Mansión Salvatore, Lago de Como — Dos días después del nacimiento
El reloj marcaba las 3:14 de la madrugada cuando Adriana Isamar soltó su primer llanto fuerte del día.
Un llanto de hambre, profundo, rabioso, que me despertó como un disparo. Adrián ya estaba levantándose antes de que yo abriera los ojos del todo.
"Yo la traigo, reina. Duerme un poquito más".
Pero yo ya estaba sentada en la cama, pechos doloridos y llenos, camisón subido. Dos días. Solo habían pasado dos días desde que la tuve en brazos por primera vez, y ya la casa entera giraba en torno a ese llanto.
Adrián la levantó de la cuna con una delicadeza que todavía me sorprendía. La niña, envuelta en la mantita blanca bordada con sus iniciales, dejó de llorar en cuanto sintió su pecho.
"Ven con mamá, mi vida".
La tomé, abrí el camisón, la puse al pecho. El agarre fue inmediato, fuerte, perfecto. El dolor inicial se convirtió en esa calma profunda que solo da amamantar.
Adrián se sentó al borde de la cama, m