Capitulo 3
"La fiesta de cumpleaños" La fiesta de cumpleaños de Lorena Ortíz, hija adoptiva de los Montenegro era el evento más esperado de la ciudad Villa Rica. Era un evento de primer nivel donde solo los más ricos y pudientes de la ciudad podían asistir. Los Montenegro se esmeraron en que el evento estuviera lleno de lujos y opulencias, llevándolo a cabo en el salón vip más lujoso de la ciudad. Lorena se presentó en su fiesta con el fabuloso vestido blanco que Erick le había regalado, capturando las miradas de todos los presentes. Ella sonrió con elegancia, adoraba ser el centro de atención y este era su momento de brillar. — Feliz cumpleaños, Lorena. —Gracias—, susurró cerca de su oído con el fin de provocarlo. Erick se apartó rápidamente de su lado, sintiendo que aquella manera de responder era inadecuada. —¿Bailemos?—Propuso, Lorena. Erick asintió y cuando estaba a punto de tomar su mano, quedó perplejo en su sitio. En la entrada, había una mujer que llevaba puesto el mismo vestido que Lorena, lo peor no era eso, si no que aquella mujer era Catalina Salgado, su abogado. ¿Qué demonios hacia Catalina en la fiesta? ¿Quién la había invitado? Conocía muy bien a Catalina, sabía que ella era incapaz, de tomarse tales atribuciones. Ignorando a Lorena, camino con paso rápido a la entrada del salón, donde una desconcertada Catalina observaba todo a su alrededor. De pronto, uno de los paparazzis quiso fotografiar a Catalina con la finalidad de ridiculizarla. Erick, disgustado, se interpuso entre Catalina y el paparazzi, el fotógrafo logró capturar aquella escena con su cámara. Catalina alzó la vista y observó la amplia espalda de Erick Montenegro, como los músculos se marcaban a través de su camisa e inevitablemente se sonrojó hasta las orejas, pero algo llamó de sobremanera su atención. Al estirar el brazo, la camisa de Erick se encogió, pudiendo ver gruesas y descoloridas cicatrices que adornaban su muñeca. —Deberías irte a casa, Catalina—. Su voz salió suave y le dedicó una mirada preocupada. Erick sabía perfectamente que tras esta broma de mal gusto estaba su hermana Lorena. Antes de que Catalina pudiera decir algo al respecto, un grupo de paparazzis entraron en el recibidor rodeando a Lorena Ortíz. La joven sonreía a la cámara mientras con orgullo contaba que ese vestido era un diseño exclusivo. De pronto, una de las reporteras se percató de la presencia de Catalina. —¡Miren a esa mujer!—, señaló a Catalina —lleva un vestido idéntico que la joven hija de los Montenegro. —¡Es una imitación!— exclama otro. —Es una desvergonzada, ¿como se atreve a imitar a la señorita Ortíz? —¿Acaso no tienes vergüenza?— Cuestionó otro periodista. De pronto, todas las cámaras estaban sobre Catalina, quién estaba paralizada ante el escándalo. Lorena, sintiéndose triunfante se acercó a ellos y esbozó una sonrisa maliciosa. —Para ser abogada desconoces la falta grave de usar productos falsificados. —¡Suficiente!— la voz grave de Erick se escuchó por encima del resto. Protegió a Catalina con su cuerpo y ante la furia que reflejaba su rostro los paparazzis retrocedieron. Catalina volvió a observar aquellas cicatrices que se marcaban en uno de sus brazos. ¿Qué le había pasado? Es el primer pensamiento que surco su mente. Lorena, ante la intervención de Erick se sintió furiosa. ¿Por qué demonios defendía tanto a aquella mujerzuela? Realmente no lo entendía. ¿Que tenía Catalina Salgado que ella no tuviera? Catalina aprovechó la distracción y salió corriendo del hotel. Corrió a toda prisa, mientras las lágrimas empapan su rostro. Se sentía tan jodidamente humillada, había sido una completa estúpida por aceptar ir a esa maldita fiesta y por creer que un hombre como Erick Montenegro se fijaría en ella. ¡Todo había sido una farsa! ¡Una maldita broma de mal gusto! De pronto, unos fuertes brazos la sostuvieron y cuando giró, chocó contra el fornido pecho de Erick Montenegro. Aún con lágrimas en los ojos alzó la mirada y él le ofreció su pañuelo, para que secara sus lágrimas. —No deberías andar sola por la noche, mi guardaespaldas te llevará a casa. Hace bastante frío como para que regreses caminando—. Erick Montenegro se quitó su abrigo y lo colocó sobre los delicados hombros de Catalina. —Señor, ¿me mandó a llamar? —Antonio interrumpe el momento. —Si, lleva a Catalina a su casa. —Si, señor. ••• El día siguiente fue un verdadero infierno para Catalina. Se había convertido en el titular de todas las revistas de chismes y farándula, donde la acusaban de usar falsificaciones para robar el protagonismo a la hija de la familia Montenegro. —¿En donde conseguiste el título de abogada, Catalina?— preguntó Juana nada más verla llegar—. Es lamentable que siendo la abogada de esta empresa no comprendas los derechos de propiedad intelectual. —Es verdad, eres una persona desvergonzada. El señor Montenegro debería de ponerte de patitas en la calle—, la voz chillona de Mirta le hizo doler la cabeza a Catalina. —Deberías de saber tu lugar, abogaducha—. Juana volcó lo que le quedaba de café sobre el escritorio y la silla de Catalina. —No hablen de lo que no saben...— la voz de Catalina salió temblorosa, estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no romper a llorar. —La que debería callar eres tú, abogaducha. Por qué si tuvieras una sola pizca de dignidad renunciarías a la empresa. Honestamente no sé cómo te da la cara para presentarte hoy a trabajar—. Volteó a ver a sus otras compañeras—, ¿verdad chicas? Las otras mujeres asintieron para luego comenzar a reírse de Catalina, quién en completo silencio limpió su escritorio y silla. ••• Esa noche, Catalina llegó a casa devastada. Se quitó los zapatos en la entrada de su pequeño y modesto departamento, arrastró los pies hasta la sala para luego dejarse caer en el destartalado sillón de cuero. Se abrazó a sí misma y rompió en llanto. Se sentía sola, cansada, demasiado agobiada con toda la situación. No entendía por qué Erick Montenegro le había jugado una broma de tan mal gusto. ¿Cuál era el objetivo de todo esto? Por más que pensaba e intentaba encontrar una respuesta a todo esto, no llegaba a ninguna conclusión. Su teléfono celular comenzó a vibrar, estiró perezosamente una de sus manos y lo tomó. Eran mensajes de un número desconocido, por lo que abrió el mensaje con un nudo en el estómago, algo le decía que no eran buenas noticias y su instinto rara vez se equivocaba. "Te cruzaste en mi camino y te atreviste a tocar lo que es mío. ¡Nadie, absolutamente nadie toca lo que me pertenece! Esto es solo el principio, haré de tu vida un maldito infierno. Procura ser una buena chica y no hacerme perder la paciencia. Cuida tu trabajo para no ser despedida, de lo contrario no tendrás como pagar las facturas médicas de tu querida madre. Por cierto, este mes tu salario será reducido a la mitad, por el impacto tan negativo que ocasionaste a la compañía. Cuídate." Oh, no... con su sueldo reducido a la mitad le resultaría imposible poder costear los gastos médicos de su madre, sin mencionar todos los otros gastos. Necesitaba pensar en algo para ganar más dinero, de lo contrario estaría perdida. Incluso, si la situación continuaba así podría llegar a perder su trabajo. Se levantó del sillón y observó la decena de facturas que estaban regadas sobre la mesa del comedor. Luz, agua, gas, gastos comunes, el préstamo del banco, las cuotas del hospital. ¡Oh, Dios, se estaba volviendo loca! ¿Como haría para pagar todo aquello? Si de por si su solo sueldo no alcanzaba para costear todos los gastos, mucho menos alcanzaría con solo la mitad. ¿Por qué su jefe la odiaba tanto? No entendía que es lo que le había hecho. Se permitió llorar un poco más, antes de recomponerse y buscar una solución. Comenzó a buscar un trabajo complementario por internet, pero la mayoría buscaba personal para trabajar de día, y ella necesitaba un trabajo nocturno. De pronto un anuncio llamó su atención. "Se buscan damas de compañia, mayores de edad, buena presencia y educadas. Somos un club de alta categoría y ofrecemos grandes ingresos a nuestras socias." Estaba desesperada, necesitaba recaudar la mayor cantidad de dinero posible para pagar la factura del hospital y comprar los medicamentos de su madre, sin mencionar todos los otros gastos. En ese momento, Catalina Salgado tomó una decisión que le cambiaría la vida para siempre. Con dudas marcó el número que figuraba en aquel anuncio, estaba acorralada y desesperada, ya no sabía que más hacer, por lo que no le quedó de otra alternativa que tomar el empleo. De día se desempeñaría como abogada y de noche, como dama de compañia. A causas urgentes medidas desesperadas.