Él arruinó su vida una vez. Y ahora… le ofrece un contrato para salvarla. Valentina Cruz, una joven humilde y trabajadora, está a punto de perderlo todo: su casa, su trabajo, y a su hermano enfermo. Desesperada, acepta una propuesta impensable del hombre que más odia en el mundo: Alexander De La Vega, un millonario frío, calculador, y con un oscuro pasado entrelazado con el suyo. Alexander le ofrece un contrato de matrimonio por un año. ¿La condición? Fingir ser una pareja perfecta para limpiar su imagen frente a la sociedad... pero todo tiene un precio. Valentina no solo debe convivir con un hombre que fue el causante de la ruina de su familia, sino también enfrentarse a un pasado que ambos intentan enterrar. A medida que los días pasan, lo que comenzó como odio se convierte en tensión… y esa tensión, en deseo. Pero hay secretos que pueden destruirlo todo. Y uno de ellos... podría matarlos.
Ler mais--La mañana siguiente no trajo alivio, sino una tensión aún más palpable. Valentina se despertó con el recuerdo del beso de Alexander, con el sabor a verdad mezclado con manipulación. No sabía si sentía amor, miedo o simplemente fascinación por un hombre que la había tenido bajo su control desde antes de que ella siquiera lo conociera.Bajó al desayuno con el sobre en la mano, pero esta vez no era un contrato ni una orden. Era una carta. La abrió con cuidado y leyó:"Valentina, hoy tendrás la oportunidad de decidir. No es solo tu vida, sino la de todos los que te rodean. La verdad tiene un precio. —."El mensaje era escueto, pero suficiente para hacer que su corazón se acelerara. No era solo un recordatorio de que estaba atrapada, sino también una invitación a descubrir lo que él realmente planeaba.---Alexander apareció en la mesa minutos después, impecable como siempre, con su mirada afilada y esa presencia que parecía llenar la habitación sin esfuerzo.—Buenos días —dijo con voz
Los días posteriores a la gala transcurrieron con una calma engañosa. La mansión estaba silenciosa, demasiado organizada, como si todo estuviera milimétricamente planeado. Y tal vez lo estaba. Valentina comenzaba a entender que nada en el mundo de Alexander era casual.Ese lunes en la mañana, el desayuno ya estaba servido cuando ella bajó. Panes artesanales, frutas cortadas con precisión, café humeante. Y un sobre blanco junto a su plato.—¿Y esto? —preguntó.—El contrato —dijo Alexander sin levantar la vista del periódico.Ella lo abrió y leyó en silencio. Ocho páginas de cláusulas: confidencialidad absoluta, convivencia obligatoria de doce meses, asistencia a eventos sociales, cero relaciones públicas fuera del matrimonio, y un bono mensual de cien mil dólares a su cuenta, sin acceso a los fondos de Alexander. Todo estrictamente legal.—¿Y si me niego?—No habrá dinero. Ni protección. Ni apellido. Volverás a ser la chica que vivía con su madre enferma en un departamento con goteras.
El zumbido del secador y el aroma a perfume caro invadían la habitación. Valentina, sentada frente al enorme tocador, observaba cómo la estilista profesional le retocaba el maquillaje mientras otra ajustaba la caída del vestido de terciopelo azul marino que le envolvía el cuerpo como una segunda piel.—No puedo creer que esto esté pasando —murmuró, más para sí misma que para alguien más.—Respira —le dijo Luisa con tono suave—. No estás yendo a una ejecución. Solo a una gala.“Una gala”, pensó Valentina con amargura. Una presentación pública. Esa noche sería el debut oficial de la esposa de Alexander De La Vega ante la alta sociedad. Él la había advertido: “tienes que ser perfecta”. Sonríe. No hables mucho. No digas tonterías. No luzcas nerviosa. No bebas. No pierdas la compostura.—Y, sobre todo, no olvides que eres mía —le había susurrado antes de cerrar la puerta más temprano ese día.Esa última frase le quemaba como una marca invisible sobre la piel.Cuando bajó las escaleras, tod
La mansión De La Vega era una mezcla de lujo y silencio. Al llegar, Valentina sintió que estaba entrando a otro mundo, uno que no le pertenecía. Las paredes altas, los mármoles italianos, los candelabros que colgaban como joyas de cristal… todo brillaba menos ella. Alexander caminó delante, sin voltear a verla, como si ella fuera solo un paquete entregado a su propiedad. La llevó por un pasillo interminable hasta una habitación en el ala este. —Esta será tu habitación —dijo, abriendo una puerta doble con acabado de roble oscuro—. Tiene baño privado, vestidor, escritorio, lo que necesites. Valentina entró y observó con detenimiento. Todo era impecable, pero no se sentía acogedor. Era más una jaula de oro que un refugio. —¿Y debo agradecerte? —preguntó, cruzándose de brazos. Alexander no respondió de inmediato. Se limitó a observarla con esa mirada que desnudaba verdades no dichas. —No quiero tu agradecimiento. Solo necesito que cumplas tu parte. Ella apretó los labios. —Aún no
El auto avanzaba en silencio por la carretera privada que conducía a la residencia De La Vega. Valentina miraba por la ventana con el rostro impasible, pero por dentro sentía que se desmoronaba. Cada metro que recorrían la alejaba de su realidad, de su libertad, de sí misma. Alexander no había dicho una sola palabra desde que subieron al auto. Iba concentrado, con una mano sobre el volante y la otra sosteniendo su teléfono, revisando correos y agendas. Impecable, elegante, inalcanzable. Valentina cruzó los brazos. El aire dentro del vehículo era sofocante, no por el clima, sino por la tensión. —¿Siempre secuestras a mujeres a medianoche o soy una excepción? —preguntó con sarcasmo. Alexander levantó una ceja, pero no despegó los ojos del camino. —No me hagas arrepentirme del trato tan pronto, Valentina. —Tarde —murmuró ella. La carretera terminó frente a unas enormes rejas de hierro que se abrieron automáticamente. Más allá, una mansión de tres pisos con arquitectura moderna y
La vida tiene una forma retorcida de jugar con la esperanza. Un día te hace creer que todo irá bien, y al siguiente te lanza al abismo con los ojos vendados. Valentina Cruz lo sabía muy bien. Aquella noche, la ciudad de Managua parecía más cruel que nunca. El cielo encapotado presagiaba tormenta, pero el verdadero caos no estaba allá arriba. Estaba en su pecho. En su mente. En la carpeta que llevaba entre las manos mientras salía a toda prisa del hospital, con el corazón a punto de estallar. Su hermano, Samuel, apenas tenía catorce años. Catorce. Y ya luchaba por su vida. —Una operación urgente —le había dicho el médico con voz solemne—. Si no la realiza en las próximas setenta y dos horas… no sobrevivirá. Valentina apretó los labios. No podía darse el lujo de llorar, aunque su alma se estuviera desmoronando. El presupuesto para la cirugía superaba los veintisiete mil dólares. Veintisiete mil. Una cifra tan ridícula como inalcanzable para alguien que acababa de ser despedida es
Último capítulo