Sareth se puso en guardia, con un movimiento discreto despertó a Maia, que seguía durmiendo plácidamente.
—Despierta, tenemos compañía.
—¿Dónde? ¿Qué? —Maia estaba aturdida, con el corazón desbocado por el susto y la voz aún cargada de sueño.
—No lo sé, pero puedo sentir que nos observan. Debemos marcharnos ya.
La bruja apenas tuvo tiempo de frotarse los ojos antes de que Sareth la obligara a ponerse en pie. Su tono no dejaba lugar a dudas: había peligro cerca. Ambas recogieron lo poco que tenían y comenzaron a moverse con rapidez.
Ya recuperadas de la fatiga del día anterior, sus cuerpos respondían mejor: eran más ágiles, más rápidas, pero aún no estaban recuperadas al cien por ciento. Corrieron río abajo, con la sensación de que alguien las perseguía. No escuchaban pasos claros, ni ramas quebrándose, pero esa incomodidad constante, ese instinto clavado en la nuca, no las abandonaba. Vagaron varias horas bajo la espesura, con el sonido del agua como único guía. Nadie las atacó, pero