicas. Es como si quisieran debilitar a las especies. No solo atacan a las brujas, también a hadas, elementales, incluso vampiros.
Aziel interrumpió con voz baja pero clara:
—No he podido encontrar a ningún sobreviviente. Todos los atacados han muerto, excepto Elora. Todos los demás, muertos.
—¿Y su hermana? ¿Sabemos algo? ¿A qué río saltó? ¿Con qué mujer iba? —El corazón de Kael latía con fuerza; una sospecha comenzaba a crecer en él.
—Nada —dijo Aziel, con algo de temor en la voz—. Es como si se las hubiese tragado la tierra… o el agua.
El lugar se llenó de un silencio pesado, como si todos tuvieran miedo hasta de respirar.
Lucía y Amadeo rompieron el silencio.
—Debemos hablar con la bruja —dijo Lucía—. Sabemos que no es de por aquí. ¿Qué hacía tan lejos de sus tierras y tan cerca de las tuyas? ¿Por qué vino aquí y no buscó a otras brujas para pedir ayuda?
Los cuatro se dirigieron a la cabaña. Esa tranquilidad que caracterizaba a la legión hoy estaba ausente; todos sabían que algo iba mal. La presencia de Amadeo después de tantos años era un claro símbolo de problemas acercándose. La última vez que los visitó fue para reclutar a Kael para una guerra.