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El juego del destino
El juego del destino
Por: Isa Fee
1 El encuentro y el charco

Harper Lane sintió que el mundo entero se alineaba a su favor. A sus veintiséis años, con el sol de Miami besándole la piel y la brisa salada de la bahía ondeando su cabello castaño, tenía una cita que podría cambiarlo todo.

Su portafolio, una carpeta de cuero impecable, era el pasaporte a un futuro que había soñado por años.

Caminaba por el vibrante distrito de Wynwood, a través del laberinto de coloridos murales que resonaban en su alma de diseñadora. El aire olía a arte, a café y a una promesa que sentía en el centro de su pecho.

Pero las promesas, como el cristal, son frágiles.

Un rugido rompió la serenidad del mediodía. El sonido grave y ronco, como un depredador acechando en la jungla de concreto hizo que el eco de sus pasos se desvaneciera en el asfalto.

Por el rabillo del ojo, Harper vio el destello de un auto de lujo. El Lamborghini de un brillante color esmeralda, parecía una joya rodante en la calle. No era un simple vehículo; era una declaración de riqueza, una arrogancia sobre ruedas que se movía a una velocidad imprudente.

La lluvia de la mañana había dejado un charco traicionero a la orilla de la acera, un espejo de agua oscura que, el Lamborghini sobrepasó, formando un tsunami en miniatura.

¡Splah!

Un torrente de agua sucia y mugre de la calle, mezclado con aceite y basura, se elevó en el aire como una explosión.

El impacto fue una bofetada fría y húmeda en todo su cuerpo, y por un instante, el tiempo se detuvo.

Harper se quedó inmóvil, empapada de pies a cabeza. El agua escurría por su rostro, por su ropa, por su cuerpo, llevando consigo la suciedad y la desilusión. El portafolio, estaba arruinado, las páginas de todo su trabajo se empapaban corriendo la tinta.

El Lamborghini se detuvo abruptamente. El motor rugía en un tono de disgusto. La puerta se abrió y un hombre salió.

Su figura era alta y esbelta, con el cabello ondulado y oscuro que caía sobre una frente ancha. Vestía una camisa negra de seda que acentuaba la elegancia de su cuerpo, un traje de corte impecable que ocultaba la soledad de su alma. Pero lo que más la impresionó fueron sus ojos, unos pozos grises de hielo que la miraron con una indiferencia absoluta.

Era Damon Kóvach, el hombre que había arruinado el día más importante de su vida, y su rostro, era tan frío como su mirada.

Harper sentía que el fuego la quemaba por dentro. El agua sucia la había empapado, pero la mirada de Damon la había encendido.

—¡Qué torpe eres! ¿Es que no puedes ver por dónde caminas? — Su voz grave, marcada por un ligero acento de Europa del Este, resonó en el aire, tan fríamente como sus ojos.

Harper quería gritarle, decirle que él era el culpable y que. Además. ¡era un idiota!, pero cuando levantó la vista, había algo en esos ojos y en la manera como el hombre se tocaba la ceja derecha que la desconcertó, algo en él le pareció tan terriblemente familiar que tardó una fracción de segundo en responderle como se merecía.

—¿Perdón? ¿Me estás diciendo que yo soy la torpe? — espetó con la voz ronca por el impacto —. ¡Tú eres el que iba a cien kilómetros por hora en una zona concurrida! ¿No ves que hay personas caminando por la acera?

—Te debiste haber quitado del camino — respondió él, con una sonrisa maliciosa que no llegó a sus ojos, y de nuevo, esa sensación de conocerlo de alguna parte se instaló en el estómago de la chica —. No tengo tiempo para tus dramas, mujer.

—Mi "drama", como tú lo llamas, es el trabajo de toda mi vida. Acabas de arruinar el día más importante de mi carrera. No tienes idea de lo que me costó llegar hasta aquí — dijo ella, con un tono de indignación que le apretó la garganta y no logró conmover al hombre.

—No me interesa tu vida ni tus dramas. Lo único que me interesa es que dejes de estorbar en mi camino. — Damon sacó su cartera. La abrió y le tendió unos billetes, como si con eso pudiera compensar el daño que le estaba causado —. Ten, para que te compres otra ropa y dejes de estorbar, para la próxima, ¡Mira por donde carajos caminas!

Harper sintió que la sangre le hervía en las venas. Era la ofensa era más grande que alguien le había hecho, y una vez más, ¡Era como si ya supiera como era el maldito idiota! como si hubiera un “no sé qué” inconcluso entre ellos desde antes, lo extraño era que estaba segura de que nunca en su vida se había topado con ese… ese…

Sacudió la cabeza y , con un gesto rápido, le quitó los billetes y, rompiéndolos, se los tiró a la cara. Los trozos cayeron al piso como hojas secas en otoño.

Damon se quedó helado. Su mirada de piedra se convirtió en una mezcla de sorpresa y furia.

Un rastro de suciedad le corrió por la mejilla, una gota del desastre que había causado.

—No me interesa tu dinero — Harper, le informó con la voz firme —. Solo quiero que te disculpes.

—¡No me disculpo con nadie! — Él dijo, en un tono más frío y cortante que un bisturí. Sus ojos se oscurecieron y su mirada la atravesó como una flecha envenenada, pero esta vez, el que tuvo la sensación de déjà vu fue él. No le prestó atención, solía tenerlos todo el tiempo, sobre todo con lugares a donde viajaba.

Damon subió al auto sin decir una palabra más. El rugido de su motor resonó de nuevo en el aire. El Lamborghini se perdió en la distancia, dejando a Harper sola, empapada y con una rabia que la consumía por dentro.

Se agachó, recogió lo que quedó del portafolio y se dio cuenta de que su sueño de triunfar como diseñadora se había desvanecido. No había manera de que llegara a tiempo a la entrevista y con el portafolio totalmente arruinado.

¡El momento más importante de su vida se había ido por el caño!

La rabia se transformó en frustración. Se sentó en una de las bancas de la acera mientras las lágrimas se mezclaban con la suciedad de su rostro. Se sentía vacía, derrotada. Había trabajado tan duro para llegar hasta ahí, y un imbécil arrogante había arruinado todo en un abrir y cerrar de ojos.

Miró su teléfono, y vio la hora. Faltaban solo diez minutos para su reunión. «No puedo ir así», pensó. Pero el impulso de no rendirse fue más fuerte que su frustración. Se levantó, se limpió la cara con el brazo y se enderezó.

«Tengo que ir», se dijo a sí misma, «No puedo dejar que este hombre me derrote» Se puso de pie con determinación.

Harper se secó las lágrimas y se miró en el escaparate de una tienda. Su reflejo era el de una guerrera. Se acomodó el cabello revuelto y se dirigió hacia su entrevista.

Dobló en la esquina rápidamente, y su mente se enfocó en lo que diría, en las palabras que la harían triunfar. Estaba lista para entrar al edificio en donde la esperaban, pero de pronto se detuvo. Un grito rompió el bullicio de la ciudad junto al sonido del metal retorcido y el chirrido de unos neumáticos.

Se oyó un estruendo y luego, un silencio aterrador.

Harper se quedó helada. Sus ojos se abrieron de par en par, viendo la escena.

Un auto deportivo había impactado contra un poste de luz. La gente corría, las sirenas sonaban a lo lejos. Era un caos total, y un presentimiento se instaló en su estómago, algo le advirtió que no se moviera, que no era su problema, pero un grito de auxilio la hizo correr.

A pesar del peligro, decidió acercarse. La adrenalina se mezclaba con la incertidumbre. El miedo la paralizó por un segundo. Pero luego de escuchar la voz de un hombre en el auto decidió correr mientras su corazón latía con la fuerza de un tambor y dejaba caer su portafolio al suelo.

El olor a gasolina y a caucho quemado le golpeó la nariz. El aire se sentía espeso y peligroso. Vio el auto destrozado y una puerta había desprendida. Dentro, un hombre herido luchaba por salir.

Harper se acercó y escuchó al hombre que gemía de dolor. No podía moverse. Ella se agachó y trató de ayudarlo. Le tomó la mano, sintiendo el calor de su piel y él la miró rogando por su ayuda.

—Por favor, ayúdeme... — su voz era débil y suplicante.

Ella asintió. Se dio cuenta de que no había forma de sacarlo de allí. La puerta se había atascado y el cuerpo esta prensado contra las latas retorcidas y afiladas y negó con la cabeza mirándolo a los ojos.

—Hay que esperar a que llegue la ayuda, ellos traerán equipos para sacarlo — Le dijo para tranquilizarlo, pero entonces, al levantar la mirada vio un maletín de piel oscura, y, al lado del maletín, algo brilló. Era un re*vól*ver.

Harper se quedó helada. Su corazón se detuvo. La adrenalina se desvaneció. El accidente no era del todo común. Se dio cuenta de que algo andaba mal y ese presentimiento que se había instalado en su estómago le recordó que estaba allí.

El hombre gemía, con la mirada puesta en el maletín, estaba abierto, y se podían ver los documentos que contenía, junto a una pila de periódicos. Parecían documentos de negocios, ella sintió un escalofrío que le recorrió la espalda.

—Se lo ruego, ¡ayúdeme!

—Señor, no puedo… comprenda… no tengo fuerzas para sacarlo, debemos esperar a los bomberos…

El moribundo le tomó las manos con desesperación y la miró a los ojos.

—Debe llevarse el maletín y el arma — él pidió haciendo un gran esfuerzo mientras escupía san*gre.

 Harper negó instintivamente con la cabeza, pero el agarre de las manos del pobre desgraciado fue más fuerte.

—¡Se lo imploro! Es de vida o muerte, si no se lo lleva, alguien vendrá por eso, y mi muerte no habrá valido nada… — Trató de explicar — ¡Mis hijos! ¡Tienen a mis hijos!

—No puedo tomar un arma así, como así…

—¡Debe hacerlo! No tiene idea de lo grande que es esto — La chica seguía negándose y el moribundo insistió — Mire, por allá — Señalándole con la mirada — Hay un contenedor de basura, solo lance las cosas ahí, nadie va a revisar la basura en la escena de un accidente de auto.

—Pero, yo no debo, yo… — Ella tartamudeó.

—Escucharme, por favor, estoy muriendo… — Él dijo casi con su último aliento — Cuando el accidente sea levantado, recoja el maletín y lléveselo a la policía, ellos sabrán que hacer…

El hombre vomitó una última bocanada de sangre y dejó de respirar sin quitarle los ojos de encima. La escena terrible y espectral la hizo levantarse de un salto con maletín y revólver en mano, y echar a correr.

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