Harper Lane era una chica llena de sueños, hasta que fue falsamente acusada de robo y asesinato, pero el destino la pone frente al cínico y arrogante Damon Kóvach. Irónicamente, el hombre que la humilló en el pasado, se convierte en su única esperanza al ofrecerle un refugio inesperado, a cambio de un favor. Mientras Harper se esconde a plena vista, el pasado de Damon sale a la luz. Un pasado lleno de dolor y traición que se conecta con la conspiración que la condenó a la cárcel. Con el tiempo, ambos se dan cuenta de que sus almas están atadas por una conexión que trasciende el tiempo, el amor, el odio y el perdón. Pero justo cuando la esperanza de una vida juntos parece posible, los demonios del pasado de Damon regresan. Axa, su ex esposa y madre de su hijo, Peter, reaparece con un plan para destruirlos. En una carrera a contrarreloj, Harper, Damon y Peter deben unir fuerzas para desenmascarar la conspiración que los persigue y salvarse a sí mismos, a su amor, a su familia. Pero, ¿quién es el verdadero enemigo? Y ¿quién es el verdadero héroe? “El juego del destino”, es una historia de amor, traición y redención que te mantendrá al borde de tu asiento hasta la última página. No te pierdas esta novela llena de giros inesperados, personajes inolvidables y una trama que te hará creer en el poder del amor verdadero.
Leer másHarper Lane sintió que el mundo entero se alineaba a su favor. A sus veintiséis años, con el sol de Miami besándole la piel y la brisa salada de la bahía ondeando su cabello castaño, tenía una cita que podría cambiarlo todo.
Su portafolio, una carpeta de cuero impecable, era el pasaporte a un futuro que había soñado por años.
Caminaba por el vibrante distrito de Wynwood, a través del laberinto de coloridos murales que resonaban en su alma de diseñadora. El aire olía a arte, a café y a una promesa que sentía en el centro de su pecho.
Pero las promesas, como el cristal, son frágiles.
Un rugido rompió la serenidad del mediodía. El sonido grave y ronco, como un depredador acechando en la jungla de concreto hizo que el eco de sus pasos se desvaneciera en el asfalto.
Por el rabillo del ojo, Harper vio el destello de un auto de lujo. El Lamborghini de un brillante color esmeralda, parecía una joya rodante en la calle. No era un simple vehículo; era una declaración de riqueza, una arrogancia sobre ruedas que se movía a una velocidad imprudente.
La lluvia de la mañana había dejado un charco traicionero a la orilla de la acera, un espejo de agua oscura que, el Lamborghini sobrepasó, formando un tsunami en miniatura.
¡Splah!
Un torrente de agua sucia y mugre de la calle, mezclado con aceite y basura, se elevó en el aire como una explosión.
El impacto fue una bofetada fría y húmeda en todo su cuerpo, y por un instante, el tiempo se detuvo.
Harper se quedó inmóvil, empapada de pies a cabeza. El agua escurría por su rostro, por su ropa, por su cuerpo, llevando consigo la suciedad y la desilusión. El portafolio, estaba arruinado, las páginas de todo su trabajo se empapaban corriendo la tinta.
El Lamborghini se detuvo abruptamente. El motor rugía en un tono de disgusto. La puerta se abrió y un hombre salió.
Su figura era alta y esbelta, con el cabello ondulado y oscuro que caía sobre una frente ancha. Vestía una camisa negra de seda que acentuaba la elegancia de su cuerpo, un traje de corte impecable que ocultaba la soledad de su alma. Pero lo que más la impresionó fueron sus ojos, unos pozos grises de hielo que la miraron con una indiferencia absoluta.
Era Damon Kóvach, el hombre que había arruinado el día más importante de su vida, y su rostro, era tan frío como su mirada.
Harper sentía que el fuego la quemaba por dentro. El agua sucia la había empapado, pero la mirada de Damon la había encendido.
—¡Qué torpe eres! ¿Es que no puedes ver por dónde caminas? — Su voz grave, marcada por un ligero acento de Europa del Este, resonó en el aire, tan fríamente como sus ojos.
Harper quería gritarle, decirle que él era el culpable y que. Además. ¡era un idiota!, pero cuando levantó la vista, había algo en esos ojos y en la manera como el hombre se tocaba la ceja derecha que la desconcertó, algo en él le pareció tan terriblemente familiar que tardó una fracción de segundo en responderle como se merecía.
—¿Perdón? ¿Me estás diciendo que yo soy la torpe? — espetó con la voz ronca por el impacto —. ¡Tú eres el que iba a cien kilómetros por hora en una zona concurrida! ¿No ves que hay personas caminando por la acera?
—Te debiste haber quitado del camino — respondió él, con una sonrisa maliciosa que no llegó a sus ojos, y de nuevo, esa sensación de conocerlo de alguna parte se instaló en el estómago de la chica —. No tengo tiempo para tus dramas, mujer.
—Mi "drama", como tú lo llamas, es el trabajo de toda mi vida. Acabas de arruinar el día más importante de mi carrera. No tienes idea de lo que me costó llegar hasta aquí — dijo ella, con un tono de indignación que le apretó la garganta y no logró conmover al hombre.
—No me interesa tu vida ni tus dramas. Lo único que me interesa es que dejes de estorbar en mi camino. — Damon sacó su cartera. La abrió y le tendió unos billetes, como si con eso pudiera compensar el daño que le estaba causado —. Ten, para que te compres otra ropa y dejes de estorbar, para la próxima, ¡Mira por donde carajos caminas!
Harper sintió que la sangre le hervía en las venas. Era la ofensa era más grande que alguien le había hecho, y una vez más, ¡Era como si ya supiera como era el maldito idiota! como si hubiera un “no sé qué” inconcluso entre ellos desde antes, lo extraño era que estaba segura de que nunca en su vida se había topado con ese… ese…
Sacudió la cabeza y , con un gesto rápido, le quitó los billetes y, rompiéndolos, se los tiró a la cara. Los trozos cayeron al piso como hojas secas en otoño.
Damon se quedó helado. Su mirada de piedra se convirtió en una mezcla de sorpresa y furia.
Un rastro de suciedad le corrió por la mejilla, una gota del desastre que había causado.
—No me interesa tu dinero — Harper, le informó con la voz firme —. Solo quiero que te disculpes.
—¡No me disculpo con nadie! — Él dijo, en un tono más frío y cortante que un bisturí. Sus ojos se oscurecieron y su mirada la atravesó como una flecha envenenada, pero esta vez, el que tuvo la sensación de déjà vu fue él. No le prestó atención, solía tenerlos todo el tiempo, sobre todo con lugares a donde viajaba.
Damon subió al auto sin decir una palabra más. El rugido de su motor resonó de nuevo en el aire. El Lamborghini se perdió en la distancia, dejando a Harper sola, empapada y con una rabia que la consumía por dentro.
Se agachó, recogió lo que quedó del portafolio y se dio cuenta de que su sueño de triunfar como diseñadora se había desvanecido. No había manera de que llegara a tiempo a la entrevista y con el portafolio totalmente arruinado.
¡El momento más importante de su vida se había ido por el caño!
La rabia se transformó en frustración. Se sentó en una de las bancas de la acera mientras las lágrimas se mezclaban con la suciedad de su rostro. Se sentía vacía, derrotada. Había trabajado tan duro para llegar hasta ahí, y un imbécil arrogante había arruinado todo en un abrir y cerrar de ojos.
Miró su teléfono, y vio la hora. Faltaban solo diez minutos para su reunión. «No puedo ir así», pensó. Pero el impulso de no rendirse fue más fuerte que su frustración. Se levantó, se limpió la cara con el brazo y se enderezó.
«Tengo que ir», se dijo a sí misma, «No puedo dejar que este hombre me derrote» Se puso de pie con determinación.
Harper se secó las lágrimas y se miró en el escaparate de una tienda. Su reflejo era el de una guerrera. Se acomodó el cabello revuelto y se dirigió hacia su entrevista.
Dobló en la esquina rápidamente, y su mente se enfocó en lo que diría, en las palabras que la harían triunfar. Estaba lista para entrar al edificio en donde la esperaban, pero de pronto se detuvo. Un grito rompió el bullicio de la ciudad junto al sonido del metal retorcido y el chirrido de unos neumáticos.
Se oyó un estruendo y luego, un silencio aterrador.
Harper se quedó helada. Sus ojos se abrieron de par en par, viendo la escena.
Un auto deportivo había impactado contra un poste de luz. La gente corría, las sirenas sonaban a lo lejos. Era un caos total, y un presentimiento se instaló en su estómago, algo le advirtió que no se moviera, que no era su problema, pero un grito de auxilio la hizo correr.
A pesar del peligro, decidió acercarse. La adrenalina se mezclaba con la incertidumbre. El miedo la paralizó por un segundo. Pero luego de escuchar la voz de un hombre en el auto decidió correr mientras su corazón latía con la fuerza de un tambor y dejaba caer su portafolio al suelo.
El olor a gasolina y a caucho quemado le golpeó la nariz. El aire se sentía espeso y peligroso. Vio el auto destrozado y una puerta había desprendida. Dentro, un hombre herido luchaba por salir.
Harper se acercó y escuchó al hombre que gemía de dolor. No podía moverse. Ella se agachó y trató de ayudarlo. Le tomó la mano, sintiendo el calor de su piel y él la miró rogando por su ayuda.
—Por favor, ayúdeme... — su voz era débil y suplicante.
Ella asintió. Se dio cuenta de que no había forma de sacarlo de allí. La puerta se había atascado y el cuerpo esta prensado contra las latas retorcidas y afiladas y negó con la cabeza mirándolo a los ojos.
—Hay que esperar a que llegue la ayuda, ellos traerán equipos para sacarlo — Le dijo para tranquilizarlo, pero entonces, al levantar la mirada vio un maletín de piel oscura, y, al lado del maletín, algo brilló. Era un re*vól*ver.
Harper se quedó helada. Su corazón se detuvo. La adrenalina se desvaneció. El accidente no era del todo común. Se dio cuenta de que algo andaba mal y ese presentimiento que se había instalado en su estómago le recordó que estaba allí.
El hombre gemía, con la mirada puesta en el maletín, estaba abierto, y se podían ver los documentos que contenía, junto a una pila de periódicos. Parecían documentos de negocios, ella sintió un escalofrío que le recorrió la espalda.
—Se lo ruego, ¡ayúdeme!
—Señor, no puedo… comprenda… no tengo fuerzas para sacarlo, debemos esperar a los bomberos…
El moribundo le tomó las manos con desesperación y la miró a los ojos.
—Debe llevarse el maletín y el arma — él pidió haciendo un gran esfuerzo mientras escupía san*gre.
Harper negó instintivamente con la cabeza, pero el agarre de las manos del pobre desgraciado fue más fuerte.
—¡Se lo imploro! Es de vida o muerte, si no se lo lleva, alguien vendrá por eso, y mi muerte no habrá valido nada… — Trató de explicar — ¡Mis hijos! ¡Tienen a mis hijos!
—No puedo tomar un arma así, como así…
—¡Debe hacerlo! No tiene idea de lo grande que es esto — La chica seguía negándose y el moribundo insistió — Mire, por allá — Señalándole con la mirada — Hay un contenedor de basura, solo lance las cosas ahí, nadie va a revisar la basura en la escena de un accidente de auto.
—Pero, yo no debo, yo… — Ella tartamudeó.
—Escucharme, por favor, estoy muriendo… — Él dijo casi con su último aliento — Cuando el accidente sea levantado, recoja el maletín y lléveselo a la policía, ellos sabrán que hacer…
El hombre vomitó una última bocanada de sangre y dejó de respirar sin quitarle los ojos de encima. La escena terrible y espectral la hizo levantarse de un salto con maletín y revólver en mano, y echar a correr.
—Quiero compensarte el salvar a mi hijo de ese maniaco — Damon dijo con tanta humildad que Harper abrió mucho los ojos sin poder creérselo, no después de lo que recordaba del tipo.La chica se giró para apresurar su salida, pero él volvió a gritar.—¡Alto, detente! — La voz de Damon fue un golpe seco en el silencio del almacén. No era una pregunta, sino una orden. Una orden tan cargada de autoridad que Harper sintió la necesidad instintiva de detenerse.El corazón le latía desbocado, tanto por el miedo a la policía, como por el vértigo de haber salvado a un niño solo para enfrentarse a su padre, el hombre que la había despreciado y que ahora, irónicamente, se había convertido en su única esperanza.Él se acercó a ella con lentitud, y sus ojos grises, antes fríos y distantes, ahora la miraban con una mezcla de confusión, urgencia y una familiaridad que le revolvía el estómago.—¡Por favor, no te vayas! — repitió, su voz más calmada pero aún con un hilo de desesperación —. ¿Cómo te llam
Un año después:El dolor era una sinfonía de agujas y cuchillos que danzaban bajo la piel de Harper. Cada paso que daba con rumbo a su ansiada libertad, era un lamento mudo, un eco de la brutalidad que había sobrevivido en el patio de la cárcel y del que había salido respirando por pura suerte.Pero no podía detenerse a pensar en nada, no ahora cuando estaba tan cerca de consumar la fuga, y la adrenalina como un veneno dulce le permitía ignorar la carne desgarrada y la ropa sucia. No era una persona, era un instinto, un animal salvaje huyendo de un depredador.Las sirenas de la policía aullaban en la distancia para mantener en su mente que no podía bajar la guardia, una melodía siniestra que la perseguía, un recordatorio de que su vida había terminado y que ahora solo era una criminal, una convicta en fuga.Corrió sin rumbo, con el único objetivo de alejarse de la cárcel, de la traición y de la desesperanza que la había consumido en la sala del tribunal casi doce meses atrás.El cielo
El aire en la sala del tribunal era tan denso que Harper sentía que se ahogaba con cada respiración. No olía a justicia, ni a la solemnidad de la ley, sino a miedo y a una desesperanza asfixiante que se adhería a las paredes de madera oscura y al frío mármol del piso.La luz fluorescente, dura y sin vida, hacía que los rostros de los presentes parecieran pálidos fantasmas. Detrás de ella, las filas de asientos estaban ocupadas por la prensa, los ojos curiosos de los periodistas no perdían detalle en medio de la penumbra que significaba ese día para la chica.Harper se sentía como si su vida no fuera suya, sino un espectáculo público, un teatro televisado en el que era la única en no conocer el guion.Frente a ella, el Detective Vaughn atestiguaba con una frialdad y una convicción que la hacían sentir como si estuviera escuchando la historia de otra persona. Su voz grave y monótona recitaba una cronología de eventos que no encajaban con la verdad.—La señorita Lane fue identificada en
Harper dejó car un fajo de papeles tras el contenedor de la basura, y continuó corriendo con una urgencia que le quemaba el aire en los pulmones. El maletín de cuero se sentía todavía pesado en su mano por los periódicos, una prueba tangible de una realidad que su mente se negaba a procesar y La pistola, fría y metálica, la llevaba escondida en el bolsillo interior de su chaqueta, un objeto totalmente ajeno que contrastaba con el resto de su vida.El sonido de las sirenas se hacía más fuerte tras ella, el eco del caos se acercaba, y Harper solo quería llegar a un lugar seguro. Un lugar donde la ley la protegiera.La Estación Central de Policía de Miami se alzó ante ella, un monolito gris en medio de la agitada Ocean Drive. Harper empujó las puertas con sus zapatos de tacón resbalando sobre el suelo de azulejos mojado, y se encontró en un mundo de neón y miradas indiferentes.El olor a café rancio y papel antiguo le golpeó la nariz. Se acercó a una oficial de escritorio, una mujer con
Harper Lane sintió que el mundo entero se alineaba a su favor. A sus veintiséis años, con el sol de Miami besándole la piel y la brisa salada de la bahía ondeando su cabello castaño, tenía una cita que podría cambiarlo todo.Su portafolio, una carpeta de cuero impecable, era el pasaporte a un futuro que había soñado por años.Caminaba por el vibrante distrito de Wynwood, a través del laberinto de coloridos murales que resonaban en su alma de diseñadora. El aire olía a arte, a café y a una promesa que sentía en el centro de su pecho.Pero las promesas, como el cristal, son frágiles.Un rugido rompió la serenidad del mediodía. El sonido grave y ronco, como un depredador acechando en la jungla de concreto hizo que el eco de sus pasos se desvaneciera en el asfalto.Por el rabillo del ojo, Harper vio el destello de un auto de lujo. El Lamborghini de un brillante color esmeralda, parecía una joya rodante en la calle. No era un simple vehículo; era una declaración de riqueza, una arrogancia
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