Catalina Salgado, es abogada de una prestigiosa empresa y a pesar de su buen salario, su condición económica es pésima, ya que su madre padece de la enfermedad de Pompe y todo lo que gana no le alcanza para costear tan costosos tratamientos. Acorralada por su situación, comienza a trabajar por las noches como dama de compañia en un club nocturno, teniendo que entregar su virginidad a un desconocido por dinero. Sin embargo, cuando descubre que ese desconocido al que se entrega noche tras noche es Erick Montenegro, su jefe y el hombre al cual ama en silencio, todo su mundo se desmorona.
Leer másCapitulo 1
"La trampa" Catalina estaba sentada tras su escritorio, tratando de concentrarse en los contratos que debía revisar. Pero el agotamiento superaba el sentido de la responsabilidad. El último mes había trabajado más de la cuenta y su cuerpo comenzaba a pasar factura. Necesitaba un café, y uno bien cargado que le ayudara a despertar. Estaba a punto de ponerse de pie, cuando Juana Valenzuela apareció en su campo visual. Catalina alzó la mirada y suspiró con amarga resignación. La presencia de Juana Valenzuela significaba una cosa, problemas. —Ignacio quiere verte, en la sala de juntas ahora mismo—. Mencionó la rubia con prepotencia. Catalina apretó los puños, deseaba gritarle unas cuantas cosas, pero optó por callar. Lo que menos necesitaba en ese momento era generar un conflicto. Juana rió con burla. Se inclinó sobre el escritorio, dejando al descubierto el colgante de oro que Ignacio le había regalado en Ginebra. Todos en la empresa sabían lo que costaba esa joya. También sabían del tipo de favores que Juana le brindaba a Ignacio, el director de operaciones y el segundo al mando después de Erick Montenegro. —¿Eres muda? ¿O te comieron la lengua los ratones? —Golpeó con su palma el escritorio de Catalina, ensanchando aún más su sonrisa al verla sobresaltarse. —No soy muda—. Se levantó rápidamente de su escritorio. Juana recorrió con un dedo el borde del escritorio, dibujando una carita feliz en el polvo invisible mientras una sonrisa macabra se instalaba en su rostro exageradamente maquillado. —Como usted diga, señora abogada —el sarcasmo era evidente en su voz—. Yo que tú me apuro, mira que los jefes aya arriba están muy impacientes por tu presencia—. Catalina contuvo las ganas de mandarla al demonio, simplemente pasó por el lado de Juana y se encaminó al ascensor. No sabía que estaba pasando ni por qué habían convocado esta junta, pero esperaba que nada malo hubiera pasado. Ya en la sala de juntas, Catalina entró con cierta timidez. Estar frente a Erick Montenegro siempre era motivo para sentirse cohibida. El hombre no solo era su jefe, además, era jodidamente atractivo. Con su metro ochenta y cinco, su cuerpo esculpido, su piel pálida, su cabello negro desordenado y esos ojos negros en intensos que le hacían temblar las piernas a cualquiera. Antes de que pudiera sentarse en su puesto, Ignacio Rojas, el jefe de operaciones la detuvo en seco. —Hasta que la señora abogada se dignó a llegar —dijo el hombre, quién de reinos miró a su jefe, Erick Montenegro, en busca de aprobación. Erick Montenegro, estaba sentado en la cabecera, con su mirada gélida fija en Catalina. El hombre tomó unos documentos y los agitó en su mano. —Explica esto —le ordenó Montenegro, arrojando los documentos sobre la mesa—. O por primera vez en tu vida, no digas nada y lárgate. Juana, ahora sentada en el lugar de Catalina, dejó escapar un suspiro de lástima fingida, mientras se miraba las uñas, como si fueran la cosa más interesante del mundo. El aire en la sala de juntas se tornó tenso. Los ojos de Catalina se desplazaron entre los rostros fríos de la junta directiva, mientras sus labios temblaban intentando formar palabras coherentes, no deseaba desmoronarse frente a sus ojos. ¿Qué demonios estaba pasando? —Yo… yo no… —tartamudeó, apretando el dossier contra su pecho como un escudo—. No entiendo que está pasando... No sé de qué se me acusa... —su labios inferior tembló y sus ojos se humedecieron. Ignacio soltó una carcajada seca, inclinándose hacia delante con los codos sobre la mesa. —¿Acaso no sabes lo que hiciste? ¡Te equivocaste con los malditos contratos! ¡Los números eran incorrectos, maldita sea! —¿Qué? —Catalina retrocedió un par de pasos, observando a todos los presentes con horror. Los murmullos crecieron. Uno de los accionistas, un hombre calvo con ojos de reptil, espetó: —¿Qué clase de mujer estúpida eres? ¿Cómo puedes cometer un error de ese tipo? Catalina sintió que las lágrimas quemaban sus párpados. —He demostrado ser bastante profesional durante todo el tiempo que he trabajado aquí —susurró, pero su voz se quebró antes de terminar—. ¡No haría nada que pudiera perjudicar mi carrera o a la empresa! —Basta de excusas —cortó otro directivo, golpeando la mesa—. Asume tu error. Juana, reclinada en la silla de Catalina, jugueteaba con su colgante de oro mordiéndose la lengua para no decir nada. ¡Ella no había hecho nada de eso! La presión fue tal, que Catalina no pudo controlar el impulso de llorar, por más que intentó callar sus sollozos le resultó imposible. —Dime, Ignacio... ¿cómo puedes estar tan seguro de esto? —Erick alzó una ceja mientras miraba al hombre. —Señor, es evidente, está mujer es una inepta y buena para nada. Nadie más podría cometer un error de ese calibre. —¿A sí? ¿Y tú te crees muy inteligente? —Una sonrisa se instaló en su rostro. —Por supuesto señor, usted me conoce —dejó escapar una rosa tosca comenzando a sentirse nervioso. Erick, completamente irritado, dió un brusco golpe en la mesa. —¿Me quieres ver la cara de imbécil?—rugió, haciendo temblar los vasos de cristal. El estruendo paralizó a todos. Erick se levantó, su mirada severa recorriendo la sala hasta clavarse en Antonio Sepúlveda, quien esperaba inmóvil junto a la puerta. —Antonio. El guardaespaldas le entregó un pendrive con las grabaciones de las cámaras de seguridad, donde claramente se veía a Ignacio cambiar los contratos de Catalina por otros mal hechos. —Acá están las grabaciones de vigilancia y se ve claramente quién es el responsable de esto, señor. Ignacio palideció. ¿Como lo habían descubierto? —¡Señor, yo...! —¡Cállate! No hay nada que explicar, trataste de perjudicar a la señorita Catalina Salgado y por ellos tendrás que pagar. ¡Además de que casi nos haces perder millones de dólares! Ignacio se derrumbó de rodillas, suplicando piedad. Pero la piedad era algo que no encajaba en el diccionario de Erick Montenegro. °°° Catalina se sentía a punto de colapsar mientras caminaba por los pasillos del hospital, todo lo que había pasado en la empresa la tenía al límite. Acababa de salir del trabajo, por lo que deseaba ver a su madre aunque sea un instante, pero al llegar, la enfermera le informó que no recibiría visitas, Helena había decaído y fue trasladada a la UCI, ya que necesitaba ventilación mecánica. —Quiero quedarme un rato con mamá, aunque sea fuera de la sala... esperaré al doctor para que me dé un seguimiento del tratamiento para luego regresar a casa—. Extrañaba tanto a su madre, sus consejos, sus abrazos, su incondicional apoyo. °°° Aquella mañana estaba particularmente fría y Catalina se encogía en el asiento del autobús mientras picoteaba migas de un insípido pan, el cual era todo su desayuno. No tenía apetito, en ese momento solo quería un abrazo, sintiéndose de pronto más sola que nunca. Al llegar al conglomerado Montenegro, corrió rumbo al ascensor, tropezando de pronto cuando uno de los tacones de sus zapatos cedió y se rompió. No pudo mantener el equilibrio, pensando que caería apretó los ojos, de pronto, unos fuertes brazos la sostuvieron impidiéndole caer. Cuando alzó la mirada se encontró con los ojos negros de Erick Montenegro, quién la miraba fijamente a los ojos, la preocupación era evidente en su rostro. "Huele tan jodidamente bien y es tan endemoniadamente atractivo" pensó Catalina, pero al recuperar la cordura se sintió avergonzada, por lo que se separó bruscamente de sus brazos y cojeando por el zapato roto se metió en el ascensor y cerró las puertas sin darle tiempo a su jefe de entrar. Ya fue bastante humillación para recién comenzar la mañana. Antonio, el guardaespaldas de Erick se puso a reír ante la escena. —¿De que te ríes? —Preguntó Erick con tono brusco. —De nada, señor —dijo rápidamente el guardaespaldas. —Ve y consigue unos zapatos Luis Vuitton de tacón alto, número 38, que sean sobrios y elegantes—. Su mirada se mantenía fija en las puertas cerradas del ascensor. —Si señor... —Se los haces llegar a la señorita Catalina Salgado. Sin más, se adentró en el ascensor cuando las puertas se volvieron a abrir.Capitulo 16“La explosión de Catalina”El zumbido de las luces sombrias del gimnasio por la noche trazaba destellos opacos alrededor de Catalina. Antonio observaba desde la oficina de vigilancia, sus dedos recorriendo distraídamente el marco metálico de la ventana. Cada vez que ella pasaba el trapo sobre las cuerdas del ring, su mandíbula se tensaba como si los músculos quisieran convertirse en escudo. ¿Qué hacía Catalina Salgado ahí? Era una mujer brillante, no merecía desperdiciar sus capacidades de esa manera.—¿Cuánto más piensas prolongar esta farsa?— Preguntó Rubén al entrar, arrojando un paquete de vendas sobre la mesa—. Hace tres meses que la proteges como perro guardián. Montenegro tiene derecho a saber que su presa favorita trabaja en “SU GIMNASIO.”Antonio giró lentamente, alzando una de sus oscuras cejas. ¿Quién demonios se creía Raúl para cuestionar sus decisiones?— Este gimnasio no es propiedad de él todavía. El contrato de compra se firma mañana—. Su voz sonó áspera,
Capitulo 15“Un nuevo comienzo”Las nubes grises que cubrían la ciudad aplastaban el ánimo de Catalina, mientras arrastraba los pies hacia su departamento. Había enfrentado la quinta entrevista de trabajo en el día, y al igual que las anteriores, fue una entrevista fallida. La frustración le burbujeaba en el pecho, causando una presión difícil de ignorar.En cada sitio que visitó le dieron el mismo discurso, al punto que comenzaba a sonar en su mente como un eco difícil de borrar. “Lamentamos informarle que su perfil no coincide con nuestras necesidades” o el clásico, “la llamaremos si surge algo”. Las palabras le quemaban el pecho, mezclándose con el frío que se colaba por su chaqueta extremadamente delgada por tanto uso.Al cruzar la puerta de su hogar, las lágrimas ya le nublaban la vista, durante todo el trayecto había hecho un esfuerzo sobrehumano por no llorar. Sabía que debía ser fuerte, que no era momento de quebrarse, pero era tan difícil mantenerse erguida cuando todo parecí
Capitulo 14“Desenmascarando a Juana”El eco de la risa de Erick y Antonio, seguía resonando en las paredes de la amplia oficina. Poco a poco, fue calmandose y sus ojos negros se posaron en Antonio con una chispa de complicidad. Juana permanecía inmóvil, los labios entreabiertos en un gesto que oscilaba entre la indignación y la vergüenza. ¿De que carajos se reían esos dos? Honestamente, ella no le veía el chiste a la situación.—¿Escuchaste, Antonio? —la voz fría de Erick cortó el aire, haciendo estremecer a Juana. Giró en su silla hacia el guardaespaldas—. La señorita Juana parece cuestionar tu competencia profesional. ¿Acaso no investigaste cada detalle de Catalina hasta el último recibo de panadería? ¿O es que no fuiste capaz de obtener alguna información? Antonio cruzó los brazos, el músculo de su mandíbula tensándose bajo la piel bronceada. Sabía el guión que debía seguir, conocía tan bien a Erick Montenegro, que sabía perfectamente que estaba jugando y él, como su fiel amigo,
Capitulo 13“La verdadera cara de Juana”El ascensor resonó con un suave click al llegar al piso ejecutivo, donde Erick tenía su oficina, el último piso del edificio. Erick Montenegro caminó hacia su oficina con pasos acelerados en el pasillo vacío, algunos rayos de luz solar filtrándose por los ventanales le pintaban de dorado y naranja los anchos hombros. Antonio seguía tras él, observando la espalda de su jefe como si fuera la cosa más interesante del universo, mientras distraídamente se ajustaba el puño de su camisa negra.—Llama al jefe de Recursos Humanos —ordenó Erick sin volverse, abriendo con un golpe seco la puerta de roble macizo, entrando a su oficina con aún más prisa. Necesitaba defender a Catalina y defender su propio cargo en la empresa. VitaNova Global, pertenecía al grupo Montenegro, pero era de su propiedad absoluta.—Si, señor. Inmediatamente lo llamaré—. Antonio tomó el teléfono y marcó el número interno del departamento de recursos humanos, pidiendo que el señor
Capitulo 12“El dulce sabor de la verdad”Antonio Sepúlveda, conocía a Erick Montenegro como la palma de su mano. Se conocían desde niños, prácticamente se criaron juntos. Antonio tenía ocho años cuando la familia Montenegro le dio trabajo a su madre como empleada cama adentro, y al ver que era madre soltera le permitieron llevar a Antonio con ella.A pesar de ser personas tan ricas y poderosas, Erick siempre fue sencillo y con una facilidad inmensa lo volvió parte de su vida, haciéndolo sentir como en casa. Los Montenegro se encariñaron rápidamente con Antonio, era un niño educado y listo, por lo que le permitieron estudiar con Erick y Lorena.Desde aquel entonces, con Erick han sido inseparables. Antonio ha estado a su lado en todas las etapas de su vida, por lo que se atrevía a decir que lo conocía mejor que nadie. Por eso, con solo mirarlo en ese momento, sabía que su jefe estaba sufriendo. Necesitaba ayudarlo a solucionar el tremendo problema en el que Lorena lo había metido.—Se
Capitulo 11“La desesperación de Erick”Al llegar a su oficina, Antonio, su fiel guardaespaldas lo esperaba. Erick lo observó, tratando de encontrar en su expresión facial alguna respuesta satisfactoria. Pero lo único que encontró fue un semblante serio que no presagiaba nada bueno —¿Dónde está Catalina?— preguntó, la desesperación que reflejaba su rostro delataba su estado.—Señor, ella ha empacado sus pertenencias y se fue de la compañía… Traté de llegar a tiempo y detenerla, pero fue despedida a primera hora de la mañana—. Antonio se sintió frustrado al ver una mueca de dolor atravesar el rostro de su jefe. ¿Tanto le importaba aquella mujer?Ante la respuesta de su guardaespaldas, simplemente se dio la media vuelta y se echó a correr rumbo al estacionamiento. Necesitaba encontrarla, explicarle la situación, tratar de remediar todo el daño que su hermana Lorena había ocasionado. Preso de la angustia y la desesperación, Erick Montenegro condujo a toda velocidad rumbo a la casa de C
Último capítulo