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Mundo ficciónIniciar sesiónIsabella Santorini lo tenía todo: un futuro brillante, una familia respetada y una vida construida sobre la estabilidad.pero todo se derrumbó el día que la bancarrota golpeó su hogar. su padre,arruinado y acorralado por las deudas,vio en un solo hombre la salvación: Adrian Salvatore , el magnate más temido de Italia. frío,calculador y dueño de un imperio construido desde la cenizas, Adrian Salvatore no creía en el amor...ni en las promesas.para el ,la vida era un contrato,y los sentimientos,un lujos que ya no podía permitirse. cuando la familia Santorini acepta entregarles Isabella a cambio de su ayuda, ambos firman un matrimonio que se convierte en una guerra silenciosa entre orgullo y deseo . ella lo desprecia por su arrogancia;el la desea por su inocencia y su fuerza. pero en medio de secretos,heridas del pasado y un mundo donde el poder lo compra todo, Isabella descubrirá que Hasta el Corazón más endurecido puede arder si lo tocan las Manos Correctas. un matrimonio por obligación. un magnate marcado por el abandono.una mujer dispuesta a luchar por su libertad...aunque esos signifique perder su corazón.
Leer másAún me costaba digerir ese apellido, como una píldora amarga que se atasca en la garganta.Isabella Salvatore.No podía borrar de mi mente el eco de la risa de Irina. Sus palabras venenosas se repetían una y otra vez, como un disco rayado.“Yo sé de su mundo, tú eres solo una niñita.”Me paseaba por el salón principal de la mansión, con el sol de la tarde filtrándose por los ventanales como un falso consuelo. La luz acariciaba los sofás de terciopelo rojo y las alfombras persas que pisaba con los pies descalzos.El aire olía a rosas frescas del jarrón sobre la mesa, pero nada borraba el hedor de la traición que Irina había dejado atrás.Cataleya se había ido a su casa, jurándome que volvería al amanecer con un plan para echar a esa víbora. Pero yo me sentía sola, expuesta, como una liebre en medio de lobos.La puerta principal se abrió con un estruendo que me hizo saltar.Adrián entró como un vendaval, su abrigo negro ondeando detrás de él. Su rostro tallado en furia, los ojos grises
Yo, Isabela Salvatore —o Santorini, como me negaba a sentirme—, no podía dormir.La mansión era un laberinto de sombras y susurros aquella noche, con la luna filtrándose por los ventanales como un cuchillo plateado.Habían pasado dos días desde mi estallido en el comedor, y Adrián me trataba como a un fantasma: entradas y salidas silenciosas, miradas que cortaban sin tocar.Me dolía el pecho de tanto fingir fuerza, pero esa noche el silencio me ahogaba.Me levanté de la cama envuelta en una bata de seda que Doña Josefina me había dejado.Blanca como la nieve, suave como un pecado que no quería cometer.Salí al pasillo, descalza sobre el mármol frío que me erizaba la piel.El aire olía a jazmín del jardín y algo más oscuro, como tabaco quemado en secreto.Caminé sin rumbo, dejando que mis pies me guiaran hacia él, hacia el ala este, donde las luces seguían encendidas a pesar de la medianoche.Un murmullo grave, acompañado por un trueno lejano, me detuvo.Una voz masculina, ronca, se fi
La mansión de Adrián Salvatore, enclavada en las colinas de Milán, era un palacio de vidrio y mármol que destellaba bajo la luna.Pero para Isabela Santorini, recién convertida en la señora Salvatore, no era más que una prisión de lujo.La primera noche de su matrimonio, después de aquella boda fría y teatral, Adrián la había dejado sola en una suite del tamaño de un departamento. Sin una palabra. Sin un gesto.La puerta se cerró tras él con un clic seco, un sonido que resonó como un portazo en su corazón.Aún con el vestido de novia arrugado, Isabela se sentó en la cama queen size, cubierta de sábanas de seda que olían a lavanda. Miró el anillo en su dedo: un diamante tan grande que parecía burlarse de ella.La habitación, decorada con muebles minimalistas, una lámpara de cristal y un ventanal con vista a un jardín iluminado por faroles, gritaba riqueza… pero nada le pertenecía.—¿Y ahora qué, Bella? —susurró para sí misma, sintiendo el peso del silencio.Un golpe suave en la puerta
El comedor de la casa Santorini, aunque elegante, mostraba las grietas de una familia al borde del abismo. Los muebles de caoba, herencia de generaciones pasadas, parecían opacos bajo la luz tenue de la lámpara central.Isabela Santorini estaba sentada en una silla rígida, con el contrato frente a ella. Sus páginas eran un yugo invisible. A su lado, Cataleya —su amiga incondicional— le apretaba la mano con fuerza, los ojos oscuros lanzando chispas de rabia contenida.Roberto e Inés, los padres de Isabela, se hallaban al otro lado de la mesa. Él, con la cabeza gacha; ella, con los labios apretados, conteniendo las lágrimas.El reloj marcaba las seis de la tarde cuando la puerta principal se abrió con un golpe seco.Adrián Salvatore entró como si el mundo le perteneciera. Su traje negro, impecable, contrastaba con el caos emocional que llenaba la sala. Sus ojos grises —fríos como el acero— recorrieron el lugar, deteniéndose por un instante en Isabela antes de fijarse en el contrato. No
El reloj marcaba las siete de la noche cuando Isabel entendió que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. El silencio en el comedor era tan pesado que ni las luces del candelabro se atrevían a temblar. Su madre apenas tocaba la sopa y su padre, con la mirada perdida en el vacío, sostenía una copa de vino sin probarla. —Papá, ¿qué está pasando? —preguntó ella con voz temblorosa. Roberto Santorini levantó la vista; tenía el rostro de un hombre vencido. —Y empezó a decir, pero la voz se le quebró—. Perdimos todo. —¿Y sabes? —se quedó inmóvil—. ¿Cómo que todo? —La empresa, la casa de la playa, las inversiones —intervino su padre, Ismenia, con un suspiro—. Los bancos nos dieron la espalda. El corazón de Isabel latía como un tambor dentro del pecho. Acababa de graduarse de medicina con honores; soñaba con viajar, ayudar, vivir, y ahora todo se desmoronaba en una sola noche. Su padre negó despacio. —No, esta vez, bella, estamos en manos de un solo hombre: Adrián Salvatore.

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