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En los brazos del magnate
En los brazos del magnate
Por: Yordalis@divina
Capítulo 1: La propuesta

El reloj marcaba las siete de la noche cuando Isabel entendió que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. El silencio en el comedor era tan pesado que ni las luces del candelabro se atrevían a temblar. Su madre apenas tocaba la sopa y su padre, con la mirada perdida en el vacío, sostenía una copa de vino sin probarla.

—Papá, ¿qué está pasando? —preguntó ella con voz temblorosa.

Roberto Santorini levantó la vista; tenía el rostro de un hombre vencido.

—Y empezó a decir, pero la voz se le quebró—. Perdimos todo.

—¿Y sabes? —se quedó inmóvil—. ¿Cómo que todo?

—La empresa, la casa de la playa, las inversiones —intervino su padre, Ismenia, con un suspiro—. Los bancos nos dieron la espalda.

El corazón de Isabel latía como un tambor dentro del pecho. Acababa de graduarse de medicina con honores; soñaba con viajar, ayudar, vivir, y ahora todo se desmoronaba en una sola noche.

Su padre negó despacio.

—No, esta vez, bella, estamos en manos de un solo hombre: Adrián Salvatore.

"¿Qué tiene que ver este hombre con nosotros?", preguntó Isabel, sintiéndose angustiada.

Su madre desvió la mirada y le explicó: "Tu padre le debe dinero, hija, y él... hizo una propuesta".

Isabel sintió un nudo en el estómago. "¿Qué tipo de propuesta?", inquirió.

Robert tragó saliva y, casi en un susurro, reveló: "Te casas con él y en la primera noche de bodas le entregas tu virginidad".

El aire pareció escaparse del cuerpo de Isabel.

"Eso es una locura", exclamó.

"No tenemos alternativa, querida. Si no aceptamos, perderemos incluso esta casa", respondió su madre entre lágrimas. "Es solo un matrimonio de conveniencia".

Isabel se levantó de la silla, furiosa. "¿Y mi vida? ¿Mis sueños?"

El silencio se instaló de nuevo en la mesa, denso e insoportable. Desde ese momento, el nombre de Adrián Salvatore dejó de ser un simple murmullo para convertirse en una sombra que la perseguiría.

Las lágrimas le nublaban la vista cuando Isabella subió corriendo las escaleras; cada peldaño le pesaba como si subiera cargado con el mundo entero. Al cerrar la puerta de su habitación, se dejó caer sobre la cama y rompió en llanto. No sabía si lloraba por miedo, por impotencia o por rabia; tal vez por todo junto.

Entre sollozos, agarró el celular y marcó el número de su mejor amiga. Cataleya contestó al instante.

—¡Bella! —dijo con su tono alegre de siempre—, ¿qué pasa? ¿Por qué lloras así?

Isabella intentó hablar, pero la voz se le quebró.

—Mi papá... mi papá me quiere casar.

Cataleya frunció el ceño.

—¿Casar ?¿con quién?

—Con un hombre que ni conozco. Isabella se secó las lágrimas con la manga. Dice que es la única forma de salvarnos de la ruina.

Cataleya ya vio los ojos incrédulos.

—No puede ser... ¿quién es ese tipo?

—Adrián Salvatore —dijo entre suspiros, como si el nombre pesara más que el aire—. El magnate.

Del otro lado, Cataleya soltó un silbido.

—¿El Adrián Salvatore? Ese hombre es famoso, Bella, ¡es riquísimo!

Pero dicen que tiene el corazón más frío que el hielo.

No me importa si tiene oro o hielo en el pecho —replicó ella, levantando la voz—. No quiero casarme con un desconocido.

Cataleya guardó silencio unos segundos, tratando de encontrar la palabra correcta. —Amiga... yo sé que eso es una locura.pero piensa, tal vez sea solo un trato temporal ,hasta que las cosas se arreglen.

Isabella negó con fuerza. —No quiero hacer un trato, Cat. No quiero que nadie compre mi vida.

Sus lágrimas volvieron a correr, pero esta vez no eran solo de tristeza; era orgullo herido, dignidad pisoteada. Cataleya la miró con ternura. —Tú no eres una mujer débil, Bella. Si ese hombre piensa que puede manejarte, no sabe con quién se está metiendo.

Isabela respiró hondo. —No pienso rendirme tan fácilmente. Si él cree que puede romperme, va a descubrir que no todo se compra con dinero.

La videollamada terminó, pero las palabras de su amiga le quedaron grabadas en la mente. Afuera, la noche se derramaba sobre la ciudad y, mientras el viento movía las cortinas. Isabela juró en silencio que no dejaría que nadie, ni siquiera Adrián Salvatore, decidiera su destino.

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