El portón de hierro se abrió con un chirrido grave que se perdió entre el viento helado. La casona de piedra, imponente y desolada, parecía un espectro del pasado. Valentina se quedó de pie frente a ella, con los brazos cruzados como si pudiera protegerse del frío y de la verdad que se avecinaba.
Alexander avanzó unos pasos por el sendero de piedras húmedas y se giró hacia ella.
—¿Tienes miedo? —preguntó, con esa voz serena que jamás dejaba entrever inseguridad.
Valentina apretó los labios.
—Tengo miedo de lo que voy a descubrir… y de lo que eso hará conmigo.
Él sostuvo su mirada por unos segundos. No había burla en sus ojos, tampoco compasión. Solo una intensidad que la desarmaba. Finalmente, le extendió la mano.
—Entonces entra conmigo.
Ella vaciló, pero terminó aceptando. Sus dedos se rozaron apenas, y ese contacto bastó para hacerla estremecer. No era cariño lo que transmitía, sino una fuerza irresistible que la empujaba hacia adelante.
La puerta principal se abrió con un golpe se