La orden de Damián resonaba en sus oídos: "Olvida lo que hayas visto". Pero era imposible. Cada interacción, cada mirada esquiva, cada documento extraviado, formaba un rompecabezas siniestro. Lucía ya no era una simple pasante humillada; era una mujer con un misterio entre las manos y una rabia que la consumía.
Decidida a desentrañar la verdad, esperó a que la oficina estuviera vacía. La medianoche envolvía el rascacielos en un silencio opresivo. Sabía que acceder al sistema central de Damián era una locura, pero también recordó una conversación intrascendente de su pasado: su contraseña para todo lo no crítico era la fecha de la muerte de su perro de la infancia, "Thor_1209".
Con el corazón golpeándole el pecho, se deslizó en su oficina. La pantalla de su ordenador se encendió, arrojando una luz azulada sobre su rostro. Tecleó la contraseña. El sistema accedió.
Navegó entre carpetas de proyectos, informes financieros aburridos... hasta que encontró una carpeta oculta, etiquetada simp