Mundo ficciónIniciar sesiónDurante tres años, Elena fue la esposa sumisa perfecta para Marcos Castelli. Soportó frialdad y desprecio, siendo tratada como una simple sirvienta en su propio hogar. Todo cambió en su tercer aniversario, cuando Marcos le lanzó los papeles del divorcio para casarse con una mujer de "su clase" que supuestamente esperaba un hijo suyo. Sin derramar una sola lágrima, Elena firmó y se marchó. Lo que Marcos no sabía era que ella no era una huérfana pobre, sino la heredera oculta del poderoso imperio Lombardi, una identidad que guardó bajo llave para probar su amor. Al día siguiente, Marcos acudió a una reunión vital para salvar su empresa de la ruina. La sorpresa fue devastadora: Elena ya no vestía ropa vieja, sino alta costura radiante. Ella era la nueva jefa del conglomerado que ahora decidiría su futuro. Para consolidar su poder y asegurar su protección, Elena acepta un matrimonio por contrato con Damián Valente, el hombre más rico y sexy de la ciudad. Mientras Marcos se hunde en los celos y la miseria, Damián la reclama ante el mundo con posesividad: "Demasiado tarde, Sr. Castelli. Esta reina ya tiene dueño".
Leer másCapítulo 1: Un aniversario y un divorcio
Elena miró el reloj en la pared descascarada de la cocina. Eran las once de la noche. Sobre la mesa, la cena que había tardado tres horas en preparar ya estaba fría.
Hoy era su tercer aniversario de bodas.
Durante tres años, Elena había sido la esposa perfecta. Había limpiado la casa, cocinado y planchado las camisas de Marcos, soportando sus quejas y su frialdad. Había ocultado su verdadera identidad y su inmensa fortuna solo para cumplir el deseo de su abuelo: "Encuentra a alguien que te ame por quien eres, no por tu dinero".
Elena soltó una risa amarga. Vaya estupidez.
La puerta principal se abrió de golpe. Marcos entró con su traje caro, oliendo a alcohol y a un perfume de mujer que definitivamente no era el de Elena. Ni siquiera miró la comida en la mesa.
—¿Aún estás despierta? —preguntó él con tono de fastidio, aflojándose la corbata.
—Es nuestro aniversario, Marcos —dijo Elena con voz tranquila, sirviéndole un vaso de agua.
Marcos la miró con desdén y apartó el vaso con un manotazo. El agua se derramó sobre el mantel barato.
—Deja de actuar. Ya estoy harto de esto —Marcos sacó un sobre marrón de su maletín y lo tiró sobre la mesa, justo encima del pastel que ella había horneado—. Firma esto. Quiero el divorcio.
Elena no parpadeó. No hubo lágrimas, ni gritos, ni súplicas. Esa reacción sorprendió a Marcos, quien esperaba verla llorar a sus pies como siempre. Elena tomó el sobre y sacó los documentos.
—¿Divorcio? —preguntó ella, leyendo rápidamente las cláusulas—. ¿La razón?
—He encontrado a alguien que sí está a mi altura —dijo Marcos con arrogancia, sirviéndose un trago—. Sofía es hija de un inversor importante. Con ella, mi empresa podrá entrar al mercado internacional. Tú... mírate, Elena. Solo eres una ama de casa aburrida. No tienes dinero, no tienes conexiones, no tienes nada. Me avergüenza llevarte a las cenas de negocios.
Elena levantó la vista. Sus ojos, normalmente dulces, ahora tenían un brillo frío y agudo que Marcos nunca había visto.
—¿Así que me dejas por dinero y estatus? —preguntó ella suavemente.
—Es negocios, Elena. No lo entenderías con tu mentalidad de pobre. Además, Sofía está embarazada. Necesito darle a mi hijo una familia de verdad y una madre exitosa, no una sirvienta glorificada como tú.
La mención del embarazo fue el golpe final. Elena sintió una punzada en el pecho, pero la aplastó de inmediato. Su amor por este hombre acababa de morir en ese segundo.
—Entiendo —dijo Elena.
Tomó un bolígrafo que había sobre la mesa.
—Espera —dijo Marcos, frunciendo el ceño—. ¿No vas a pedir nada? La casa, una pensión... aunque, honestamente, esta casa la pagué yo y tú no has aportado un solo centavo en tres años.
—No quiero tu dinero, Marcos —dijo Elena con una calma que helaba la sangre—. Y tampoco quiero esta casa. Quédate con todo.
Firmó los papeles con un trazo firme y elegante. Elena V. de Castelli. Dejó el bolígrafo y se puso de pie.
—Ya está firmado. A partir de este momento, somos extraños.
Marcos se quedó atónito. Se sentía inquieto. ¿Por qué no estaba llorando? ¿Por qué parecía... aliviada?
—Bien —dijo él, recuperando su arrogancia—. Tienes una hora para empacar tus cosas y largarte. Sofía vendrá mañana temprano y no quiero ver tu basura aquí.
—No necesito una hora. —Elena caminó hacia la puerta. No llevaba maletas. No se llevaba nada de esa vida miserable.
Se detuvo en el umbral y miró a Marcos por última vez.
—Espero que tu "inversora" sea todo lo que esperas, Marcos. Pero recuerda una cosa: en el mundo de los negocios, a veces lo que parece oro es solo cobre barato. Y a veces, lo que tiras a la basura es un diamante.
—¿De qué demonios hablas? ¡Vete ya! —gritó Marcos, irritado por su actitud altiva.
Elena salió de la casa y cerró la puerta. El aire fresco de la noche le golpeó la cara. Sacó un teléfono móvil negro de última generación que tenía escondido en el bolsillo de su viejo abrigo.
Marcó un número.
—Señorita Elena —respondió una voz respetuosa al instante—. ¿Ha sucedido algo?
—El experimento terminó, Sebastián —dijo Elena mientras caminaba hacia la calle principal, sus tacones resonando con fuerza en el asfalto—. Marcos pidió el divorcio.
—Lamento oír eso, señorita. ¿Debo preparar el coche?
—Sí. Y reactiva mis cuentas bancarias y mi identidad. Estoy cansada de jugar a ser cenicienta.
—Entendido. ¿A dónde quiere ir?
Elena miró hacia atrás, a la pequeña casa donde había desperdiciado tres años de su vida. Una sonrisa fría curvó sus labios.
—Llévame a la sede del Grupo Castelli. Mañana hay una reunión para adquirir la empresa de Marcos, ¿verdad?
—Así es, señorita. Él ha estado rogando por esa inversión durante meses.
—Perfecto —dijo Elena, subiendo la barbilla—. Cancela al representante que iba a ir. Iré yo personalmente. Es hora de que mi exmarido conozca a la verdadera Elena.
En la esquina de la calle, una limusina negra alargada apareció silenciosamente en la oscuridad, deteniéndose justo frente a ella. El chófer bajó y le abrió la puerta con una reverencia.
Elena subió. La ama de casa sumisa había desaparecido. La heredera había regresado
Capítulo 7: El despertar de la señora ValenteLa luz del sol se filtraba suavemente a través de las cortinas de seda gris, despertando a Elena. Por un segundo, se sintió desorientada. Las sábanas eran demasiado suaves, el colchón demasiado cómodo y el aroma en el aire —una mezcla de sándalo y café recién hecho— no pertenecía a la pequeña habitación que había compartido con Marcos.Abrió los ojos y vio el techo alto y moderno de la mansión Valente. Los recuerdos de la noche anterior la golpearon de golpe: la gala, el vestido negro, la cara de terror de Marcos cuando la policía se lo llevó y, sobre todo, la mano de Damián en su cintura, protegiéndola contra el mundo.Se giró en la cama enorme. El lado izquierdo estaba vacío y frío. Damián ya se había levantado.Elena se estiró, sintiendo una extraña satisfacción. Por primera vez en tres años, no se despertaba con una lista de tareas domésticas gritada por un marido ingrato. Hoy, se despertaba como una ganadora.Tomó su teléfono de la me
Capítulo 6: El vestido de la venganzaLa Gala del Alcalde era el evento social del año. Candelabros de cristal, música de orquesta en vivo y la élite de la ciudad bebiendo champán.Marcos estaba en una esquina, con una copa en la mano, sudando. Sofía estaba a su lado, vestida con un traje dorado demasiado llamativo, intentando sonreír a las esposas de los banqueros que la miraban por encima del hombro.—Nadie quiere hablar conmigo —susurró Marcos con desesperación—. Todos han visto la noticia de que Damián rechazó mi inversión.—No importa —dijo Sofía—. Ya lanzaste el rumor del robo. Mañana Elena será la vergüenza de la ciudad y Damián la dejará para no manchar su imagen. Entonces volveremos a estar arriba.De repente, la música se detuvo. Un murmullo recorrió el salón como una ola. Todas las cabezas se giraron hacia la gran escalera de entrada.—¿Qué pasa? —preguntó Marcos, estirando el cuello.Entonces los vio.En lo alto de la escalera apareció Damián Valente, impecable en un esmoq
Capítulo 5: La mansión del loboLa mansión de Damián Valente no era una casa; era una fortaleza moderna de cristal y acero ubicada en la colina más exclusiva de la ciudad.Cuando el coche se detuvo frente a la entrada principal, una fila de sirvientes ya estaba esperando. Elena bajó del coche y sintió el cambio inmediato. En casa de Marcos, ella era la que servía. Aquí, diez personas inclinaron la cabeza a su paso.—Bienvenida a casa, señora Valente —dijo un mayordomo anciano con un uniforme impecable.Damián se bajó y se ajustó la chaqueta.—Roberto, lleva las cosas de la señora a la habitación principal.Elena se detuvo en seco y miró a Damián.—Habíamos dicho habitaciones separadas —le recordó en voz baja, para que los sirvientes no escucharan.Damián se inclinó hacia ella, su aliento rozando su oreja.—Mi abuelo vendrá a cenar mañana. Si ve que dormimos separados, el trato se rompe. Además, la habitación principal tiene 200 metros cuadrados. Te aseguro que no notaras mi presencia
Capítulo 4: Una boda viralEl Registro Civil VIP de la ciudad era un lugar silencioso y discreto, reservado para políticos y celebridades que querían mantener sus asuntos privados. Sin embargo, cuando Damián Valente entró, el juez parecía a punto de sufrir un infarto por la sorpresa.—Señor Valente —dijo el juez, ajustándose las gafas con nerviosismo—. No teníamos cita, pero... es un honor. ¿En qué puedo ayudarle?—Vengo a casarme —dijo Damián con la misma naturalidad con la que pediría un café. Señaló a Elena a su lado—. Con ella.El juez miró a Elena. Ella se había quitado las gafas de sol y lo miraba con una calma imperial.—Necesitamos los trámites hechos ahora. Sin esperas. Sin prensa —añadió Damián, poniendo su tarjeta de identificación sobre el mostrador.El proceso tomó menos de veinte minutos. No hubo votos románticos, ni flores, ni música. Solo el sonido de la pluma rasgando el papel.Elena firmó: Elena Lombardi. Damián firmó: Damián Valente.Cuando el juez declaró "marido y
Capítulo 3: Un trato con el diabloEl sonido del ascensor descendiendo era el único ruido que rompía el silencio entre ellos. Elena miraba fijamente los números rojos que cambiaban en la pantalla, intentando calmar el temblor de sus manos.Había destrozado a Marcos. Lo había humillado públicamente, le había quitado su futuro y lo había dejado en la ruina. Debería sentirse eufórica, pero en su lugar, sentía una extraña mezcla de adrenalina y agotamiento. Tres años de fingir ser una esposa sumisa habían pasado factura.—Lo hiciste bien ahí dentro —dijo la voz profunda de Damián, rompiendo sus pensamientos.Elena se giró para mirarlo. En el espacio cerrado del ascensor, Damián Valente parecía aún más grande y peligroso. Su presencia era abrumadora, una mezcla de colonia cara y poder puro.—Gracias por la intervención, señor Valente —dijo Elena, recuperando su compostura—. Pero no era necesario que le rompiera la muñeca. Podía manejarlo.Damián soltó una risa baja, un sonido vibrante que
Capítulo 2: La reunión de los tiburonesA la mañana siguiente, el aire en la sala de juntas de "Tecnologías Castelli" estaba cargado de tensión. Marcos se ajustaba la corbata compulsivamente, revisando los documentos sobre la mesa de caoba.—Siéntate, por favor —le susurró a Sofía, que estaba revisando su maquillaje en una silla lateral—. Los del Grupo V son conservadores. No quiero errores.—Tranquilo, amor. —Sofía le guiñó un ojo—. Eres brillante. Te darán el dinero. Y con eso, por fin podremos dejar de preocuparnos por las deudas que dejó tu ex.La puerta se abrió. La secretaria de Marcos asomó la cabeza, visiblemente nerviosa.—Señor Castelli, los representantes han llegado. El señor Damián Valente viene con ellos.Marcos se tensó. ¿Damián Valente? Su presencia era inusual para una inversión de este nivel. Marcos se arreglo el traje, preparándose para impresionar al hombre más poderoso de la ciudad.Damián entró primero. Su presencia era silenciosa pero dominante, como la de un de
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