Un año después:
El dolor era una sinfonía de agujas y cuchillos que danzaban bajo la piel de Harper. Cada paso que daba con rumbo a su ansiada libertad, era un lamento mudo, un eco de la brutalidad que había sobrevivido en el patio de la cárcel y del que había salido respirando por pura suerte.
Pero no podía detenerse a pensar en nada, no ahora cuando estaba tan cerca de consumar la fuga, y la adrenalina como un veneno dulce le permitía ignorar la carne desgarrada y la ropa sucia. No era una persona, era un instinto, un animal salvaje huyendo de un depredador.
Las sirenas de la policía aullaban en la distancia para mantener en su mente que no podía bajar la guardia, una melodía siniestra que la perseguía, un recordatorio de que su vida había terminado y que ahora solo era una criminal, una convicta en fuga.
Corrió sin rumbo, con el único objetivo de alejarse de la cárcel, de la traición y de la desesperanza que la había consumido en la sala del tribunal casi doce meses atrás.
El cielo de Miami, como una manta oscura salpicada de estrellas, era su único testigo, mientras las luces de la ciudad, se reflejaban en neón en el asfalto, y las sombras se estiraban y se retorcían.
El aire era denso y húmedo, una bofetada de calor tropical sobre la piel de Harper que le recordaba que estaba viva. Pero, ¿estaba viva en realidad? El dolor en su cuerpo era la única respuesta que necesitaba. Estaba viva.
Se adentró en un laberinto de callejones, un escape a contra reloj. El olor a basura, a humo y a graffiti le golpeó la nariz. Las paredes, cubiertas de arte callejero, eran un lienzo de la vida que había perdido y que se había quedado atrás.
Su cuerpo, tembloroso y agotado, se desplomó contra la pared.
Harper se deslizó por el muro, dejando un rastro de sangre. Las lágrimas, calientes y saladas, brotaron de sus ojos. La rabia, la frustración, la desesperanza, todo se mezclaba en un coctel de emociones que la abrumaba.
—¡Estoy harta de huir! — su voz se quebró —. ¡Estoy harta de correr! ¡No puedo más! — Gritó para sí misma y luego se quedó en silencio, con la cabeza entre las rodillas intentando respirar y con el corazón roto.
El silencio era total. El mundo se detuvo. Solo se escuchaba el sonido de su corazón, como un tambor que continuaba golpeando por su vida.
De pronto, escuchó un sonido. Un sonido que la hizo levantar la cabeza. El sonido de un grito. Un grito de auxilio. El grito de un niño. Se levantó, el dolor en su cuerpo se disipó ante la noción de un pequeño en riesgo muy cerca y el instinto la hizo correr llevándola hacia el grito.
Llegó a un almacén abandonado. Las puertas estaban abiertas, el aire olía a moho y a polvo. La luna, que se escondía detrás de las nubes, iluminaba el interior de la bodega. Los contenedores de carga se apilaban uno sobre otro, formando un laberinto de acero.
El sonido del grito se hizo más fuerte. Venía del interior del almacén. Harper, con una punzada de adrenalina, se adentró a tientas. Las sombras se movían y el aire se sentía espeso.
Se encontró en un pasillo oscuro, con los contenedores de carga a cada lado. De pronto, escuchó otro llamado de auxilio. Sí, definitivamente era de un niño. El chillido venía de la última habitación. Harper, sin dudarlo, corrió hacia él y llegó a la puerta para asomarse.
La habitación era oscura. La luz de la calle apenas si se filtraba por una ventana rota. Un hombre grande y corpulento, y unos ojos llenos de maldad sujetaba a un niño.
Un pequeño de unos siete años, lloraba lleno de miedo.
—¡Por favor, déjame ir! ¡No quiero ir contigo! — dijo el niño, su voz era un sollozo.
—¡Cállate! — El hombre respondió, en un tono grave y áspero —. O yo te haré callar.
Harper sintió un fuego en su interior llenándose de rabia. No podía quedarse de brazos cruzados. Empujó la puerta del almacén y el hombre la miró con ojos desorbitados sintiéndose atrapado,
—¿Quién eres? — el bandido casi ladró.
—¡Déjalo ir! — gritó Harper, ella sonaba desesperada.
El delincuente se rio con una risa cruel y burlona.
—¿Y si no lo hago? ¿Qué me harás? — preguntó, arrogante con una mueca retorcida en sus labios y arrastrando las palabras, evidentemente estaba ebrio.
Harper se quedó callada. No tenía un plan. No tenía un arma. Solo tenía su cuerpo, herido y agotado. Pero el instinto de proteger a un inocente, fue más fuerte que su miedo.
—Déjalo ir — ella repitió de nuevo, aunque su voz fuera casi un susurro frío —. Te advierto que no soy de las que se rinden.
El hombre, soltó al niño empujándolo hacia ella. El pequeño, corrió hacia Harper y se escondió detrás de su espalda. Su cuerpo, tembloroso y asustado, se aferró al de ella mientras el hombre, con una sonrisa de satisfacción, se acercó a Harper a grandes zancadas.
—¡Qué valiente eres! — él dijo de nuevo con burla —. Pero no eres lo suficientemente fuerte para enfrentarte a mí.
Harper se mantuvo firme. El hombre se acercó a ella con pasos inseguros tratando de asirla por la ropa, pero en cambio, ella le dio una patada en la entre pierna con fuerza sin dudar. El secuestrador, sorprendido, se echó hacia atrás, pero tambaleó, y la chica aprovechó para derribarlo de un empujón.
Ahora, lleno de furia, se levantó dando tumbos, mientras Harper, con el niño en brazos, corría hacia la puerta.
—¡No irás a ninguna parte! — gritó a voz en cuello lleno de ira mientras iba tras ella.
La agarró del brazo y la empujó. Ella, resbaló por el empujón y cayó de bruces contra el suelo soltando al niño. Peter gritó lleno de miedo arrastrándose casi de espaldas, mientras Harper volvía a levantarse a pesar del intenso dolor.
El hombre se acercó al niño, y ella se interpuso con valor, recibiendo un puñetazo de plano en la cara. La chica de regreso al suelo consumida por el dolor y el atacante se inclinó hasta su nivel para verle la cara.
—¡Ahora, eres mía! — casi le escupió.
Harper lo miró desde el suelo, pero no se rindió. Si le hubiera sucedido esto hacia un año, tal vez se habría quedado lamentando su suerte, pero ahora no.
Se levantó, aunque su cuerpo temblaba, mientras el hombre la golpeaba de regreso en el estómago. Ella cayó de rodillas, el aire le faltaba y el cuerpo le dolía como el demonio. Intentó inhalar aire, pero las costillas le ardían con cada respiración.
El atacante fijó su atención en el pequeño Peter y echó a andar de nuevo hacia él, pero cuando creyó que ya había dominado la escena, Harper se levantó, y lo empujó con todas sus fuerzas contra una mampara de cartón.
El cuerpo disparado del secuestrador rompió el cartón y cayó al vacío directamente hacia abajo golpeándose contra los restos de una vieja maquinaria.
El niño, corrió hacia ella envolviéndola en un abrazo mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y la chica le acariciaba el abundante cabello oscuro.
Una voz, con tono de urgencia y desesperación, gritó en el almacén.
—¡Peter! ¡Peter! ¿Dónde estás? — gritó esa voz.
Harper miró desde el agujero en el muro hacia a la puerta. Un hombre, con un traje de lino y una corbata de seda, corría hacia el almacén. Su rostro, lleno de desesperación se iluminó al ver al niño.
Damon corrió hacia Peter y lo abrazó con todas sus fuerzas, el niño todavía temblaba. La angustia y la preocupación, se reflejaban en su rostro. Peter se aferró a su padre, sin dejar de llorar.
Harper se replegó hacia atrás al ver el porte del padre del chico llena de miedo a ser acusada de algo, y a perder la oportunidad de completar su fuga. Miró hacia todos lados, pero se encontró atrapada, así que solo retrocedió lo que el espacio le permitió mientras maquinaba un plan de escape de aquella desafortunada situación.
Tanto que le había costado llegar hasta ahí, y ahora, estaba a punto de regresar a su jaula.
Damon levantó la cabeza y su mirada se encontró con la de Harper. Por un instante, el mundo se detuvo. El tiempo se congeló. El aire dejó de moverse. Sus ojos grises, generalmente llenos de arrogancia, ahora estaban invadidos de una extraña mezcla de alivio y confusión.
No la reconoció, o al menos no lo demostró, pero sus ojos se abrieron de par en par al verla. La miró a la cara, herida y cubierta de suciedad, su ropa empapada y rasgada. Y su corazón se heló de dolor y agradecimientos con la chica.
Harper ladeó la cabeza. ¿De dónde lo conocía? Estaba segura que lo había visto antes, y tenía la sensación de haber sido en un momento muy incómodo, además, una sensación de rabia contenida y una situación no resuelta volvió a cruzarle por la cabeza, como un eco del pasado, uno reciente, y uno más lejano.
—¡Tú! — dijo Damon, su voz temblaba todavía —. ¿Quién er...?
Harper no lo dejó terminar. Estaba llena de miedo, podría regresar a la cárcel con facilidad, mejor poner pies en polvorosa. Se dio la vuelta y echó a correr, dejando a Damon y a Peter en el almacén.
—¡Alto, detente! Estoy en deuda, ¡Detente! — gritó Damon, su voz parecía una orden.
Ella no esperaba nada a cambio. Su acto, puro e instintivo, no necesitaba de recompensa.
—¡Espera! — Él insistió — No te haré daño, ¡Lo juro!
Harper se detuvo. Había algo en el tono de su voz, algo que evocaba un extraño sentimiento de añoranza que ella no supo descifrar.
Intentó volver a respirar mientras continuaba temblando, se dio la vuelta y lo miró, descubriendo esos enormes ojos grises claros, los ojos grises más hermosos que hubiera visto, excepto, porque estaba segura de que ya los había visto.
—¡Maldición! — Ella dijo por lo bajo para sí misma — El idiota del Lamborghini.
Él, el hombre que la había humillado, que había cambiado su suerte ese fatídico día, ¡No podía ser!