Entre alas y Sombras
Entre alas y Sombras
Por: Sharom
Capitulo 1

Kael

Kael estaba de pie frente a un claro. La hierba crecía alta y desordenada, y a lo lejos, el bosque se cerraba en una muralla de troncos oscuros y ramas retorcidas. Habían pasado muchos años desde que regresó a lo que podía considerar su hogar. No había vuelto a ver a Elena ni a los demás, aunque seguía en contacto con Darek.

Eidan ya era un adolescente. Por lo que Darek comentaba, era un chico hábil, capaz de mantener el equilibrio entre la luz y la oscuridad.

Lucia y Amadeo se habían casado, pero no tenían hijos; sus vidas transcurrían entre viajes y reuniones, asegurando la alianza entre especies.

Desde su regreso, todo parecía seguir igual. No había grandes cambios desde su primera partida. Los ángeles seguían cayendo: algunos corrompidos por la oscuridad, otros porque se negaban a aceptar el orden impuesto.

Una voz lo sacó de sus pensamientos.

—Kael, algo ha pasado en el límite del bosque. Encontraron a una bruja muy malherida. Alguien… o algo la atacó brutalmente.

—¿Es alguien que conocemos? —preguntó, sin cambiar el tono de voz.

—No. Por las runas que lleva en la piel, es de fuera.

—Manténganla vigilada. Iré enseguida.

Kael se dirigió a la cabaña donde solían atender a los heridos. No era un lugar especialmente preparado; los ángeles rara vez resultaban heridos, y casi nunca de gravedad.

Al llegar, vio a la mujer recostada en una camilla improvisada. Tenía la piel oscura, el cabello rizado y el cuerpo cubierto de golpes y cortes. Quien la había atacado quería hacerle daño de verdad.

Kael se acercó a la camilla. Su sombra se proyectó sobre la herida, y ella pareció encogerse al verlo. Alto, de hombros anchos y mirada fría, imponía respeto incluso sin decir una palabra. El cabello oscuro le caía algo revuelto sobre la frente y la barba corta enmarcaba un rostro marcado por viejas batallas

La mujer habló de repente, con una voz apagada, apenas un susurro.

—¿Dónde estoy? No me hagan daño… solo vine a buscar ayuda…

Su voz se quebró y se desvaneció antes de poder decir más.

—¿Ya han buscado en los alrededores? —preguntó Kael, dirigiéndose a los que lo acompañaban—. ¿Alguna pista de quién pudo haber hecho esto?

Quiero un barrido general. Refuercen los límites y mantengan a esta bruja vigilada. No podemos confiar en ella hasta saber exactamente qué pasó.

Kael se dirigió hacia la salida, decidido a averiguar qué estaba pasando. Hacía mucho tiempo que no veía un ataque así.

—¡Kael! —una voz lo llamó desde lejos.

—¿Qué sucede, Myra? Tengo asuntos que atender. —Kael se giró hacia ella, con un dejo de impaciencia en la voz.

Myra era alta, sofisticada, con unos ojos negros intensos que combinaban con su largo cabello oscuro. No era un secreto para nadie que estaba interesada en Kael, pero él no compartía ese interés.

—Me enteré de lo sucedido. Quizás… pueda ayudarte a relajarte un poco —dijo Myra, con un tono abiertamente insinuante.

—No tengo tiempo que perder con tus tonterías ahora, Myra.

—¿Kael, cuándo entenderás que tú y yo deberíamos estar juntos? Olvídate de Elena. Han pasado años y sigues aferrado a ella. Yo… puedo ser mejor que ella —Myra se acercó con paso calculado y, sin pedir permiso, le plantó un beso en los labios.

Kael la apartó de inmediato.

—Sabes que esto no tiene nada que ver con Elena. Simplemente, tú y yo… es imposible.

—Sabes que eso no es cierto, Kael. Antes de que te marcharas la primera vez, lo pasábamos muy bien juntos. ¿Ya no recuerdas esas noches que compartimos?

—¡Basta, Sareth! —la voz de Kael retumbó, cargada de impaciencia. Varias cabezas se giraron hacia ellos, atraídas por el grito.

—¿Sareth? ¿Quién demonios es Sareth? —Myra lo miró con los ojos entrecerrados.

Kael no respondió. Se limitó a sostenerle la mirada un instante y luego se dio media vuelta, dejándola allí, furiosa y visiblemente desconcertada.

Avanzó a paso firme hacia el castillo, una imponente construcción de piedra oscura que se alzaba sobre la colina. Era un lugar antiguo, usado como refugio para los recién llegados. Algunos ángeles caídos habían decidido vivir allí de forma permanente. No existía un líder oficial, pero todos acudían a Kael para cualquier asunto relacionado con la Legión.

Dentro, tomó el pasillo principal hasta llegar a lo que él llamaba su oficina: una habitación amplia, de paredes en tonos apagados y decoración mínima. Solo había un escritorio de madera maciza con su silla a juego y un gran sofá frente a la ventana.

Entre los ángeles caídos, no existía una única organización. Había varias legiones, cada una con su propio territorio y normas, pero ninguna tan numerosa ni tan respetada como la de Kael. Su Legión no solo era la más grande, también la más disciplinada y temida, conocida por intervenir allí donde el equilibrio se veía amenazado.

Aparte de las legiones, existían los solitarios: ángeles caídos que preferían actuar por cuenta propia, sin responder ante ningún grupo. Amadeo era uno de ellos, y aunque no formaba parte de la Legión, Kael sabía que podía contar con él si la situación lo requería.

Kael se reclinó en su silla y dejó que su mente divagara hacia ella: Sareth. No se había permitido pensar en ella, no hasta ahora. La culpa lo apretaba en el pecho —por cómo se marchó, por haberla dejado sola— y aún podía ver esa tristeza en sus ojos, clavada como un puñal.

Sareth no era una mujer cualquiera; ella había sido creada por Elena, sin que nadie lo planease. Un error, una esperanza oculta de Elena: darle a Kael alguien a quien amar y que le devolviera ese amor, porque Elena sabía que no podía corresponderle, no estando con Darek.

Tenía que admitirlo: Sareth era increíble, fuerte y digna, demasiado para alguien como él. Nunca intentó buscarlo, a pesar de lo que sentía, siempre respetó su decisión de irse.

Lo suyo no podía ser. Ella era un demonio, y él un ángel caído; dos mitades rotas de mundos que nunca debieron mezclarse.

—Basta —se dijo a sí mismo—. Debo concentrarme en lo que ha pasado.

Tomó las fotos que le entregó Aziel, su asistente, y las estudió con atención bajo la luz tenue de la habitación.

La brutalidad del ataque saltaba a la vista: cortes profundos en las piernas, moretones que cubrían las costillas, y un rostro tan magullado que apenas se distinguían sus rasgos originales. No buscaban solo matarla, sino asegurarse de que sufriera antes.

Un silencio pesado se instaló en la habitación, mientras Kael intentaba armar las piezas de un rompecabezas que aún no comprendía del todo.

Un golpe seco en la puerta lo arrancó de su análisis.

Era Aziel.

—La bruja despertó —informó—, pero no logramos que dijera nada. Está aterrorizada.

Kael se incorporó despacio, aún con los ojos fijos en las fotos esparcidas sobre la mesa.

—Está bien. Iré a hablar con ella.

Salieron al pasillo y caminaron en silencio. El viento colaba un silbido helado entre las rendijas de la madera. Aziel, con las manos ocultas en los bolsillos, titubeó antes de hablar.

—Myra ha estado haciendo preguntas. Quiere saber quién es Sareth. Ha interrogado a los guerreros que marcharon contigo en la batalla contra Tharion.

Kael ni siquiera lo miró.

—Hazle saber a Myra que, si mete la nariz donde no debe, las consecuencias serán… desagradables.

Cuando llegaron a la cabaña, un aroma a hierbas y resina lo envolvió. La bruja estaba incorporada sobre unos cojines raídos; la piel amoratada se asomaba bajo vendas impregnadas de un ungüento que relucía como si tuviera vida propia.

Kael se detuvo a un paso de ella.

—¿Qué hacías en nuestra frontera?

Ella bajó la mirada. Sus manos, delgadas y temblorosas, se enredaban una y otra vez en un mismo gesto mecánico.

—¿Recuerdas quién te atacó? ¿Tienes enemigos?

Ni un parpadeo. Solo el roce sordo de sus dedos y un leve temblor en la comisura de su boca.

Kael dio un paso más cerca, su sombra cubriéndola.

—Necesito que hables. Si no lo haces, tendrás que marcharte por donde viniste.

El silencio se espesó, tanto que parecía absorber el aire. Kael resopló con fastidio y se giró para marcharse.

—Me llamo Elora… —susurró la bruja. La voz era tan débil que parecía romperse con el viento, pero él la oyó como si se la hubiera dicho al oído.

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